La carretera

Título: La carretera

Título original: The road

Director: John Hillcoat

Nacionalidad: USA

Año: 2009

Guion: Joe Penhall (Novela: Cormac McCarthy*)

Producción: Dimension Films

Duración: 111’

 

*Premio Pulitzer a la Mejor Novela de Ficción, 2009

 

Viggo Mortensen (Padre)

Kodi Smit-McPhee (Hijo)

Charlize Theron (Madre)

 

A veces, cada mucho tiempo, te topas con una película que te deja sin habla.

 

Esa película es buena, muy buena. Es capaz de hacer que claves tus uñas en el reposabrazos…

 

La carretera pertenece a este grupo de privilegiadas.

Desconcertante. Me gustan las películas de acción: Hooligans, La naranja mecánica, The Warriors… pero esta, sin tal, resulta angustiosa y me descoloca. No tiene tanta acción pero no por ello deja de ser agresiva. Y violenta.

No como El último tango en París, que lo es, pero cayendo en lo grotesco y depravado. Dialécticamente violenta porque los personajes hablan por su boca la cruda realidad.

 

Diálogos limitados, pues en la supervivencia, cada gesto inútil supone un gasto innecesario de energías. Excesos físicos rutinarios. La carretera nos plantea un viaje hacia la supervivencia. Parte de la desesperación, cruza la desesperación, temiendo no llegar sino a la desesperación.

No se sabe por qué, pero Hillcoat nos lo muestra devastado.

 

Adapta la novela de McCarthy con la ayuda de éste. Y un Pulitzer a la Mejor Novela de Ficción no se gana todos los días. Los que estén pensado ir a verla esperando un Mad Max o tonterías por el estilo de Waterworld, que se abstengan pues no encontrarán héroes ni aventuras. Va más en la línea de El planeta de los simios y/o Cuando el destino nos alcance. Pero sin paños calientes, sin florituras, con crudeza y desdén hacia los personajes y los espectadores.

Un mundo arruinado, arrasado, quemado, mutilado… Naturaleza agonizante, civilización, (nuestra civilización), erradicada. Vuelta al Paleolítico en pos del fuego, el alimento inmediato y la lucha por la supervivencia.

 

Solo un matiz: nuestros predecesores, allá por el Paleolítico, vivían y sobrevivían. Y cada pasito que daban era para mejorar sus circunstancias. Esta película nos plantea un frenazo en seco, el final de una civilización y el esfuerzo de los supervivientes, pocos, todo hay que decirlo, por no morir de pena, de miedo, de frío, o de hambre.

Los del Paleolítico no podían comparar su realidad con otra mejor superada, no. Pero estos hombres, los que aparecen en la película, tienen en su retina los últimos vestigios de una sociedad próspera en la que se criaron y de la que ahora se ven privados, y eso pesa. Pesa demasiado.

 

Podríamos pensar que es una secuela, más seria y desarrollada, de Cuando el destino nos alcance, de Richard Fleischer. En otra onda, con otra lectura, con otros motivos, (desconocidos, como decía antes), pero latentes por palpables en cada escena. Es un hervor de más a la película de Fleischer, es el resultado, a largo plazo de los problemas planteados por éste.

 

Pero cruda.

 

En esta película no hay un detective. No hay una “aventura”. Hay personas de carne y hueso que matan y mueren por comer. Y comen para despertar el día siguiente y volver a deambular buscando algo que llevarse a la boca.

No ya por El Señor de los Anillos, que lo borda. Demuestra una capacidad interpretativa que se sale de lo común del panorama cinematográfico. Promesas del Este, Un paseo por la luna, Good, Alatriste, Una historia de violencia, Único testigo (al principio de su carrera)… Papeles tan diferentes entre ellos, interpretaciones camaleónicas en las que no interpreta, sino vive el personaje

 

Un actor, por fin, que no declama sino interpreta, que no se mete en “el papel de”, sino que lo hace suyo por derecho. No es actor a la española, no repite cual papagayo un guion aprendido y escupido. De ahí su acertada selección, e increíble interpretación en Alatriste. Impregna al personaje con su carácter, y si el personaje carece de tal, entonces es un pusilánime, como si lo hubiera sido toda la vida. Un fenómeno interpretativo.

La carretera es dura, muy dura, no apta para estómagos sensibles.

 

No porque haya violencia desmedida, que no hay tal, no porque sobren epítetos, que aparecen con cuenta gotas… Expresa sentimientos en estado puro, y esos sentimientos, si no los filtramos por un código ético, moral, duelen.

 

El mundo de esta película ha quebrantado toda lógica posible, nos encontramos con un padre que ha de enseñar en poco tiempo el arte de la supervivencia a su hijo, un crío, un mocoso de primaria que cuando debería estar embutido en coderas, rodilleras, casco y montado en su bicicleta, está huyendo del mundo a la par que intenta encontrar un sentido para su existencia.

 

Hambre, hambre, hambre…

 

El hambre te mata. Por suerte sólo puedo afirmar esto en teoría. Pero ha de matarte, e impulsarte a lo mas bajo y mezquino, a buscar alimento para engañarte el estómago, a buscar una fuente de energías que te caliente en un invierno polar… El hambre es uno de los motivos en torno a los que gira esta película.

Un mundo en el que el hombre es depredador y depredado, que mata para comer, y muere para ser comido… Un panorama en el que ser hombre no es indulto, ser niño es ser un bocado tierno, y ser mujer es ser objeto de codicia, para poseerlo y después comerlo.

Un mundo sin héroes, en el que das la espalda a una mujer que va a ser violada, asesinada y devorada, junto con su hija. El tiempo que empleen en ella, son kilómetros que poner entre tus posibles asesinos y tú…

Pero no nos engañemos, a pesar de todo lo que he dicho, esta es una película de amor. Amor de un padre dispuesto a todo por forjar un hijo que sepa enfrentarse al mundo cruel en el que vive. Una cuenta atrás que no sabe ni dónde ni cuándo terminará, pero siendo consciente, el padre, de que si no hace bien su trabajo, el día en que él desaparezca, su hijo perecerá detrás de él.