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Don Juan Tenorio

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Don Juan Tenorio es el clásico español para el Día de todos los Santos.

Una tradición cristiana, católica y española, que resiste el embite omnívoro de la fiesta pagana importada del mundo anglosajón. No os negaré que yo mismo he comentado películas para Halloween en el fancine. Y que incluso disfruté esa fiesta tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos. Pero cada cosa en su sitio, en su momento y en su contexto.

No escribo este artículo para abrir un debate, ni sembrar la controversia entre ambas citas. No está en mi ánimo. Tan solo la comento para disfrutar con la obra y rendir homenaje a su autor, José Zorrilla, un monárquico absolutista inmortalizado mediante su obra literaria.

Zorrilla

Un José Zorrilla que nos habla de un antihéroe, pues por tal tengo al Tenorio. Y que nos narra sus aventuras en las que luego me sumergiré. No digo «y desventuras» porque, para mi, quien sufre desventuras son la ristra de víctimas que va dejando cual reguero a su paso por la vida. Una vida díscuola y desordenada que solo podría competir con la del propio Zorrila.

La vida del autor no carecería de aventuras y, sí, desventuras. Creo, hasta cierto punto, que este Tenorio podría haber sido una catarsis personal concebida para expiar sus propios pecados. Remordimientos de conciencia. O quién sabe, quizás, si lejos de penar y confesar, lo escribiera para alardear identificándose con su personaje.

Inició unos estudios que no terminó. El padre comprendió que sus estudios eran una causa perdida y mandó al hijo a trabajar al campo, pero huyó del padre para irse a Madrid y dedicarse al buen vivir… Se casó con una viuda irlandesa y emuló al Tenorio en no saber mantener su arma envainada. De nuevo huyó y se fue a la provincia ultramarina de México.

Escribió su Don Juan y mal vendió los derechos

Regresó a Europa por la muerte de su madre, y lejos de permanecer en la capital marchó a Paris en donde se codeó con autores como Alejandro Dumas y Victor Hugo. De vuelta en Madrid alcanzó la Gloria, aun sin lograr recuperar los derechos sobre su obra mal vendida. Ingresó en la Real Academia Española y en el Teatro Español. Pero su vida, preñada de miel e hiel se oscurecería con la muerte del padre. Se fue de este mundo sin perdonar al hijo díscolo e irreverente… cosa que marcó a Zorrilla por el resto de sus días.

Su vida fue un no parar de aquí para allá. Buscando placer, huyendo de su esposa y seguido, sino perseguido por la ruina. México, Cuba… llegando a convertirse en negrero, de modo efímero, porque hasta eso le salió mal. Fue amigo personal, y poeta de cabecera del Emperador Maximiliano de México y siguió viajando y volviéndose a casar, y viajando, y huyendo ahora sólo de la bancarrota. Roma, creo recordad que Londres, y por fin de vuelta a España.

De tiempo, atemporal

Escritor romántico (empedernido).

Muy de su tiempo. Su prosa salpicó con usos y expresiones tomados prestados del mismo Siglo de Oro, en el que ambienta esta obra. En algunos pasajes lllega a recordarme a La venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca. Aunque más bien debería ser al revés, por mucho que disten sus respectivos géneros (y por el orden de aparición). Muñoz Seca inventa el astracán y Zorrilla lo mismo rima, se lía con su prima (verídico, no es una rima forzada, ni la prima) que encaja sonetos y aliteraciones en su prosa.

Virtuoso con la pluma que centra toda su vida y su actividad en su escritura. Centra hasta sus emociones, y sus acciones, menos las carnales a las que profesa con veneración que al mismo culto. En ellas ahogará sus penas y, mucho me temo, encuentra inspiración para su galán.

Romántico empedernido con un pie en el mundo real y el otro en la Ultratumba. De ahí esta obra, y de ahí su vínculo con el Día de todos los Santos. Coetáneo de Mary Shelley y Lord Byron, para situarnos, a quienes explico en Remando al viento.

Don Juan Tenorio

Es Don Juan un Don Mendo romántico y tenebroso. Un anticipo, casi hasta autobiográfico por el modo en que refleja a un padre inflexible, incapaz de mostrar amor contrario al perdón.

Lo de romántico no tiene pérdida: por su tiempo y por su obra. Ambientada en tiempos de los Tercios con protagonistas desenfadados y pendencieros. Porque de esto va el Tenorio, poco ejemplar y poco constructivo. Coetáneo (en la ficción) de Alatristes y Dartagnanes… Y no anda a la zaga al falso capitán en cuanto a aguerrido, ni es menos fanfarrón que su homólogo francés.

Pero nuestro protagonista de hoy dista mucho de los otros dos.

De Alatriste le separa cuanto habla. Porque Diego vale más por lo que calla que por lo que habla. Y se iguala a él porque no le tiembla el pulso y agujerea a placer a todo el que se le interponga. De d’Artagnan le separa el fondo noble que maquilla sus viles actos. Porque el Tenorio es vil. Es cruel, ladino, pendenciero y canalla.

Malditas apuestas

Sí. Todo nace a partir de una apuesta en la hostería del Laurel.

Dos aventureros sin orden ni concierto miden su honra por el número de deshonras que producen allá por donde pasan. Dos fanfarrones, sin oficio ni beneficio que ven presas en las mujeres y piezas que cobrarse en los demás caballeros. Miden pues sus hazañas y no pudiendo dilucidar cuál de los dos es más bellaco acuerdan una apuesta.

Se dan un año de tiempo para retornar al mismo sitio para relatarse mutuamente el número de conquistas, para medir cuál es mejor galán y el número de muertes, para ver quién se maneja mejor con la espada. La memoria de los duelos deberá ir acompañada por los padrinos que asistieron a ellos, para que puedan atestiguar y no quepa lugar a colar lances que no han tenido lugar.

Hostería del Laurel

El año ha pasado y estamos en época de carnaval. Vemos a Don Juan, en la hostería de un tal Butarelli, en Sevilla. Que aguarda la llegada de su contrincante, Don Luis Mejía. Falta un rato para la hora señalada y Don Juan se ausenta no sin antes dejar una mesa reservada con los dos mejores vinos pagados.

Antes del reencuentro veremos aparecer a dos embozados. Uno llega con máscara de carnaval y el otro se enmascara en la propia hostería. Quieren guardar sus respectivos anonimatos y ambos muestran interés por la persona del Tenorio.

Se sientan uno a cada extremo del lugar dejando la mesa reservada para la cita entrambas.

Llegan también otros caballeros, sin importancia para nosotros, espectadores, pero conocidos de los litigantes y conocedores de la apuesta, ansiosos por conocer al ganador. Todos quieren conocer al bellaco más afortunado y están a las puertas de saberlo.

Lo veo y subo dos

No se ahorran detalles de sus correrías. Don Juan buscó amores y desafíos por Italia. Centrando su campaña en Roma y narrando cómo tuvo que huir trasquilado rumbo al ejército de España, que dejó para dirigirse a Nápoles. Allí fanfarronea de que no hubo escándalo en tal lugar en el que él no estuviera o directamente protagonizara.

Don Luis partió rumbo a Flandes. Allí arruinó virgos, honras y a más de uno ensartó. Todos de él huyeron y él de todos huyó en pos de su fortuna que por tres veces había perdido. Llegó incluso a unirse a bandoleros y los abandonó dejándoles desplumados. De ahí fue a Alemania, en donde fue delatado por un fraile al que emplomó sin que le temblara el pulso antes justo de saltar a Francia y atrincherarse en París.

Ahora está de vuelta, el Mejía, en víspera de su casamiento con Doña Ana de Pantoja, a cuyo enlace no duda en invitar al mismo Don Juan.

Don Juan aplasta a Don Luis con cifras abrumadoras: 32 conquistas contra 23 y 72 muertes contra 56. Sin reparar en la escala social

Don Luis alega que entre las conquistas falta una novicia que esté por tomar sus votos. Dicho esto emplaza al Tenorio a rematar su faena con esta nueva presa en el plazo de veinte días.

Veo tus dos y doblo tu apuesta

Don Juan acepta el reto. Pide seis días en vez de los veinte ofrecidos. Hará suya a la novicia y, puesto que el propio Don Luis está prometido, le dobla la apuesta diciendo que cortejará a la que su contrincante está por tomar como esposa.

Don Luis se sale de sus casillas, ¿cómo osa meter en danza a la que será su esposa? Don Juan comprende que ha herido a quien le acaba de desafiar. Lejos de retractarse, hurga en la herida del ofendido: Puesto que la boda tendrá lugar al día siguiente, con Doña Ana de Pantoja, le dice que será ella su presa, si así se le antoja. Arde Troya.

Ambos contendientes llaman a sus respectivos pajes que salen de la taberna poniendo pies en polvorosa.

Y, en ardiendo, enardecen, se retan, se increpan y discrepan y en estas que uno de los enmascarados se alza y toma la palabra.

Los dos enmascarados

Un señor hecho y derecho, y pertrecho que repudia a Don Juan. Que con su padre apalabró el casamiento de su hija con el mozo que hace del escarnio ajeno su gozo. Reniega de Don Juan porque acudió a la cita para ver con sus ojos si la mala fama que precedía al Tenorio hacía justicia al futuro novio. Y vaya si se ajustaba al canalla. Un deslenguado, mal hablado, cretino, presuntuoso, violento, violentados y asesino.

Así pues rompe el contrato que había firmado con su padre para desvincular a su inocente hija del pacto con el diablo.

Ahí vemos cuán grosero, y cuán grotesco es el protagonista de esta obra. Un ser despreciable. Arrogante, orgulloso, soberbio. Se gusta y le gusta morder presa y, cual cocodrilo, revolverse para arrancar la piel a tiras a sus víctimas. Un ser con talento, y con recursos, puestos todos al servicio del mal. Criminal por natura. Bellaco, canalla… no se me ocurren más adjetivos. Bueno sí se me ocurren, pero huyo de ser soez.

Basto, grosero, soez y tabernario

Esta expresión la he heredado de mi padre.

No había peor insulto para él que llamar a alguien «basto, grosero, soez y tabernario». Era el colmo de la inmundicia. De lo ruin, zafio y deleznable. Y permitidme que os diga, que para Don Juan Tenorio me parece que se ajusta como un guante.

Es basto porque sus modales son ásperos con sus amigos. No quiero pensar con las damas a las que arranca el virgo. Grosero porque no concibe nada ético y lo plasma, o lo verbaliza con improperios. Es soez porque se revuelca en el lodo de su inmundicia y tabernario porque en las tabernas luce las medallas de las víctimas con que ha sembrado sus caminos.

Todo esto para deciros que, lejos de mostrar arrepentimiento alguno, se encara con descaro con el comendador. El padre de Doña Inés. Y se burla de sus miedos. De tal modo que a suma Doña Inés a la diana de su vileza y la pone a la altura de Doña Ana de Pantoja.

Se alza el segundo enmascarado

«Los hijos como tú son hijos de Satanás».

Triste es que un padre se refiera así a su hijo. El cual le había arrancado el antifaz, osando posar su mano en el rostro del caballero que había repudiado de él. Es su propio padre. Acudió a la cita de su hijo porque no daba crédito a los rumores sobre él.

Pero no tuvo más que escuchar a su propio hijo, y ver cómo se jactaba de su conducta vergonzante para comprender que ya no era su hijo. No ese muchacho al que arrulló en sus brazos tiempo ha. Ni es el crío que preguntaba cosas cuando se abría al mundo. Tampoco el joven que con orgullo portaba su apellido. Es un criminal, un vago, un delincuente confeso. Reniega pues del que fuera su hijo. A partir de ahora su rostro queda olvidado y su rastro obviado. Que sólo coincidirá con su sucesor en que porta su mismo nombre y envilece y mancilla sus apellidos.

Padre y Comendador rompen el acuerdo que habían sellado. Y lo rompen de corazón, de buena fe y hermanados en el asco y en el miedo por el diablo que tienen en común.

Los dos truanes se disponen a salir de la taberna para lanzarse a hacer el mal pero caen los dos apresados. Los pajes han hecho sus deberes y cada cual, por separado ha delatado al señor del otro paje. Ambos dan con sus huesos en sendos calabozos.

Empieza el juego

Ambos tienen recursos y en pocas horas vagan por las calles de Sevilla los dos.

Don Luis Mejía acude al balcón de su prometida para pedirla que se guarde del Tenorio y le aguarde a él. Al día siguiente será el casamiento, y si no miento, Don Juan cortejará a la lozana dentro de su propia casa.

El paje del Tenorio reduce, ayudado por una cuadrilla, al novio, y deja a la novia expuesta a los colmillos del depredador de su amo. Quien depreda. Vaya si depreda. Y corrompe a la dueña de la moza casadera con monedas de oro. Ella abrirá las puertas, y las piernas de la moza para que el Tenorio entre en plaza y ponga su pica en todo lo alto. Y él se gusta y se goza imaginando al novio enjaulado. Sabedor del peligro que corre su prometida e impotente porque no tiene escpatoria.

No nos engañemos con Don Luis Mejía

Puede que la compasión nos tiente. Y puede que, viendo al lobo del Tenorio merodeando alrededor del cervatillo de Doña Ana, nos pongamos del lado del Mejía. Nada más lejos. Pues Mejía y Tenorio son de la misma calaña. Son de los que dan mala fama a España sembrando odio, dolor y resignación por donde pasan. Don Luis y Don Juan son la misma ponzoña. La misma hez. Si yo pudiera, daría con ellos en la cárcel, o mejor aún, en el osario, a la misma vez.

Y mientras aparece otra dueña, esta vez la de Doña Inés. Alcahueta clueca que supura avidez y desdén por la dama a la que protege. Mujer resentida con la vida. Despreciada y despreciable, que subasta sus servicios y paga con su niña al que todo apuesta por sus vicios.

Esto significa que tiene el Tenorio un pie en Doña Ana y ya ha puesto el otro en Doña Inés.

Y veremos cómo macera la doña de la niña a la Doña. La macera, la prepara y le pone la carne en el horno al criminal, para que no tenga más que morder. Lee la mocita una carta del seductor y cuando dejan de temblar sus rodillas está vencida para la causa.

Doña Inés

La verdadera víctima del Tenorio es Doña Inés. Una niña, de diecisiete años, novicia, que ha pasado su vida entera entre los muros de un convento. Esta es la muchacha cuyo casamiento había apalabrado su padre, el comendador, precisamente con el pecador. Y esta es la muchacha que por pieza de caza se ha propuesto el apuesto Don Juan.

Cuando quiera el padre entrar en el convento, porque a ello está autorizado por ser comendador de la Orden de Calatrava lo hará para velar por la integridad física, y moral, de su hija. Y por su honra, o la de ambos, que no quiere ver mancillada por el jueguista que está en Sevilla, que sin silla se la quiere montar.

Pero cuando llega el truhan, Doña mediante, habrá huido con la moza desmayada en sus brazos rumbo a su villa, a la otra orilla del Guadalquivir.

La bella y la bestia

Asistiremos, contra todo pronóstico, a un golpe de timón inesperado.

Don Juan es la bestia y Doña Inés la bella. Bella, cándida, inocente, pueril, juvenil… Y su bestia, dispuesto como estaba a cablagarla con tal de añadir su nombre en la lista de trofeos, se enamora. Pero se enamora como un becerro. El carnero, macho cabrío, por no llamarle cabrón, pierde su cornamenta, y baja su cabeza, hinca su rodilla en el suelo y se le afloja el corazón.

Y en estas que llega Don Luis. A quien despacha el Tenorio, pero no con acero sino poniéndolo al margen, que espere su turno. Y pasa a ser testigo del derrumbamiento de Don Juan. Don Juan protagoniza ahora la más clásica de las escenas de esta obra romántica…

«No es verdad angel de amor…»

LLegados a este punto Don Juan ha perdido el control sobre su persona. Ya ni es persona, sino pelele humano. Está en la mano de una niña, a la que enamora y de la que se enamora. La novicia ha atravesado su corazón con sus ojos y remueve sus trocitos cual despojos.

Don Juan se humilla. Suplica, se arrastra… No se reconoce, no sabe qué le pasa. Esto tiene que ser amor. Y lo que era una vil apuesta, para ganarse el corazón de la niña, se ha convertir en puro y duro amor.

La mirada virginal de la novicia ha logrado lo que no lograron cien espadachines ni veinte alguaciles. Ha derrotado al Tenorio y le tiene cogido por los abalorios. Hasta el punto de que se declaran mutuo amor, cuando irrumpe en esecena el comendador. Esto es, el padre de la muchacha que acude presto al rescate de su hija en salvaguarda de su honor.

Don Juan alega que ha cambiado. Ni cambiado te quiero yo en mi vida, y menos vinculado a mi hija dice el de la Orden de Calatrava. Y en estas que Luis ve que es momento de reaparecer para burlarse del Tenorio. Ha sido testigo de su enamoramiento, pero esto a él le da igual. Ha fastidiado su casamiento no será él quien propicie el del corneador. Empuja el orgullo del Tenorio, y junto con el padre de la muchacha lo arrinconan hasta que se le cae la careta al carnero y desenvaina su espada y empuña su pistola presto para defenderse del uno, del otro y de los dos.

Entonces, acorralado, aflora el canalla que siempre fue

Se siente impotente porque dice la verdad y no le creen.

Quizás sea la única verdad que ha escupido por su boca en toda su vida. Y rabia y pena y se revuelve porque el padre de la cría no da crédito a lo que escucha. Es verdad por el amor de Dios, que este hombre podría alcanzar su perdón porque el remedio para su maldad, la curación de su vileza y el exorcismo del diablo que lleva dentro se consumará consumando su casamiento y lo que viene después de éste con esa hembra frágil y prístina. Doña Inés es su catarsis y su curación.

Pero el padre dice que verdes las han segado. ¿Cómo creer al mayor mentiroso del Reino? ¿Cómo entregar a su hija al mayor depravado del continente? Tarde o temprano la asesinará, y si no la asesina, la humillará o la repudiará.Vade retro Satanás, y Satanás, sin código ético, y sin moral, descerraja al que no será su suegro emplomando sus intestinos y dejando olor a pólvora en el lugar. Un disparo sucio, feo y traicionero, nada de caballero sino de quien acosutmbra a sobrevivir. Y después le hace un siete al Mejía, punto y final de la contienda y para la apuesta.

Y más Don Juan que nunca, el Tenorio huye.

Para regresar a Sevilla cinco años después

Y encontrarse con que su padre ha muerto.

El panorama ha cambiado. Su hacienda y su herencia, y el palacio familiar han sido derruidos por su propio padre, antes de morir. No quiso dejar al hijo ni media onza de plata. Reniega de él y lo repudia hasta el punto de erigir un pantón en el solar de su hacienda para acoger en su seno a todos los infelices muertos por la mano de su hijo.

Allí están muchos de ellos, porque otros, por supuesto, serán pasto de algún cruce de caminos o de alguna fosa común en España, Flandes, Italia, Francia o Alemania…

Y ahí está su amada Doña Inés, y su padre el comendador.

El Don Juan Tenorio sobrenatural

La película vuelve a dar un giro, esta vez sobrenatural. Pues Doña Inés hablará a Don Juan desde su purgatorio, cuando él se desmorona frente a su sepultura.

Esta es la parte, el desenlace, que da lógica y explica que esta obra se convirtiera en un clásico del día de todos los santos. No diré «el Halloween español» porque pondría en riesgo mi integridad física…

En estas que Inés le deja claro a Juan que en yaciendo en la misma noche podrán vivir en la ultratumba la dicha que no merecieron en vida. Pero poco a poco el Tenorio se rehace y se enfrenta a los fantasmas de sus muertos. Y en llegando dos antiguos camaradas termina convidándolos en su nueva morada en Sevilla para una cena a tres: el capitán Centellas, Don Rafael de Avellaneda y el propio Don Juan.

Aunque más que tres serán cuatro, pues antes de partir del panteón, invita al mismísimo comendador para que se una al trío, y en la casa veremos que tiene dispuesto un cubierto.

Un pie en este mundo y el otro en el inframundo

Peroratas al margen, y bravuconadas varias, Ciutti, el paje, criado de Don Juan acudirá a la llamada de un paisano que golpea con las aldabas en la puerta de la casa. Pero Ciutti no alcanza a ver a nadie. Y ese «nadie«, por San Ginés, avanza espacio a espacio y estancia tras estancia. Y cada vez que supera una repite su llamada. Al principio golpeando con la aldaba. Ahora golpeando en el suelo del salón. O dando golpecitos en las puertas cerradas.

Don Juan se piensa víctima de una broma de sus amigos. Y los amigos confiesan no saber nada de nada. Don Juan agasaja con vino y con Jerez, y ambos perderán el conocimiento, y no por embriaguez, sino por razones sobrenaturales.

El espectro del de Calatraba llega de ultratumba

Se materializa el espectro del comendador… invocado se siente convocado tras haber sido invitado por el rufián.

Don Juan habla cara a cara con el mismo que descerrajó con disparo bellaco. Se le presenta para dar fe de que Dios existe y de que hay una vida después de la muerte. Dicho sea de paso Don Juan ha sido siempre un descreído y los cimientos de su laicismo se empiezan a tambalear.

Doña Inés anuncia la muerte de Don Juan

Esta nueva aparición le coge por sorpresa. Pero el fantasma de ella le expresa que en veinticuatro horas, a partir de esta, sus cuerpos reposarán en descanso eterno, juntos, en su panteón.

Ella se difumina y él vuelve en si pensando que es la víctima de una broma por parte de sus amigos, que niegan y reniegan tal broma. Discuten, discrepan y como Don Juan está condenado a terminado todo mal, por su afán de nunca quedar por debajo, se enfrenta con el amigo y con el capitán. Él los acusa de bromear a su costa y ellos dicen que han sido narcotizados por él, y burlados también.

Habrá un cruce de acusaciones de mentriosos y al final terminarán abandonando la casa para batirse con el acero en la calle. Textualmente, para que nadie piense que los asesinó dentro de la casa.

Y por fin, Don Juan, sediento de almas y embriagado de sangre, esta vez dará un sorbo amargo siendo atravesado por el acero del capitán. Don Juan saborea el dulzor salado de su propia sangre y se despide de la vida lentamente.

«Jamás creí en fantasmas, ¡desvaríos!» Pero ahí está, agujereado por su amigo el capitán, empujado por los fantasmas y recibido por los fantasmas en la vida posterior.

Adiós al canalla

No olvidemos que Don Juan tiene dos momentos de lucidez en toda una vida de carnicero. Uno porque se encapricha de una niña que ha raptado y el otro porque ve con sus ojos lo que su soberbia le había velado y negado y renegado hasta de la propia fe.

Ni si quiera a las puertas de la muerte, cuando el espectro del comendador le ofrece la salvación mediante un acto de contricción, ni si quiera entonces se baja de su soberbia. Ya escucha las campanas doblando por él. Ya están cabando el foso en el que reposará… Y los salmos penitenciales que se entonan por el alma del Tenorio, muerto en vida y desprendido de su cuerpo que yace frío a la puerta de su casa. Más frío que el acero del capitán que le atravesó y muerte dio.

Para colmo el comendador le pide disculpas por haber sido injusto con él, cuando no creyó su confesión. Cuando por un momento y por último en vida supo amar y supo creer y abrió sus ojos a la Humanidad.

A las puertas de la muerte Don Juan se abre al Dios clemente y Doña Inés acude para acoger el alma de Don Juan y salvarle del castigo eterno en el Infierno.

Y aún así digo y repito, que Don Juan es el malo de esta obra y los buenos yacen tiesos consumidos hasta sus huesos por la mano del Tenorio. El ángel del demonio que en el último verso agradece la clemencia divina y se rinde al Dios de Don Juan tenorio.

Gracias RTVE – Estudio 1

Primero por filmarlo allá por 1966. Y segundo por tenerlo y ponerlo a disposición para los amantes del cine español, y del teatro.

Podréis ver la película entera con la voz cabernosa, casi de ultratumba de Paco Rabal en su Web:

RTVE Play – Estudio 1 – Don Juan Tenorio

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