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La profecía

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La profecía arranca de un modo descorazonador.

Acompañamos al embajador de los Estados Unidos en su trayecto hacia la clínica en la que su mujer ha dado a luz un bebé muerto.

Menudo comienzo…

Un Robert Thorn, el Embajador, sacudido por el drama de tener que comunicar a su esposa que su hijo anhelado vivió solo unos segundos y después expiró.

Antes de hablar con la esposa un cura se dirigirá al Sr. Thorn para brindarle una solución inesperada. Quizás sea más apropiado decir, una solución desesperada: adoptar a un niño. No comunicar a su mujer el fallecimiento de su hijo y adoptar a un bebé recién nacido cuya madre murió en el parto.

Está vendiendo su alma al diablo

Sucumbe a la tentación para no hundir a su mujer. Acaba de empezar una partida endiablada en un juego demoníaco. Tendrá que cuidar, amar y criar a un niño ajeno, como si fuera propio. Todo sin que su esposa llegue a descubrir el engaño.

A partir de ahí nos damos un paseo por la vida del matrimonio. Una vida placentera que no hace sino ir de mejor en mejor en el ascenso de Robert Thorn en su carrera diplomática. Si empezó la película como Embajador estadounidense en Italia prosperará y se convertirá en el Embajador de los Estados Unidos en el Reino Unido.

La música marca un punto de inflexión cuando llegamos a la fiesta de cumpleaños.

Pero no nos adelantemos, antes querría hablaros de eso, de la música de Jerry Goldsmith (El planeta de los simios, Patton y Alien: El octavo pasajero). Una música que hasta ese momento en la peli, si cerramos los ojos, nos podría recordar las escenas bucólicas en El crack, de Garci. Cuando la pareja se pasea feliz… Una música que nos arrulla hasta que nos arroya y nos clava en la butaca (ahora sillón o sofá) en frente de la pantalla. Y, ahora sí, entonces llega el cumpleaños.

Un cumpleaños que, como muchas secuencias posteriores, en las que veremos episodios cotidianos de la vida familiar, hará de la harmonía y la felicidad una herramienta para dejarnos atravesados en la butaca. Unas veces con la música, y otras con los diálogos o lo que vemos en una escena sin diálogos…

En el cumpleaños de marras, que bien parece la exaltación de la dicha personal, familiar y profesional seremos testigos de un primer sinsabor que irá tiñendo de trágica la vida plácida de una familia que, sin saberlo, se asoma al abismo del averno. Y, ahora sí, este cumpleaños será el inicio de un camino sin retorno.

Bueno, ese camino se inició con el cambiazo del bebé, en Roma. ¿Os acordáis? Digamos que ahora el padre de familia empezará a tomar conciencia de la trascendencia de su acto.

Pero lo hará muy despacio. Lentamente. A golpe de disgustos y de señales mal interpretadas, una detrás de otra.

Volviendo al cumpleaños. Menuda mezcla de emociones. Por un lado la alegría propia de una celebración de estas características, mas siendo infantil. Y por otro lado tenemos dos aspectos diabólicos: un perro que parece acechar a Demian, pero que, cuando más nos inquiete será cuando comprendamos que, sin verbalizar nada, existe cierta comunión entre el niño y el perro.

La música, la imagen y el montaje perfectos de toda la película nos harán ir comprendiendo que este perro no es tal sino la encarnación de un demonio, o del diablo mismo. Es un escolta para el niño, para protegerlo del padre y de las fuerzas del bien.

Y el suicidio de la niñera de Demian, su Nani. Si palabras. Sin estridencias. Sencillamente se lanza al vacío para quedar colgada y morir en un espectáculo dantesco, delante de todos los invitados, incluidos los niños.

De vez en cuando veremos a un personaje secundario que irá atando cabos y se los dará a conocer a Robert. Lleva un tiempo acompañando al EmbajadorComo periodista gráfico.

Para noticias en el periódico y esas cosas. Lo curioso será que conforme vaya revelando los negativos de las fotos que hace irá percibiendo detalles que lo incomodan en esas fotos. Detalles como rayas o posibles defectos de forma que se acomodan, ¡que extrañamente se acomodan! a las muertes que se están produciendo alrededor del hijo del diplomático.

Unas fotos se revelan a muerte pasada, por así decirlo, dejando esas marcas en el papel de modo que parecen reproducir, o predecir, la muerte de personas que pululan alrededor de Demian.

La tensión del espectador irá in crescendo cuando vayamos viendo algunas secuencias cotidianas que nos irán poniendo los pelos como escarpias…

Dos escenas en concreto…

La iglesia presbiteriana

La primera relacionada con una visita a la iglesia creo que presbiteriana. Cuando la niñera intenta evitar a toda costa que el niño pise el templo y la madre casi lo arranca de sus brazos (en sentido figurado) para llevárselo. El niño no entrará en el templo porque le da tal ataque de ansiedad y de pánico que se echa encima de la madre y la deja hecha un Cristo.

A todo esto cada vez que el niño la lía tenemos a toda la prensa alrededor, por lo que los periodistas no pararán de preguntar cosas íntimas al Embajador y esto no hará sino incrementar la tensión del protagonista.

Visita al safari

Los animales perciben el mal en Demian. De un modo irracional e instintivo, por supuesto, pero las jirafas huirán de Demian y los mandriles enloquecerán como posesos con la presencia del hijo del maligno.

Y el perro… Hablando de animales… El perro del cumpleaños, un rottweiler que parece salido del mismísimo averno. Es el perro ese que estableció contacto visual con Demian, y resulta que la niñera lo acoge porque el niño se ha encaprichado con él, incluso en contra de la voluntad de Robert Thorn.

Se entrevista con el mismo cura que le ha ido buscando, quien le anuncia que su esposa está embarazada, cosa que Thorn desconocía. Y le avisa de que su hijo vivo, el hijo del Diablo matará al nonato, y a su esposa, y a él cuando ya no lo necesite más. Y obviamente el Embajador no creerá nada de lo predicho por el cura. Por cierto, lo que dijo el cura del angelito que mataría al hermano… lo clavó. Y allá se va el padre a ver a la madre en el hospital porque su hijo ha tirado a la madre por el hueco de las escaleras y, oh milagro, ha abortado.

Vuelve a aparecer el perro en escena… Se supone que se la niñera se tenía que haber deshecho de él pero en una escena, un pelín incómoda, veremos cómo entra el padre en la habitación del niño mientras duerme y, desde el fondo del cuarto se alza la figura del perro gruñendo, como si protegiera al niño de su propio padre…

¿Os acordáis del fotógrafo? ¿Y de las fotos esas raras…? Pues bien, nada más separarse el diplomático y el cura se desatará una tormenta fatal, aderezada por la música satánica de Jerry Goldsmith. Huirá buscando un refugio y al llegar a una iglesia, que está cerrada, no podrá acceder a ella y morirá ensartado por un pararrayos que cae de la torre principal.

Hasta ahí normal. Un accidente como otro cualquiera. Salvo por el detalle insignificante de las fotos reveladas por el fotógrafo en el que los que van muriendo habían sido retratados por él, previamente, y las fotos anunciaban cómo morirían.

El Diplomático empieza a tomarlo en serio…

Sobre todo al relacionar todo lo concerniente al hijo que no llegó a desarrollarse en el feto de la madre, al ver la foto del cura… Bueno, las fotos: en la que está muerto y en la que se predecía su muerte. Thorn dará más credibilidad al relato del cura pero querrá apartar del medio al fotógrafo que dice que verdes las han segado, que nada de apartarse porque tiene otra foto en la que sale él mismo con la muerte anunciada.

Visitan el apartamento en el que vivía el cura, por privilegios de la prensa, y en este caso, por muy trágico y tétrico que sea, desde que viera El día de la Bestia, de Álex de la Iglesia no puedo ver La profecía sin acordarme del padre Ángel en la pensión madrileña al pasearnos por su morada.

Será a partir de aquí que el diplomático y el fotógrafo harán piña y equipo para investigar la procedencia del niño que adoptó. Esa investigación lo llevará de nuevo a Roma. Encontrará al cura que le metió en este lío, y encontrará la tumba de la madre del niño que adoptó, que encuentra vacía de restos humanos pero con los restos de un perro. Al lado está la tumba de su propio hijo, el que nació muerto al principio de la peli. Remueven la lápida y lo encuentran, pero con el cráneo horadado por un golpe contundente lo que le hace comprender que su hijo no nació muerto y, al contrario, fue asesinado nada más nacer para poderle dar el cambiazo por Demian.

A diferencia de películas de terror, como Tiburón, en las que la amenaza es latente, y a diferencia de la inmensa mayoría de las pelis de terror, en las que el miedo se insufla a base de sustos y de escenas más que previsibles por pueriles, como en It, (con un Pennywise que parece un teleñeco zarandeado y más que miedo da pena), esta peli es cristalina. Asusta por lo vulnerables que son los protagonistas. Las muertes se nos anuncian sin trampa ni cartón. No es el la acción, o el hecho, lo que nos encoge el corazón, son sus consecuencias. Es cómo repercuten en Thorn y cómo, a partir de la conversación con el fotógrafo, en la que comprende que el cura tenía razón, y se anticipaba a unos hechos que no por previstos logrará evitar. Como la muerte de su propia esposa.

Esto es lo desesperante de esta película. Lo agónico y lo doloroso. Sabes, de antemano, qué va a pasar. No sabes cuándo, pero el director te dice que se lo va a cargar. Y lo peor es que el mismo diablo avisa de quién va a morir, y cómo va a cargárselo. Tan solo hay que saber leer las señales y sólo el fotógrafo, con el ojo de los de su profesión, sabrá leerlas.

Ni si quiera ahí radica el terror de esta película

Si no la has visto y piensas verla para de leer porque voy a destriparla y abrirla en canal ahora mismo.

La niñera no es más que un emisario de Satán. El rottweiler es el guardaespaldas del chaval, su perro protector. Las muertes son muescas en la culata… La consciencia y la conciencia del mal que acecha al diplomático es mera tensión. Pero el terror, el verdadero terror está por llegar.

Solo os digo, y con esto termino, que Thorn entrará en razón. Son tantas las pruebas que no podrá seguir negándolas. Y emprenderá un viaje acompañado por el fotógrafo que, insisto, se une a Thorn porque es uno de los amenazados de muerte en sus fotografías. Por eso se lo tomará tan a pecho, porque sólo visitando al arqueólogo Bubenhagen, en Israel, sabrá cómo terminar la maldición en la que están viviendo y cómo desbaratar la profecía de la llegada del Demonio.

La película crece una barbaridad cuando el arqueólogo entra en escena.

Bubenhaagen esboza el remedio para evitar la llegada del Anticristo

Bueno, primero terminará de convencer a Thorn de que su hijo (adoptado) es el anticristo. Y convencido le abrirá los ojos a la realidad: tiene que matarlo. Y para hacerlo deberá seguir un ritual, con unas dagas que le proporciona a Thorn para matar a Demian. Tiene que ir a una iglesia, a un recinto consagrado a Dios y sacrificar al niño en el altar.

Visto así podríamos pensar que muerto el perro se acabó la rabia. Y cierto es que la muerte de su esposa, asesinada en el hospital mientras se recuperaba del «accidente» con Demian que le costó el aborto y múltiples lesiones… Esa muerte, a manos de la niñera, ayudará a despejar las dudas a Thorn. Pero según se acerca el momento de matar a su hijo tiene dudas. Sabe su misión, y está decidido a cumplirla, pero ¿y si Demian no fuera el anticristo? Y aunque lo fuera, y aún a sabiendas de que no es su hijo sino un hijo adoptado. Ni siquiera adoptado, casi diría que robado… ¿Recordáis ¿Quién puede matar a un niño? de Chicho Ibáñez Serrador, pues eso.

Gregory Peck se echó a la espalda toda la película aún a regañadientes, pues parece ser que aceptó el papel porque estaba de capa caída. Y hemos de dar gracias a su situación porque nos regaló una de las mejores encarnaciones de la incredulidad. Del miedo. Del terror psicológico. Dejó un papelón (para bien, lo de papelón) y personaje inmenso que raya a la altura de su Capitán Ahab (mi papel favorito de este actor) en Moby Dick, y Attikus Finch en Matar a un ruiseñor.

Es más… ¿no creéis que este Robert Thorn bien podría ser el Attikus Finch, pasado por Un día de furia, (más bien por unos cuantos) y termina metamorfoseándose en el Capitán Ahab? Lo increíble es que él solito tuviera todo ese abanico de personajes antagónicos y nos ponga tan difícil elegir uno de ellos por encima de los demás.

Richard Donner demuestra su maestría y su saber hacer cine sin artificios ni trampa ni cartón. Esta peli fue su valedora para terminar haciendo, dos años después, Superman.

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