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Máxima precisión – Good kill

Tabla de contenidos

Ficha técnica

Título: Máxima precisión
Título original: Good Kill
Director: Andrew Niccol
Guion: Andrew Niccol
Nacionalidad: USA
Año: 2015
Producción: Andrew Niccol, Mark Amin, Nicolas Chartier, Zev Foreman
Productora: Voltage
Distribuidora: IFC
Duración: 102′
Música: Christophe Beck
Fotografía: Amir Mokri
Montaje: Zach Staenberg

Ficha artística

Ethan Hawke – Coronel Thomas Egan
January Jones – Molly Egan

«Good Kill» es la expresión que usan los pilotos de drones cuando hacen un ataque y alcanzan su objetivo

Máxima precisión… Su significado literal sería «buena muerte», «bien muerto» o sencillamente «muerto». Pero nuestros traductores han cambiado el nombre y con él buena parte del sentido del título por «Máxima precisión». No me imagino yo a uno de estos pilotos de drones gritando «máxima precisión» para festejar un ataque certero.
 
Traductores a parte, y de ellos hablaré algo en este comentario, pero no de los del cine, sino de los afganos.
 
Vamos con la peli. Una película que no podría estar más de actualidad, a pesar de pasar desapercibida en su día salvo para los tres o cuatro raritos que vemos todo lo que huela a cine bélico.
 
Digo que no podría estar más de actualidad por las fechas en las que publico mi comentario, a la sazón, inmersos en la evacuación de occidentales de Afganistán tras la espantada americana propiciada por Joe Biden, al más puro estilo Zapatero en Irak.
 
Su salida precipitada, desorganizada y descoordinada ha centrifugado Afganistán y lo ha puesto en manos de los talibanes. Militares, empresarios, diplomáticos occidentales han puesto pies en polvorosa… todos, en mayor o menor medida han salido volando de Afganistán, dejando atrás, por culpa de esa precipitación y de esa falta de planificación a los militares locales y a los traductores que se han jugado el pellejo durante 20 años ayudando a Occidente para protegerlos del fundamentalismo. Y allí están muchos de ellos, listos para papeles.
 
También hemos visto escenas casi de película, con centenares de personas intentando subirse a los aviones en marcha para huir. E imágenes de aviones repletas de afganos. Sin afganes ni afganas. Precisamente los que más necesitaban salir pitando. De estos dos grupos, ni une, ni una. Las afganas no han podido huir, ni los niños, sólo sus maridos «heteropatriarcales». A ellas les tocará ahora taparse de arriba abajo. Les afganes lo tienen peor, les espera ser lapidados o colgados, pero la progresía occidental no dice ni mu. Ni colectivos LBGTI o LGBTI ni nada por el estilo, ni feministas: ninguna protesta por lo que les caerá a les suyes allí. Y les va a caer… ya les está cayendo a los pobres. Y les de aquí chitón.
 
Antes mencioné a los traductores e intérpretes afganos que han acompañado a los españoles en las diferentes misiones en Afganistán. Por suerte parece ser que nos los hemos traído con nosotros. Allí estaban condenados a muerte y dejarlos no habría sido un pago correcto por sus servicios y sacrificios. Hablando de intérpretes, os recomiendo ver El pacto, de 2023.
 
Atrás quedan los 12 valientes (novela Soldados a caballo de Doug Stanton), los más de 2500 soldados americanos muertos y 102 españoles.
Incluidos los 17 del helicóptero español que Bono, ministro de defensa de Zapatero, intentó maquillar como un «accidente» para no aceptar su derribo a manos de talibanes. Para no tener que reconocer que la misión de paz y campanillas que nos querían vender, era en verdad una guerra. De eso hace dieciséis años. Se dice pronto, e inspiró una peli española que comenté en 2017: Zona hostil.
 
En ambas pelis hablo de la presencia occidental en Afganistán para ayudar a la reconstrucción del país… pero todo ha sido en vano.
 
Se han evacuado las tropas occidentales. Si se piensa hacer algo en un futuro próximo sera, con toda seguridad, mediante drones. Para dejar de poner en peligro la vida de más soldados. Soldados americanos, pues son fundamentalmente ellos quienes ponen la pasta y la sangre.

Los drones está de actualidad

Y para concretar, por dos cosas en particular:
  1. El horno no está para bollos en estos momentos en Afganistán. Biden  ha precipitado la agenda de Trump y Obama, quien la activó en 2017, para ir abandonando el lugar. El ejército local ha sido desmantelado, ha huido o se ha unido a los talibanes en una semana. Continuar las labores antiterroristas para luchar con los talibanes mediante drones queda pausada… Y sin embargo, pese a todo, se han producido dos ataques con drones, uno el 27 de agosto, contra uno o dos líderes talibanes en Nangarhar, tras el ataque en Kabul. Y otro contra un supuesto terrorista de ISIS que pretendería volver a atentar en el aeropuerto de Kabul hoy mismo, hace menos de una hora
  2. En paralelo, si no estoy confundido, pretendían reimpulsar los ataques no tripulados en otros territorios hostiles donde actúan otros grupos terroristas de corte islamista, sobre todo en África
Por todo este rollo que os he metido hasta llegar aquí creo que esta peli cobra protagonismo y se presenta como de total actualidad. O se presentaría, si alguien la conociera. Por eso me he inclinado a comentarla, para explicar un poco en qué consiste esto de la guerra con drones y, de paso, para abordar el aspecto humano que refleja el coronel Thomas Egan en la película.
 
Antes de comentarla he buscado algunas críticas en medios especializados y, para mi frustración, no he encontrado nada. Nada de nada, salvo dos comentarios en Youtube que no suman los 6 minutos juntos. Lo hacía por si encontraba algún aspecto técnico, del dron o de la peli que fuera interesante para reforzar mi comentario, incluyendo la correspondiente mención, pero ha sido como buscar una sombra en el desierto. Eso sí, las páginas de cine que tienen reseñas (breves) comparten la misma cantinela hablando de la ética del piloto de drones… todas cortadas por el mismo patrón.
 
Vamos al tema.
El director y guionista de esta peli, Andrew Niccol, a la sazón guionista de El show de Truman, nos plantea dos cosas en su peli:
  1. La guerra del futuro: mediante tecnología = drones
  2. Las consecuencias éticas y psicológicas de este tipo de guerra
Grosso modo esos serían los dos temas de la película. Aunque lo poco que aparezca en Internet sea para agarrarse a si es ético o no la guerra mediante drones. Ninguno de los que se plantean esta legítima duda moral se pregunta del mismo modo si son éticos los atentados terroristas.
Si le preguntas a uno de estos críticos de cine te dirá que no es ético hacer la guerra a 7.000 millas de distancia del frente. Ni es ético seleccionar mediante el radar objetivos señalados por la CIA y volarlos por los aires. Y hasta ahí podría estar de acuerdo. Serían más creíbles si al mismo tiempo rechazaran las acciones terroristas. Pero no, estas parecen no existir para ellos. Es cierto, y esto debería pulirse, que no han faltado errores en los diagnósticos de la CIA. O que siendo correctos han propiciado víctimas colaterales. Es verdad, y esto es imperdonable y a todas luces mejorable.
 
Aunque si le preguntaras a uno de la CIA, o de la USAF, al respecto, te contestarán que la guerra, sea física o mediante drones, se le hace a un enemigo declarado mientras que el terrorismo es indiscriminado y aleatorio.
 
Dicho esto, vayamos de lleno a la trama de la peli, que ya la habréis averiguado a estas alturas: el drama interno, o trauma, que vive un piloto de drones que mata a terroristas. O supuestos terroristas marcados por la CIA a 7000 millas de distancia. Como quien juega una partida con un simulador de vuelo de combate en un videojuego. Ni eso, porque aquí no media combate alguno. Su labor viene predefinida por un satélite que le ha localizado al supuesto terrorista marcado por la CIA, para que oriente un láser que sirva de guía al dron.
 
No perdamos de vista este matiz.

La revista Newsweek dedicó un artículo a Máxima precisión

Y creo que fue la única que prestó verdadera atención a la película. En su artículo comparaba al protagonista con un piloto de drones real.
Un piloto que padecía estrés post traumático por la cantidad de objetivos eliminados. Un estrés que sus colegas militares, de todos los ejércitos, tierra, mar e incluso los suyos, por aire, le negaban, al rechazar la posibilidad de que un piloto de drones pudiera padecer un estrés propio de un combatiente, luchando casi desde el jardín de su casa.
 
Y os preguntaréis: ¿Cómo puede alguien padecer estrés postraumático, asociado al combate, si «combate» desde una sala y al terminar su jornada laboral se vuelve a casa con su familia?
 
Permitidme que me centre en este aspecto. Es precisamente el argumento principal de la peli y me parece, a todas luces, lo más interesante.
Os he dicho que el protagonista es el Coronel Thomas Egan, un piloto acostumbrado a volar que ha cambiado el avión por un dron. Ha cambiado el territorio bélico en el espacio aéreo por un escenario virtual desde una cabina. A nada menos que 7000 millas del objetivo.

Estrés post traumático en el fancine

Los más veteranos entre los lectores leeríais allá por 2015 mi comentario de la película En tierra hostil. Una película en la que os hablaba de un TEDAX o desactivador de bombas que se había convertido en yonki de la desactivación. Se renganchó en el ejército porque su vida sólo tenía sentido cortando los cables de las bombas y recibiendo el subidón de adrenalina que suponía jugarse la vida a cara o cruz.
 
Los más conoceréis la película Acorralado, un clásico en el que John Rambo  viviendo como un inadaptado al regresar a los Estados Unidos. Paradojas de la vida, terminaría ayudando a los talibanes para echar a los soviéticos de Afganistán en RAMBO III. Las vueltas que da la vida…
 
Los dos casos nos muestran a sendos personajes incapaces de reinsertarse en la vida civil. Por sus respectivas experiencias y por cómo éstas les afectan psicológicamente. Hay más casos… En El cazador veremos a un Nick incapaz de regresar de Vietnam que se queda allí metido en el mundo de las drogas y las apuestas clandestinas en torno a la ruleta rusa. Y también habréis leído en Rescate al amanecer lo que sufrió y padeció el piloto Dieter Dengler cuando fue derribado y capturado por el Vietcong, y cómo le costaría superar la experiencia.

Todos ellos vivieron la guerra en sus carnes

En primera persona. Unos han padecido torturas, otros el miedo de verse asediado, otros han tenido que luchar con sus propios amigos para preservar su vida… pero todos allí, sobre el terreno. Y todos ellos se reirían en la cara del protagonista de esta peli cuando les dijera que padece estrés postraumático. Y hasta cierto punto lo entenderíamos. Quien ha olido la sangre de su enemigo no entiende la guerra a distancia.
 
Una guerra a distancia creada, precisamente, para evitar este tipo de experiencias y para evitar tener que dar ruedas de prensa para dar los nombres de los caídos en combate.
 
Pero todos ellos, quien más y quien menos, estaba psicológicamente preparado para el combate y sus derivados. Estaba en un escenario bélico que le podía deparar cualquiera de esas cosas y tenía a sus camaradas para compartir sus experiencias y sobreponerse a ellas o sucumbir entre iguales. Ahí radica el matiz de esta película.
Nuestro coronel se pasa 12 horas diarias matando objetivos seleccionados por la CIA sin sentir ni padecer. Sin fragor de la batalla, sin escaramuzas. Con un joystick y varias pantallas de ordenador. Al terminar su jornada, apaga el ordenador, sale de su cabina, equivalente a la cabina de mando de un avión, pero del dron que está a miles de millas de distancia, y se monta en su coche y se vuelve para casa.
 
Al principio lo lidia con naturalidad. La naturalidad del privilegiado que después de hacer la guerra a distancia llega a casa, abraza a sus hijos, besa a su mujer y se reúne con los amigos para hacer una barbacoa en el jardín… así una y otra vez. Hasta que algo hace crack en su cerebro y de pronto entiende que no comprende lo que está viviendo.
Es eso precisamente lo que traerá de cabeza al coronel. Ese poder matar a un presunto terrorista a las 14:00 horas y a las 17:30 estar encendiendo el carbón y sacando las cervezas del frigorífico de su casa. No hay un filtro moral, no hay una descompresión que le ayude en su comprensión.
 
Pasa de la guerra a su casa, de su casa a la guerra, ahora en Afganistán, ahora en Irak, y pensando en si su mujer ha comprado kétchup o tiene que parar en la gasolinera para comprarlo. Ahí está su fractura y lo que hará que se derrumbe. Esa irrealidad en la que se ha convertido su vida cotidiana.
 
El piloto real que lleva dentro de su cabeza y que fluye por sus venas habría sudado la gota gorda para lograr el mismo objetivo.
 
Y habría sido perseguido, y habrían intentado interceptarlo. Habría combatido y, en el mejor de los casos, habría vuelto a su base y quizás tras hablar con su mujer por teléfono, se habría reunido con sus colegas para discutir los pormenores de la misión. En esos debates, allí, sobre el terreno, aunque fuera en una base o en un portaaviones, el resto de su día a día, tras combatir, sería entre iguales y hablarían de las mismas cosas.
 
Tiempo suficiente, hasta su regreso a casa, para intentar asimilar lo que está viviendo, para cuestionarse si lo que hace es moral o ético. Y para encontrar las respuestas. Y en el mejor escenario posible, terminaría su misión, su período de combate y vuelta para casa para desconectar.

Las dos vidas antagónicas del piloto de drones

Su jornada laboral, combatiendo en guerras a miles de kilómetros. Al terminar su jornada se va para casa y «hace vida normal» en familia.
Y esto debe ser difícil de lidiar, porque es difícil compaginar ambos papeles: marido y piloto de combate en una misma jornada durante dos años o tres, de servicio. Por eso el protagonista se plantea y se cuestiona las cosas, pero no tiene esos camaradas para discutirlo o para confesarse. Vuelve a casa para hablar del recibo de la luz, del cole de los niños y de la compra en el supermercado.
 
Por eso anhela volver a volar. Primero porque le apasiona, y segundo porque no entiende la metamorfosis que está sufriendo viviendo dos vidas tan distintas al mismo tiempo.
Por un lado llega a cuestionarse si hay Justicia en lo que hace, en quién dicta las sentencias de muerte que él ejecuta. Y por otro lado se topa con un escenario en el que él mismo, a los mandos del dron, podrá optar si se convierte en justiciero o no, por un episodio que vive a través del satélite, en el que es testigo involuntario de las violaciones reiteradas que hace un talibán a una mujer en una aldea que está vigilando mediante un satélite.
 
A todo lo anterior sumémosle que se siente con el poder y con el arma para tomarse la justicia por su mano y volar al tipo ese por los aires para poner fin al sufrimiento de esa mujer.
 
Todo esto hará que se desmorone.
Antes dije que he encontrado poco, muy poco, sobre este peli en Internet. Y lo poco se centra en que Ethan Hawke es inexpresivo y no llena la cámara, a modo de crítica hacia su interpretación. Y yo creo que es eso precisamente lo que hace genial su manera de interpretar al coronel. Por la ausencia de camaradas y de tiempo para departir con ellos en un entorno adecuado. Uno puede llegar a casa y comentar con su familia o amigos que ha tenido un mal día en el trabajo, pero no que ha volado un camión y ha matado a cinco personas.
 
Así un día, y otro y otro…
 
Por eso el coronel se encierra en si mismo buscando una explicación que le permita asimilar las dos vidas que está viviendo, pero no la encuentra. Y al no hacerlo se sume en la desesperación y su relación con su mujer se enquista y él se aleja de ella, y de todos y hasta de si mismo.
 
Así interpreto yo esta película y así la doy un gran valor interpretativo. Que nadie espere una peli llena de acción porque no la hay. Es rutina: matar, vuelta a casa, matar y barbacoa, matar y ver al tutor del hijo en el colegio, matar y no saber al cerrar los ojos por la noche si está en su casa con su mujer o en Afganistán luchando… Menudo cacao mental… Y lo plasma de un modo genial en la evolución y caída en picado que vemos del personaje.
 
Por otro lado la peli enfrenta dos modos de vida absolutamente opuestos. Uno en el que la opulencia y la inmediatez resumen la vida cotidiana. Internet es esa inmediatez: pedir comida y enfadarte si no te llega antes de veinte minutos. Comprarte una casa y arrepentirte de haberte dejado llevar por el qué dirán. Querer darte un baño y dejar que el agua corra hasta que se caliente y todo esto abandonando los principios de una Sociedad y perdiendo la identidad que la hizo posible.
 
Personas que inventan la guerra a distancia porque no están dispuesta a luchar cuerpo a cuerpo para defender todo lo que tienen. Y por otro lado está quien no tiene nada y no le importa auto inmolarse para transmitir e imponer su código de valores. Que podrá gustarnos o no, pero por lo menos tiene un código. Radical, exacerbado, pero código. Con niños que empuñan fusiles y tienen que caminar un kilómetro para llenar una garrafa de agua si quieren tenerla para beber en casa.
 
Esas son las dos sociedades enfrentadas: la que no quiere hacer nada para defenderlo todo y la que está dispuesta a todo porque no tiene nada. Y en medio este coronel que se cuestiona cada gesto y movimiento que hace porque llega un momento en el que no sabe si está allí o aquí.
 
Por todo eso os recomiendo ver esta película que no es peliculón pero sí nos hace pensar, que no es poco con el cine de nuestros días.

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