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Remando al viento

Tabla de contenidos

Son pocas las veces en las que Historia, Cine y Literatura han hecho tan buen equipo como en Remando al viento.

Y que conste que de literatura tiene lo que atañe al guion, pues no hay, ni se pretendía, adaptación literaria alguna. Quizás sería más correcto hablar de metaliteratura, puesto que ésta saldrá de las páginas de un libro para filtrarse en la vida de su autora y repercutir en la vida de quienes la rodean. Pero ya os hablaré de esto…
 
Me refiero, como bien sabréis, a Frankenstein, por lo que entro a saco en la película destripándola desde la presentación. Aunque, como os decía, esta peli no es una adaptación de la novela. Y sin embargo es, para mi humilde conocimiento, la mejor de todas (aún sin serlo).
 
Es contradictorio, ¿verdad?

La mejor versión de Frankenstein

Y realmente no es una adaptación literaria

Veré si me sé explicar.
 
En verdad no vamos a ver la  novela de Frankenstein, pero veremos a la criatura, a modo de catarsis o de expiación de Mary Shelley… Creo que este primer intento para explicarme no es el más idóneo.
 
Olvidadlo.
 
Vuelvo a empezar.
 
Estamos más bien ante la biografía de Mary Shelley, la creadora de Frankenstein. «Bonito palabro» he usado: «creadora». Permitidme que lo deje en el aire y luego vuelva sobre el tema.

La imaginación de Mary Shelley galvanizó a Lord Byron

Lo entrecomillo porque así me referí a ella cuando me atreví a describirla en mi comentario de Frankenstein o el moderno Prometeo, en el troblogdita. A la sazón, esta es una de mis obras literarias favoritas. Y es que de galvanismo va la cosa. Pero permitidme, también, que me guarde esto para más adelante.
 
Ya van tres argumentos sobre los que retornaré:
  1. Metaliteratura
  2. Capacidad para crear y
  3. Galvanismo
Sigo introduciendo esta obra cinematográfica, de Gonzalo Suárez. Obra que me parece un delicioso y delicado encaje de bolillos para hacer una película sencillamente preciosa. Huirá del romanticismo gótico y convierte su obra en un canto triste a la alegría.
 
Preciosa y triste, pues es un canto al viento. Es lo que el cine español podría haber sido, o podría ser si hubiera estado o estuviera en manos de cineastas en vez de cazadores de recompensas y de subvenciones. Esto se plasmó en los Goya, pues Remando al viento optó a Mejor Película y el Goya se lo llevó Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar. Esta última me parece un peliculón, y me he reído con ella hasta decir basta, pero una cosa es ser una gran comedia y otra muy diferente es ser la Mejor Película de todo un cine cuando, para serlo, ha tenido que defenestrar una joya cómo la que comento hoy de Gonzalo Suárez quien, sin embargo, se llevó el premio a la Mejor Dirección.
 
Negando el Premio y el reconocimiento a Remando al viento la industria o Academia del cine español se comió un Goya como una joya.

Canto del cine español a la decadencia del romanticismo

Romanticismo concebido como vía de escape del mundo real. Es la  búsqueda de un mundo idealizado.
 
En la peli veremos poetas románticos, y escritores románticos que llevaban su romanticismo hasta el extremo y lo exacerbaban hasta la muerte. El romanticismo se nos inocula a través del flashback mediante el cual Shelley expía su pecado: Ni más ni menos que haber concebido a la criatura de Frankenstein.
 
Huelga decir, espero que huelgue a estas alturas, que cuando hablo de «la criatura» me refiero al ser creado por el verdadero monstruo que es el Dr. Victor Frankenstein. La criatura es más bien víctima que verdugo… y víctima de la megalomanía de su creador.
 
Por eso decía «capacidad para crear», porque Shelley, en Frankenstein, crea la figura del creador de vida a partir de la materia muerta. Querría ahondar en esto último pero sería adentrarme en el galvanismo y sobre ello hablaré después.
 
Será en la expiación de ese pecado que Shelley, y con ella Gonzalo Suárez, como guionista primero y director después, quienes nos empujen al abismo metaliterario…

Metaliteratura en Remando al viento

Esta parte es la más compleja de todas.
 
Antes dije que esta es la mejor adaptación de Frankenstein sin ser una adaptación de Frankenstein. Paradójico pero lógico en cuanto os lo explique.
 
Ya sabemos que estamos ante un biopic. Vamos culebreando por la biografía de Mary Shelley. Y con ella descubriremos a Percy B. Shelley, a Polidori y a Lord Byron, el poeta romántico y decadente por antonomasia. Acudió a Grecia para liberarla del imperio otomano y reconciliarse con su vena romántica. Exacerbada hasta el infinito. Y ese infinito le costó la vida, lo cual colaboró a esculpir su nombre en el granito de la Historia como uno de los referentes de un período histórico y de un movimiento literario (y cultural) que intercalaba la razón con la emoción.
 
Me he detenido en Lord Byron porque serán su personalidad, su extravagancia y su don de gentes, los «galvanizadores» que estimularán el intelecto literario de todos los autores citados. Y todavía no abordo el galvanismo…
 
Estas cuatro figuras terminarán reunidas al mismo tiempo en el mismo sitio. Cuatro personalidades dispares, tres impetuosas y fuertes: Byron y los Shelley. Otra más frágil, a golpe de desprecio y menosprecio: Polidori. En una noche tempestuosa en Villa Diodati, Suiza, se conjurarán a la literatura y decidirán, a modo de reto intelectual y pasatiempo, escribir cada uno de ellos una historia de terror.
De esa noche tempestuosa saldrían dos joyas literarias. La de Polidori El vampiro. Uno de los pilares del subgénero vampírico de terror y la que nos concierne en este comentario: Frankenstein, un subgénero en si mismo.
 
Aquí comienza la metaliteratura, porque en su obra Mary Shelley, otorga la potestad del creador al Dr. Victor Frankenstein, impulsado por la corriente galvánica. No hay término más apropiado que «corriente» pues el galvanismo… bueno, el galvanismo lo explicaré después. A diferencia de la novela de Shelley, Gonzalo Suárez traspondrá a Shelley como creadora de la criatura. Y, ojo que no nos miente. Es cierto que en la literatura Shelley propone a Victor como creador, pero en la recreación cinematográfica, Suárez nos propone a Mary, pero no en cuanto a creadora última de la criatura, sino en creadora por omisión pues genera una elipsis voluntaria para obviar el paso intermedio entre Mary Shelley y el bicho, que es Victor.
 
Ahí está el primer rasgo metaliterario.
 
En el momento en que prescindes de la herramienta creadora de Shelley en su obra, como creadora última, ella termina convirtiéndose en su propia herramienta. Oiréis a muchos críticos hablar de literatura y de cómo ésta aflora en la película, pero no he leído ni escuchado a ninguno explicar esta peculiaridad.
 
Ya podemos abordar la verdadera metaliteratura, o aquella en la que todos o casi todos caen cuando ven la película. Todos los que estén medianamente leídos, claro está… Pues sí, Gonzalo Suárez extraerá al monstruo (lo llamaré así para no confundir a los menos ilustrados) del papel para colarlo en la vida real que se supone que estamos viendo en la que interactúan los cuatro intelectuales.
Hubo un primer vuelco imaginativo en el que Shelley plasmó su pensamiento y dio cuerpo literario al monstruo y un segundo en el que Suárez hará que el monstruo pase del mundo bidimensional al tridimensional y cobre vida literal, no literaria.
 
Será mediante este recurso que Mary Shelley viva y conviva con su creación y esta sirva a modo de expiación de todos sus pecados. Los cometidos y los por cometer. Si Victor fue padre y creador, la creadora del padre no puede ser menos que un semidiós en la Tierra. Ahora bien, cuando llegué a convencerme de esto, la propia Shelley se despoja de toda humanidad y aborda a Byron para confesarle que ella es el monstruo y el monstruo es ella desde que naciera y su parto provocara la muerte de su madre. El monstruo es pues esa expiación de todos sus pecados y la perversión de sus anhelos más oscuros. Perversión y mano ejecutora de su voluntad.
 
Suárez lo deja bien claro, ya desde el mismísimo inicio de la película cuando intercambia a Victor por Mary como narrador de su historia y nos presenta a Robert Walton casi como el confesor de los pecados de Frankenstein/Shelley. A diferencia de la novela, en la que el barco está atrapado en el hielo, éste navega entre bloques sin aparente obstáculo.
 
En la peli no nos detenemos en la relación epistolar entre el capitán del barco y su hermana, ni será (del todo) esa relación la que encauce el resto de la narración. Pero lo que no nos ofrece duda alguna es que es un principio a modo de declaración de intenciones por parte del cineasta. Del valiente cineasta, porque he de reconocer que es una filigrana que cuesta imaginar y más cuesta plasmar. Pero que una vez plasmada podría ser blasfemia, o simple basura y él logra hacerla rayando lo sublime.

Frankenstein y el Galvanismo – Siglos XVIII y XIX

Es la chispa que da la vida al monstruo.
 
Literalmente, no en sentido literario.
 
El galvanismo es una teoría científica desarrollada por Galvani que abogaba por la viabilidad de devolver a la vida un cuerpo inerte mediante la inducción de corrientes eléctricas. Y con esto podría decir que he resumido la obra de Frankenstein, entera. Salvo por un detalle: el monstruo no es un cuerpo devuelto a la vida sino la suma de las partes de varios cuerpos inertes.
 
Para que os hagáis una idea, tanto es así que experimentaban en universidades como la de Glasgow con los cadáveres de ahorcados. Les ponían corrientes en el nervio frénico y lograban algunos resultados. Si buscáis en Wikipedia leeréis que un tal Dr. Ure reanimó en 1818 el cuerpo cadáver de un ajusticiado. Quiero creer que no se refieren a que lo resucitara sino que lograra toda una panoplia de gestos y movimientos reflejos al inyectar electricidad en el cuerpo y llegar esta a los músculos y tendones del cuerpo… Esto es pura especulación por mi parte, porque no tengo ni idea sobre la materia.
 
Todo esto explica la figura galvanizadora de Byron con respecto al resto del grupo, pues será él quien reúna a todos y los acoja, los estimule intelectualmente y los azuce para que saquen lo mejor de dentro.
 
Ese Galvanismo respondería o se amoldaría al momento soñador de Byron: «el mejor poema sería aquel que creara un ser real de la fantasía». Es decir, hacerlo surgir con la fuerza de la imaginación.

Volviendo a Remando al viento

La relación descrita con el monstruo parece una metáfora de cómo todos podríamos tener uno en nuestro interior y cómo solo unos pocos lo pueden dejar aflorar, o no lo saben contener, que es todo lo contrario. Esto lo vemos con el suicidio de Polidori y el pesar que tiene Mary Shelley porque se considera responsable de su muerte al haber sido llevado por la criatura que ha salido de ella por no saberlo contener.
 
Si tú has creado a la criatura asúmelo, tras ser una y otra vez heraldo de la muerte y haberla visto cuando Byron partía hacia la guerra… Poco más o menos que diciendo al pobre Byron que si parte para Grecia está listo para papeles, al más puro estilo Aquiles si parte para Troya…
 
Hay que dejar claro que en esta peli el monstruo no mata sino que culmina los anhelos más oscuros de Shelley. Detalle a tener muy en cuenta para poder comprender el argumento de Remando al viento.
Al contrario, vemos…

Un monstruo en busca de la virtud

La narración es omnisciente y, al mismo tiempo, omite explicaciones.
 
Esto dificultará sobre medida la comprensión de Remando el viento para los jóvenes de nuestros días, a los que hay que masticar cada gesto, palabra y personaje que ven en el cine y es mediante esas explicaciones que ceden su nulo intelecto a la manipulación, pues ni conocen la historia, para qué hablar de literatura, ni son capaces de discernir, criticar, dudar o reflexionar, ni hablar de filosofar, porque les hemos negado los resortes del pensamiento.
 
Para entender este último párrafo deciros que el narrador omnisciente no es el escritor sino una figura puesta por éste en la novela, para que hable por él y que lo sabe todo. Lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que pasará.
 
En la novela estaría más claro en la figura de Victor narrando su historia al capitán del barco… Ese narrador (omnisciente) aporta credibilidad al texto explicando lo que ocurre, y precisamente, ahí radica la habilidad de Suárez, éste narrador expone hechos pero no los explica y, según mi parecer, instrumentaliza a los distintos personajes de la historia cuyo mayor exponente, a mi parecer, es la propia Mary Shelley recreada por el director.

Por eso muchos tacharon de pretenciosa a esta joya

Porque no nos explica quién es quien: ni Byron, ni Shelley, ni a nadie, dando las biografías de los escritores por conocida. Ni si quiera nos explica la obra literaria de Frankenstein, la da por leída. De ahí que intercale pasajes sin detenerse en su explicación. Y ahí radica su fuerza narrativa al sumergirnos sin preámbulos en la película obligándonos a pisar con un pie en la novela y el otro pie en su guion.
 
Esto valía cuando la formación académica, la Educación y la lectura se sobreentendían como parte de la formación personal de cada uno de nosotros. Hoy vamos de bruces al 1984 de Orwell en una decadencia social que se ha agudizado de 2012 hasta nuestros días… Y por social me refiero a ético, moral e intelectual.
 
Ese no darnos nada masticado podríamos aplicarlo a los personajes, a sus biografías, a los episodios reales de los mismos y a citas. No explica nada, ni la psique que subyace en cada uno de ellos ni el reflejo de ésta en su vida cotidiana. Ni siquiera nos explica el odio, y desdén, de Byron hacia Escocia y los escoceses. Lo vemos, lo palpamos, se verbaliza pero no se explica.
Tanto es así que por momentos yo mismo dudo de la omnisciencia del narrador… Pero es, por el mero hecho de arrancar como arranca lo es. Quizás sea omnisciente y vago, o vaga en este caso. U omnisciente y despistado. O quizás omnisciente y vuelva a ser perversa (Shelley) por llevarnos de aquí para allá omitiendo información que, por otro lado, siendo de cultura general ella (y sobre ella Suárez) darían por sobreentendidas… ¿No es magnífica esta película?
 
El mejor poema sería aquel que creara de la fantasía un ser real, es decir, ser capaces de concebir con la imaginación, cosa que rescata Gonzalo Suárez para apartar a Victor Frankenstein del inicio de la peli para trasplantar a Shelley en el Ártico y otorgar una pátina de veracidad a la fantasía y permuta ficción por realidad. Esto es genialidad consumada en cine.
 
Por todo lo dicho y por el tratamiento que recibe el monstruo en la película siempre que me han preguntado por mi peli de Frankenstein favorita he respondido y responderé, con permiso de El jovencito Frankenstein, que Remando al viento refleja como ninguna otra la obra de Mary Shelley.

Una obra de Arte del cine español

Todo… guion, interpretaciones, dirección y hasta la fotografía son sencillamente magistrales. El uso de la jirafa para ilustrar la extravagancia de Byron, sus diálogos y la manera de humillar a Polidori para demostrar su arrognacia, y hasta las citas históricas, como la de la bola de billar hecha con los huesos de un soldado napoleónico muerto en Waterloo me parece, todo, absolutamente todo maravilloso.
 
A fuerza de ser pesado dejadme dar un par más de pinceladas sobre esta peli que me cautivó cuando estudiaba, precisamente, Filología.
Os hablaré de Hugh Grant, quien después se hizo archi famoso por protagonizar las mejores comedias de los 90s. Esta fue su tercera película y, probablemente, la que le hizo ganarse un mejor puesto y mejor reputación como actor. Borda el papel de Byron y lo encarna con maestría.
 
No recuerdo con total exactitud una anécdota que decía que rompió o rescindió un contrato con la BBC para poder terminar de filmar esta película. Cuando nadie osaba dar la espalda a la BBC, y cuando estaba a punto de rodar una serie de televisión.

Descubrí esta peli estudiando Filología en la Complutense

Entonces tuve el gustazo de debatir con una profesora de literatura, Esther Sánchez Pardo, puntos de vista dispares a propósito de esta obra.
 
De esta obra, de su visión e interpretación marxista de toda la literatura. Porque ojo al dato, para aprobar nos decía que teníamos que responder a sus preguntas pensando como verdaderos marxistas. Y matizaba que ahí estaba la dificultad de su materia, no en la lectura, sino en interpretarla prescindiendo de la propia voluntad y de los condicionantes individuales que hubiera tenido cada uno hasta ese momento. Que teníamos que aprender a no pensar como hasta la fecha y ver, leer, pensar y responder en clave marxista.
 
En el caso de Frankenstein, en concreto, nos quiso obligar a hacer un trabajo desde el prisma feminista, cosa que me negué. Mi argumento, en el trabajo, fue que semánticamente cualquiera puede arrimar el ascua a su sardina para hacer la interpretación que a uno le parezca, pero que limitar la Literatura a machismo y/o feminismo era retorcer las palabras de los autores por propia conveniencia y alejarnos a su voluntad literaria para reinventarnos su mensaje a placer. Eso es lo que está ocurriendo en la actualidad con Tolkien sin ir más lejos, como explico en el podcast Tolkien en Antena Historia y en mi blog: Tolkien en el fancine. De la interpretación marxista ya ni hablamos.
 
Lo curioso es que hablo de la Universidad Complutense, que es pública y en la que tú, como estudiante, te matriculabas seleccionando unas materias u otras en función de un programa. Eso, para mi, era un contrato vinculante: tú pagas X€, entonces pesetas, por X créditos a partir de una materia descrita en el programa de estudios. Por ejemplo Literatura colonial británica y luego llegaba la profesora de turno alegando libertad de cátedra y prostituía la materia (por la que habías pagado al matricularte y la habías elegido por el programa). Total, que de literatura colonial pasaba a darte la interpretación marxista de la literatura nativa post imperialismo. Vamos, que su libertad de cátedra pisoteaba el contrato vinculante alumno/Universidad y la permitía usar su cátedra pública en la Complutense para adoctrinar en vez de enseñar.
 
Como protesté y me quejé, y la rebatí cada argumento día tras día, clase tras clase, al final llegó lo mejor. El día del examen la Dra. Sánchez Pardo nos reiteró aquello de «podréis aprobar este examen pero sólo sacaréis un sobresaliente si habéis aprendido a pensar como marxistas para responder correctamente a las preguntas». Por eso rellené los datos en mi hoja de examen, lo firmé y lo presenté en blanco. A modo de protesta. Y va ella y me pone un notable.
 
¡Un notable!
 
Si lo había dejado en blanco.
 
Pedí tutoría para que me explicara la nota y me dijo que un alumno brillante no podía suspender su asignatura. Y yo la dije que eso era prevaricación, que no podía poner un Notable en un examen en blanco porque ella tuviera en buena estima al alumno. La pedí que me suspendiera y la expliqué que lo hacía para que nunca pudiera chantajearme por haberme aprobado un examen por el hecho de caerle en gracia. Pero sobre todo para que nunca pudiera usar esa nota para callarme diciendo que protesté mucho pero acepté su prevaricación. Por suerte me suspendió y me liberó de cualquier compromiso de silencio sobre aquellos hechos.
 
Así y con todo, me quedo con la parte buena y era que, cada uno desde un prisma distinto, el suyo político y el mío literario, compartíamos pasión por la obra de Mary Shelley.

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