Una película que supura años 80 por los cuatro costados que cumple (justo) hoy 27 años.
Empieza en la clásica habitación infantil de un niño de los años 80 en los Estados Unidos. No diré “como la habría anhelado porque confieso que mi habitación era casi un calco (estaban ET, Gizmo, todos los muñecos de Star Wars, cómics, cómics y más cómics y… en fin… cosas de niños), cosa que hace que sea una de esas películas de mi infancia (junto con El Señor de los Anillos (Ralph Bakshi pese a empezar con mal pie), La guerra delas galaxias, Indiana Jones…).
Es una película que nos narra un cuento (aventura de capa y espada que diría el mismísimo Eco (explico esto en El Capitán Alatriste)) contado por un abuelo a un niño. Pero ojo al abuelo y al niño: el primero es el de Aquellos maravillosos años (por aquel entonces mi serie favorita) y el abuelo es el mismísimo Peter Falk, que es lo mismo que decir Sam Diamond, el maravilloso detective grosero e impertinente de Un cadáver a los postres.
Ya decía al principio que esta película era puros años 80… Si tiro de un cabo podría pasarme un par de horas deshaciendo una madeja de celuloide y no pararía de dar datos como la similitud del contexto de la narración con La historia interminable y la maravillosa música a cargo de Mark Knopfler… casi nada…
Ya he mencionado el primer paralelismo literario que encuentro cada vez que veo esta película (La historia interminable, Michael Ende – 1979), y no puedo resistir la tentación de mencionar, aún de pasada, el segundo marco literario en que la concibo: El conde de Montecristo. Pero me da igual. Es una obra maravillosa y a pesar de su brevedad (hora y media) es capaz de absorberte y meterte de lleno en su mundo de fantasía, con héroes, villanos, princesas… (no tardaré en comentar Legend, lo prometo) y todo ello, para colmo, enmarcado en el contexto de una narración que hace un abuelo a su nieto enfermo: fabuloso.
Claro está que el aterrizaje de la narración no será visto con buenos ojos por parte del nieto. Enfermo como está lo último que desea es que venga el abuelo a contarle un cuento con princesas, amor eterno y tonterías de esas.
Pero el abuelo, haciendo cierto aquello de más sabe el diablo por viejo que por diablo se guardaba el as en la manga de saber que era una historia maravillosa. De hecho, con el nieto se limitará a hacer exactamente lo mismo que hiciera con sus hijos cuando estos enfermaban: contarles este cuento de iniciación a la literatura.
Y sí… pese a que el título “La princesa prometida” nos podría hacer pensar que nos vamos a meter en un cuento de amor… sí, este es un cuento de amor 😉 De amor y de aventuras, a troche y moche.
Nuestro protagonista será Westley, el mozo y sirviente de la hermosa Buttercup. El muchacho está enamorado de la chica que, como buena chica, no hace otra cosa que fastidiarle, chincharle y explotarle con trabajos innecesarios. Trabajos y mandatos a los que él siempre responderá “Como desees”… una forma como otra cualquiera de decir “sí, lo hago porque te amo” que ella no sabrá interpretar y lo toma como mera sumisión hasta que caiga por fin y descubra que también ella está enamorada de él.
Sabedor del escalón que hay entre ambos, Westley zarpa para hacer fortuna y a donde va realmente a parar es a las manos del inmortal pirata Roberts.
Buttercup, que ya era mocita cuando partió Westley, espera tres años añorando su regreso. Pero Westley no regresa y cede a la oferta de matrimonio con Humperdinck, todo un príncipe heredero de Florin, el reino en que ambos viven.
Entre medias nuestra muchacha es raptada por un siciliano tan inteligente como mezquino y pérfido (os diría que igual que un tío que tengo en Sevilla pero lo de inteligente sería una pista falsa y os despistaría) cuyos compañeros de viaje resultan ser un español, el mejor espadachín del mundo, tan diestro con ambas manos, el famoso y genial Íñigo Montoya y un fortachón turco, un tal Fezzik: enorme y fuerte.
Entra en escena un misterioso enmascarado que los perseguirá por tierra mar y (si no aire) acantilado hasta entablar un combate singular con el espadachín español. Un combate con sabor a Errol Flynn en Robin Hood. Ambos resultan ser grandes espadachines y se debaten con la espada tanto como con la lengua pues no pararán de hablar, vanagloriarse y reconocer las virtudes combativas de su adversario. Antes dije “acantilado” y cierto es que para llegar a tan singular combate, el enmascarado tendrá que trepar por uno y llegará un momento en que esté a merced del español quien, sabiéndose en ventaja desigual no sólo ayudará al enmascarado a llegar a la cima del acantilado si no que además le concederá un tiempo de cortesía para que se restablezca del esfuerzo realizado y pueda combatir en igualdad de condiciones (muy español).
Ese gesto hará que el hombre misterioso respete la vida de Íñigo (quien desea por encima de todo encontrar a un hombre de seis dedos para vengar la muerte de su padre: nuevamente la venganza) tras vencerlo. Por respeto a tan noble combatiente y por admiración hacia su destreza en el combate.
Superado el habilidoso tendrá que enfrentarse al segundo escolta del siciliano: el fortachón, quien desoyendo las órdenes de emboscar al extraño (porque es otro luchador noble) se bate en una pelea con el de negro y pierde, claro está.
A todo esto el príncipe y sus esbirros les pisan los talones…
Por fin se ven las caras el extraño y el siciliano que se las da de ser el hombre más inteligente del mundo. Aunque se encuentra con la horma de su zapato y cae muerto.
Por fin Buttercup descubrirá la verdad. El enmascarado es el pirata Roberts, a la sazón el asesino de su amado. Hablan, se espetan cosas y él termina siendo arrojado por un terraplén al grito de “como desees”… que sirve para que por fin ella caiga y sea consciente de que el pirata no es tal, sino su amado.
¿O su amado es el pirata?
Menudo lío…
Su amado es Westley, pero también es cierto que éste se ha convertido en Roberts… Y él le explica que el pirata no es inmortal, lo que sí será es inmensamente rico y que, tras amasar la fortuna qué mejor que retirarse para disfrutarla y ceder su nombre, cargo y leyenda al siguiente pirata Roberts. Y esto es lo que sucedió un tiempo después de haber, efectivamente, abordado a Westley y tras haberle perdonado la vida.
Y huyen.
Aunque no tardan en ser alcanzados y de nuevo separados.
La princesa galopa a uña de caballo hacia el castillo. El príncipe quiere materializar el casamiento antes de que las cosas se tuerzan. El nuevo pirata Rogers es (vilmente) traicionado y en vez de ser llevado hasta su barco (tal cual ha prometido el príncipe) recala en una mazmorra, en El foso de la desesperación… y yo diría “de la tortura” también. Pues eso es lo que le sucederá a Westley, lo torturarán hasta sacarle la fuerza del cuerpo.
Esto hará que no sea dueño de su cuerpo y sus músculos y articulaciones no le respondan.
La pieza clave será Fezzik, forzado entre medias a colaborar con el príncipe, cosa que le permitió descubrir que su esbirro, el conde Rugen… tiene seis dedos. Eso y lo acaecido a Westley hará que el español tome una decisión: salvar a Westley, salvar a la muchacha y todo para lograr consumar su venganza y poder así recitar las palabras que ha deseado decirle al asesino de su padre:
«Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre.
¡Prepárate a morir!»
Momento en el que yo me caigo del sillón, cada vez que veo la película, por las ganas que tengo de escucharla. Olé por el español.
El resto… No seré yo quien os lo destripe… Aunque llegados a esta altura nos encontramos a 10 minutos de saber si se impondrá el amor verdadero…
La peli termina saliéndonos del cuento y viendo cómo el abuelo se despide del nieto quien, ahora sí, le pide que regrese al día siguiente y el abuelo terminará la película diciéndole…