El diablo sobre ruedas… ¿Habéis vivido algo parecido?
¿A alguno de vosotros le ha perseguido un camionero fuera de si por la autopista?
A mí sí.
Estrenaba mi primer coche, un Citroën Saxo plateado. Puse rumbo a Cantabria para ir a Santillana del Mar y visitar cuevas del Paleolítico. Iba yo, por la carretera de Burgos tan contento. Hasta que entró un camión cisterna, de esos plateados, en la ecuación.
Ahora no os robaré vuestro tiempo. Al final del artículo dedicaré un par de párrafos a contaros esa experiencia con un camión cisterna de Valladolid…
Los Fabelman
En Los Fabelman vimos al Steven SpieIberg amante del cine, desde pequeñito, que removía Roma con Santiago para hacerse con la suya y filmar cuanto podía. Era su pasión, su hobby, su vocación y su refugio. Era su manera de entender la vida, de enfrentarse a ella, de verla, reinterpretarla y de plasmar con imágenes en movimiento todo lo que llevaba dentro.
Un biopic que termina más o menos donde empieza la producción de esta peli. Un poco antes, pero podríamos decir que, en el tramo final de la otra peli, Spielberg tomo impulso para llegar a esta, su primera película, a pesar de haber colaborado en la producción de algunos episodios de series de televisión.
Opera prima de Steven Spielberg
Esta peli es su primera peli. Y no estaba concebida para ser llevada al cine. La filmó para ser emitido en la cadena de televisión estadounidense ABC, en 1971, y su éxito fue tal que un año después se reestrenó en las salas de cine con dieciséis minutos más de duración.
He escuchado alguna que otra crítica destructiva hacia esta peli. Es más, la escuché en Qué grande es el cine, presentado por Garci, en RTVE.
Qué grande es el cine
Garci defiende enconadamente a Spielberg
El director Antonio Giménez-Rico decía que Spielberg se había hecho a si mismo, sin lecturas y procede del cine, ni si quiera como espectador, sino como hacedor de cine desde los 12 años. Su capacidad como narrador: cuenta muy bien las historias, planas y sin claroscuros. También dice que Steven es un niño grande con mirada infantil que conecta con el público americano, igual de infantil. Un niño americano que cuenta historias a otros niños americanos. Es un gran vendedor y sabe dar bombo a sus estrenos para atraer toda la atención sobre sí mismo.
Él mismo dice que El diablo sobre ruedas, aun siendo la primera peli de Spielberg, es una de las que mejor la define siendo un resumen y un compendio de todos los vicios y virtudes del director.
Juan Tebar apuesta por esta peli porque cuanto menos trascendental es Spielberg, más natural es y más llega al público. Destaca la
Juan Miguel Lamet termina clasificando como prestidigitador a Spielberg, y le niega la calidad de cineasta. Rechaza que haya aprendido en el cine y achaca a la tele su cultura pueril y, además, lo acusa de reventar el cine clásico y ser el primero de lo que viene después, que no es cine, según él. Y remata diciendo que imita, pero no sabe crear. Cosa con la que no puedo estar más en desacuerdo, pero en fin…
Hitchcock Vs. Spielberg
A partir de aquí Garci hará una defensa enconada e infatigable de Spielberg. Es más, a todo ese rasgo pueril e infantil americano dirigido a un público cortado por el mismo patrón, Garci recalca que no sólo es uno de los cineastas más importantes que ha dado el cine, sino que, además, fue la crítica europea, en los festivales de cine europeos, la que lanzó a Spielberg al estrellato, y no los americanos.
Juan Miguel arremete contra Spielberg. Lo tacha de alumno ejemplar y denuncia el abuso de planos por escena a los que recurre Steven, comparándole con Hitchcock quien era parco y austero en planos para comparar el cine de montaje (de Spielberg) contra el de puesta en escena (de Alfred Hitchcok).
Vuelve a la carga Garci y desmonta el argumento de Lamet explicando, primero que Spielberg nunca fue alumno porque no pudo acceder a la Universidad. Y desmonta, también, el razonamiento de la saturación de planos explicando que no son tales, sino tomas troceadas que podrían llegar a confundirse con los planos. Sutil y fina manera de dejar en evidencia a Lamet.
No voy a ahondar en el programa de Qué grande es el cine, presentado por Garci. Es más, lo que sí haré será recomendaros que lo veáis porque es una lección magistral de cine. Sólo apostillaré lo que el propio Garci apostilla cuando sus contertulios comparan Vértigo, de Hitchcock, con El diablo sobre ruedas de Spielberg. Garci aporta un matiz contundente: Vértigo es una peli de madurez del cineasta y Duel es una ópera prima de un muchacho que no había filmado con anterioridad.
Al final del texto pondré el enlace al programa en RTVE.es.
El diablo sobre ruedas
Como apuntaba Garci, en el programa Qué grande es el cine, estamos ante un thriller psicológico de los buenos. Del más puro estilo Hitchcock. De los que te encogen el corazón y te hacen pensar qué harías tú en las circunstancias del protagonista. En mi caso lo veréis abajo, y hubo parte buena, y parte mala, las cosas como son. Pero no os podéis imaginar cómo vais a actuar cuando la adrenalina te hierve en la sangre y se te agolpa en las sienes.
En la peli vemos a David Mann, un comercial que viaja de un lado para otro recorriendo las carreteras para ir a visitar clientes, proveedores y demás.
Todo normal salvo por el camionero que se pica con él cuando lo adelanta en la carretera. El típico cafre cuyo amor propio y el falso orgullo no pueden asimilar que alguien te adelante. Eso es lo que pensaríamos en circunstancias normales, con personas normales, salvo por los de la testosterona a raudales.
En la peli no. Más que un duelo entre conductores parece que el del coche se ha topado con un conductor, incluso con un camión maldito, o malditos los dos, en plural. Ahí radica el thriller. En la saña con que el camionero se despoja de sus complejos, quién sabe si de clase, por despecho, o por resentimiento porque su mujer le pone los cuernos. No sabremos nunca el por qué, pero sí sabemos el qué. Y ese qué es que desde que se cruzan por primera vez le va a hacer la vida imposible al del coche.
Duel
Antes de seguir con la trama, permitidme comentar, de soslayo, el título: Duel. O duelo, en castellano. ¿Duelo? Es la traducción de duel, pero no. La tradición de los traductores de títulos cinematográficos que adulteran el título de las películas, y hasta hacen spoilers con dichas traducciones, se remonta a unas décadas atrás. Aquí la conocemos por El diablo sobre ruedas. Puso el título, se encendió un puro, subió los pies a la mesa, se recostó y se quedó tan ancho que lo hi tradujera.
Porque la peli sí implica un pequeño duelo…
Se inicia una persecución angustiosa, incluso antes de que David sea consciente de que está teniendo lugar. Al principio es sutil… Yo te adelanto, tú me adelantas. Yo vuelvo a adelantarte y tú me haces una pasada que casi me lijas la puerta. Como os decía, David no se había percatado del tema hasta que empezó a pensar que se había picado el camionero.
Pero del pique a la amenaza y a perder los papeles hay un mundo, y el camionero se la juega a David cuando, después de adelantar al coche, frena y le hace ir despacio en una carretera angosta y de doble sentido, llena de curvas y en cuesta. Esto amarga y desespera a David, quien, azotado por el calor (no tenía aire acondicionado, como la inmensa mayoría de los coches en aquellos tiempos) atravesando el desierto, empieza a perder los nervios y a entrar al trapo del macarra de turno.
Persecución
Cuando David quiere darse cuenta del asunto ya es tarde. Ya está enfrascado en una persecución en la que el camionero pirado quiere divertirse a su costa. Será el típico que, como decía antes, está frustrado por la razón que sea y sólo tiene una vía de escape: sentirse poderoso amenazando a la gente normal con la que se cruza por la carretera.
Un abusón de manual. Camión enorme, gran potencia y se lanza a abusar poniendo en peligro la vida de la persona de bien a la que elige, ese día, para convertirla en su sparring emocional.
Cuando David despeja todas las dudas sobre su situación es cuando, por fin, parezca que el camionero se ha cansado de hacerle rabiar y le cede el paso para que pueda quitárselo de encima. La visibilidad privilegiada del camionero, desde su cabina en el camión, le permite ver, mejor que al del coche, más bajo y por detrás, si vienen coches o no, y cuando un camionero (que los hay de bien, incluso algún conductor de autobús) te cede el paso es porque tienes paso franco y puedes adelantar.
Ese es el punto de inflexión en la peli. Cuando el camionero ceda el paso al del coche y el del coche, se disponga a adelantar al camión, incluso agradecido, y resulte que el camionero le ha tendido una trampa. No sólo vira la carretera, creo recordar, convirtiéndose en curva hacia la derecha, por lo que de poca visibilidad se pasa a ninguna, sino que, cuando está a media maniobra, aparece un coche en sentido contrario que el camionero tendría que haber visto forzosamente. Esto es: sin importarle la vida de ninguno de los conductores, a sabiendas de que viene otro de frente, empuja a David a emportrarse contra el tercer vehículo.
Psicópata al volante
Ahí se le quita la venda de los ojos a David.
A partir de ahora la persecución es a muerte. David huye y el psicópata, ya no «el camionero«, intentará echarle de la carretera una y otra vez. Hasta que termina empotrando el coche contra una valla en un restaurante de carretera.
David se apea y se toma un tentempié para rebajar los nervios, la tensión y coger fuerzas. Cuando quiere darse cuenta el camión está aparcado en el aparcamiento y el Hitchcock que lleva Spielrberg dentro aflora y nos regala unos diez minutos de diatribas internas del protagonista en los que escucharemos cómo piensa y veremos lo que él está viendo.
Piensa que cualquiera de los presentes en la barra y en las mesas podría, puede, ¡es el conductor!
Y ve a unos y a otros comiendo, bebiendo y, de vez en cuando, volviéndose para mirar al nuevo parroquiano. Miradas que, en la paranoia del que se siente perseguido, intimidan e incrementan la sensación de miedo, casi pánico, en la persona que siente que está perdiendo los papeles. Más que los papeles, que los perderá, el control sobre su propia vida.
Aunque sí, pierde los papeles también, porque está pensando si el camionero es éste o aquel… especula, duda… y la duda le corroe y su miedo y su ansiedad se retroalimentan. Termina perdiendo los nervios y se encara con uno de los clientes pensando que es el camionero, pero se confunde y hace el ridículo.
Huida
David ya es consciente del verdadero peligro que corre. Ya ha comprendido la catadura moral del camionero y el riesgo al que se expone, y por eso, a partir de aquí, no hará más que intentar huir.
Aun así, vemos otras escenas que sirven para que nos tensionemos más y más.
Primero viene la escena del autobús escolar averiado. Poco antes de entrar en un túnel David se encuentra con una ruta escolar y el conductor le pide ayuda.
La ruta escolar – Los 70’s eran 0% WOKE
Creo que está sin batería y el conductor le pide que ponga su coche detrás para darle un empujoncito. La idea es mala de narices, no ya porque el coche no tendrá la potencia necesaria para empujar a un autobús. Sino porque lo único que le puede pasar es que reviente el capó, arranque el parachoques y/o haga saltar el radiador, o el motor entero, por los aires. Ni que deciros que no logra salvo quedarse atascado en el parachoques trasero de la ruta.
Hago un inciso mínimo para referirme a la naturalidad con que se hablaba antaño, sin miedo a malas interpretaciones y sin que nadie se diera ni por aludido ni mucho menos por ofendido por el uso del lenguaje no forzado y sí natural.
Lo vemos cuando él está queriéndose largar de donde está la ruta y un par de niñas se suben al capó. Una blanca con coletas de pelo rubio y liso y otra negra, con el pelo rizado y peinado a lo afro, redondo. Cuando se suben él las pide que se dejen de patalear el coche y que se bajen de él diciendo, – Coletitas, ¿quieres bajar? Y tú morenilla, ¡anda! «.
Y nadie se rasgó las vestiduras, ni se retiró la película de los cines ni condenaron al director.
Este episodio tiene un desenlace desfavorable para David porque, mientras intentan desenganchar el coche reaparece el camión al final del túnel, en la carretera. El desenlace de esta escena es que David entra en pánico y mete a todos los niños en la ruta mientras el camión arranca y se aproxima.
Se sube al coche, literalmente, saltando en el capó para destrabar el coche y sale huyendo. El camionero, que es un psicópata, pero parece que ha escrito un manual de resistencia, ofrece su mejor rostro maniobrando el camión para empujar al autobús y permitirle recargar su batería.
Paso a nivel
No tiene desperdicio.
En medio de la carretera hay un paso a nivel y la barrera está echada porque está pasando un tren de mercancías. Frena y espera a que pase, pero reaparece el camión que impacta con el maletero y empuja al coche hacia las vías del tren. La suerte y los frenos del coche retrasarán su llegada a las vías hasta el instante en que termina de pasar el tren y sale de allí quemando rueda.
Tanto que se sale de la calzada y se queda subido en una duna de arena. Recordad que está atravesando un desierto. O un paisaje cuasi desértico, la verdad.
Para desgracia suya el camión esperará al coche unos cuantos kilómetros por delante. Cuando David se alegraba de haber terminado con el asunto y su única preocupación era repostar porque tenía poca gasolina. Allí se lo encuentra de nuevo, esperándole en el arcén.
La gasolinera y las cabinas de teléfono…
No vuelve a intentar adelantar al camión.
Se para en una gasolinera y mientras reposta pide un teléfono. Estamos en 1971. Nadie tenía móviles. Nadie tenía la cultura de estar conectados Online, ni nadie había hablado de Wi-Fi ni casi de Internet hasta la fecha. Necesita entrar en una cabina de teléfonos para pedir ayuda a la policía. Pero no llega a pedirla del todo porque el camión arroya la cabina.
Habrá una segunda mención a las cabinas de teléfono. Tras otra persecución que se produce nada más huir de la gasolinera.
David logra dar esquinazo al camionero y se echa una cabezadita al lado de la vía del tren. Necesitaba descansar y si se duerme una hora el camionero le dará por perdido y se terminará su problema.
Pero no es así. Se ha vuelto a parar en la carretera y espera, con toda la paciencia del mundo, que David reaparezca. Cuando David ve el camión al fondo se orilla y se para en el arcén. Es entonces cuando, al paso de otro vehículo, pedirá que se detenga y, una vez detenido, le pide al matrimonio que va dentro que llame a la policía en la próxima cabina de teléfonos. El matrimonio, por cierto, pasa de meterse en líos y le niegan su ayuda.
A tumba abierta
El resto de la peli es conducir a tumba abierta. Sigue la persecución, pero de un modo frenético.
Sin apenas diálogo, ni monólogo por parte de David. Sólo la musiquita y el ruido de los dos motores intercalados y hasta superpuestos.
Lo peor está por llegar, cuando más rápida, y frenética, es la persecución, se topan con unas obras y un desvío que saca a los conductores de la carretera principal y los lleva a una secundaria en la que vemos cómo destaca la pericia del camionero sobre la del pobre padre de familia que usa el coche como vehículo y no como su verdadera herramienta de trabajo.
Regresan a la carretera principal, que se nota que acaba de ser asfaltada y David vuelve a hacerse ilusiones al llegar a la cuesta arriba, donde compensa la falta de potencia con un menor peso y mayor velocidad para poner tierra de por medio. El Ángel Belda de California. Pero revienta el manguito del radiador y todo su gozo se queda en un pozo porque el camión recorta la distancia conforme pierde velocidad el coche.
Y el radiador arrastra al aceite del coche. Bueno, esto es un farol que me acabo de marcar porque no tengo ni idea de si lo uno lleva a lo otro. Pero ambas cosas ocurren una detrás de otra. La tercera es que el coche se recalienta y está a punto de reventar el motor, pero, por suerte, alcanza la cima y el descenso le da un respiro.
Eso sí, no sé si habréis conducido por la carretera que une el pueblo de Navacerrada con el Real Sitio de San Ildefonso… pero si no ya os lo describo yo: unas curcas del demonio. Bajas de la sierra y vas rumbo a la destilería de DYC, pero pasas por unas curvas que dan pánico. Lo mismo le pasa a David con las curvas, vueltas y revueltas que se encuentra en la carretera, hasta que se empotra contra un macizo porque pierde el control sobre el coche y lo recupera justo para evitar la embestida del camión.
Han vuelto a salirse de la carretera y están por caminos de arena, por lo que los neumáticos del coche sufren una barbaridad, no sólo por la orografía del camino, sino por la erosión a la que se somete al circular sobre la gravilla del terreno, y más a toda deprisa.
From lost to the river!
El capó está roto, ha perdido el parachoques delantero y un par de tapacubos. El manguito del radiador ha reventado. El agua del motor se ha convertido en puro vapor y el radiador está desintegrándose y perdiendo agua como si fuera una manguera abierta. El coche está recalentado, no tiene aceite y ha vuelto a meterse un guarrazo de agárrate y no te menees en lo alto de una mina a cielo abierto. Es decir, de esas que son abiertas y subes y subes hasta su cima.
Cuando recupera el aliento el camión viene de frente y está claro que su única intención es embesittir al coche y pasarle por encima. David encara al camión, coloca su maletín de trabajo sobre el acelerador, abre la puerta del coche y salta para dejar que el coche se empotre contra el motor del camión (de esos grandotes con morro). Lo logra y el camión no puede frenar y se termina precipitando por la mina hasta terminar hecho material de desguace al fondo de la mina.
Adaptación literaria de Richard Matheson
La peli es una adaptación literaria a partir de la novela homónima (Duel) de Richard Matheson. Autor, también, de obras literarias como Soy leyenda y El hombre menguante, entre muchas otras.
Quizás lo que estaba maldito no era el camión sino el coche, porque es de color rojo y la matrícula PCE…
Steven Spielberg en el fancine
El diablo sobre ruedas en Qué grande es el cine de RTVE.es
Lo prometido es deuda: pincha en este enlace si quieres ir a RTVE para ver el programa de Garci, Qué grandes es el cine, dedicado a EL diablo sobre ruedas.
Camionero psicópata con matrícula de Valladolid
El conductor apuntaba maneras ya desde el principio. Porque no lo vi por delante, sino por detrás. Mi Saxo tenía la potencia justita, por lo que iba a mi ritmo escuchando música. Y de pronto vi ese camión, que se acercaba, por el carril de la izquierda, a toda velocidad, y me adelantó. Su pasada fue tal que casi me despega las pegatinas del coche. Me asusté. Pasó de largo y al poco rato lo perdí de vista.
Media hora después volví a verlo. Iba por delante y, a todas luces, se había picado con otro camionero, porque iban los dos en paralelo, el plateado adelantando y el otro, creo que era blanco, siendo adelantado. Pero sin poner las cosas fáciles, a decir verdad. Cuando el plateado lo sobrepasó, se cambió de carril y freno en seco. El camión blanco casi se empotra en el plateado. Yo iba a paso de tortuga y recuerdo la sensación de susto.
El camionero del camión blanco no frenó en seco como el plateado por delante. Dio un giro brusco al volante y se salió al carril izquierdo y, como el otro había frenado en seco, lo adelantó sin esfuerzo, y se perdió en el horizonte. Yo me iba acercando al plateado que es el que me había hecho temblar todos los tornillos del coche.
Ahí empezó mi «duelo» particular
Cuando el grillado que iba al volante se quiso cebar conmigo. Yo, como Seedorf por el Bernabéu, iba a trote cochinero. Yo porque mi Saxo no daba más de sí, Seedorf porque fingía que corría para desmarcarse, pero en realidad huía de los pases. Al cabo de un rato lo alcanzo, pongo mi intermitente, me paso al carril izquierdo e inicio la maniobra para adelantar. Cuando estaba terminando de adelantarle aceleró y se puso a mi par, hasta que tuve que desistir y me volví a poner detrás.
Yo no lo interpreté como que me la había jugado él, sino como que mi coche no daba más de sí. Al cabo de unos minutos, en un llano, lo volví a intentar y ahí fue cuando y donde comprendí la mala intención del camionero. Volvió a ponerse a mi par y ésta vez, que yo no me dejé sobrepasar, me pitaba con las bocinas esas de los camiones, que parecen barcos entrando en el puerto. Pitó, me sobresalté, volvió a pitar y levanté el pie del acelerador para volverme a colocar detrás. Pero él hizo lo propio, levantó su pie del acelerador y se mantuvo a mi altura.
No me dejaba adelantarle, y tampoco me dejaba dejarle ir. Y de vez en cuando metía sus ruedas en el carril izquierdo, por lo que yo me iba al arcén y entonces volvía a tronar la bocina.
El muy h*** de ***a se lo estaba pasando en grande, a mi costa
La cosa empeoró cuando empezaron a llegar más coches. Por detrás. Alguno hasta me pitó a mi, interpretando erroneamente que yo intentaba adelantar sin potencia. Era el camión que se movía en paralelo a mi.
Cuando me asusté fue cuando, por los coches que tenía detrás, vi que no podía frenar, pero por la velocidad a la que el psicópata me hacía ir, alcanzamos a coches por delante. Ahí me asusté de verdad. Muy mucho. Porque, para susto de uno de esos coches, recuerdo que era una tartana del año de la pera, pero no recuerdo cuál… Decía que para susto suyo lo alcanzamos, y como él iba bien, para no arroyarlo, el camionero pasó el camión al carril izquierdo, que era por donde iba yo, y yo me tuve que salir al arcén y por ahí me forzó a circular.
Entonces vi que los coches de detrás acababan de comprender lo que pasaba porque, de golpe y porrazo, vi como se distanciaban. Estarían pisando el freno sin dar credibilidad a sus ojos.
Sobrepasamos la tartana y, cuando el camión se volvió al carril derecho, aproveché un cambio de rasante en curva cerrada hacia la derecha para adelantarle, por fin. Él no terminó de reaccionar y, sí… metí la pata. Me envalentoné y, al más puro estilo Mr. Bean, saqué la manita por la ventanilla y me despedí de él con un dedo al aire. Por eso metí la pata. Más bien, la cagué bien cagada.
El tío empezó a pitar, sin pausa, un pitido prolongado, como en un aviso de alarma nuclear, de tornado o de bombardeo… o todos ellos juntos. Y cuando empezó a recortarme la distancia, porque me centuplicaba en potencia, veo que el psicópata saca medio cuerpo por su ventanilla y viene conduciendo con su mano derecha y agitando una barra de metal por fuera de la cabina, con la mano izquierda.
Tenía medio cuerpo por fuera del camión. No escuchaba lo que me decía, pero tampoco me hacía falta, el tío venía y venía y venía a tal velocidad que, yendo rumbo a Aranda del Duero, para hacer parada y fonda, cogí la primera salida que encontré para huir del energúmeno que la había tomado conmigo y me desvié y no paré hasta llegar a Peñafiel…