Productora: Columbia Pictures
Pat Morita – Sr. Miyagi
Elisabeth Shue – Ali Mills
Johnny Lawrence – William Zabka
Martin Kove – John Kreese
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| Karate Kid – The karate Kid Cine de acción – Cine 80’s – el fancine – el troblogdita – Álvaro García – ÁlvaroGP – SEO |
Karate Kid supuso mi iniciación en las artes marciales. He de confesar que empecé a hacer Taekwondo cuando vi la peli. Años después di el salto al Ninjutsu, y hasta la fecha.
Recuerdo que salí del cine como si me hubiera pasado un tren de mercancías por encima. Me gustó la idea de practicar Karate, tanto que como en mi barrio (y alrededores) no había este arte marcial japonés, opté su primo coreano.
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Ver a Daniel Larusso indefenso y comprender que podías entrenar tu cuerpo y, sobre todo, tu mente, para poderte defender y para alcanzar un equilibrio inconcebible fuera de las artes marciales hizo que mi manera de entender la vida cambiara para siempre. Todo gracias a Karate Kid.
Se convirtió en una de las películas de mi infancia, con Gremlins, Los Goonies, Indiana Jones y El retorno del Jedi. Pero lo que distinguía a esta peli de las demás era que el protagonista era un chaval, como yo, que a diferencia de Los Goonies se enfrentaba a sus enemigos cara a cara y en su terreno, gesto de valientes que me enamoró.
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El guión de la película no dista de tantas otras, sobre todo westerns: un muchacho que llega a una ciudad nueva, huyendo, por lo general, del pasado de su madre (un divorcio o algo parecido). Llega y tiene que integrarse en una nueva comunidad (hostil) sin conocer a nadie, y en edad difícil como es la pubertad. A partir de ahí la testosterona, las faldas y el orgullo personal harán el resto.
Es el mismo argumento, ¡qué digo el mismo! Es calcado al de Jóvenes ocultos, salvo por los colmillos de sus rivales. Ésta última llegaría tres años después, cierto es que con vampiros en vez de karatekas, pero no me negaréis que la trama es muy parecida, en esencia.
En la imagen de arriba vemos algunos rasgos que demuestran cuánto ha cambiado nuestra sociedad en apenas treinta años. Detalles como el radiocasette que lleva la prota hasta la playa, cargando a cuestas con tres o cuatro kilos de equipo para poner música por la noche, junto con los moteros quinceañeros cargados de testosterona, como apuntaba antes, y sin cascos.
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Son muchos los detalles que ahora no se entienden, puestos a comentar y a comparar los 80’s (y todas las décadas anteriores, incluso una posterior, la de los 90’s) con nuestros días. Y para muestra un botón, amén del radiocasette que ya he mencionado, el teléfono. No vemos un móvil en toda la peli sencillamente porque en aquellos días no existían. No solo para hablar, también para escuchar música o para trastear en Internet… ¿Internet?
En aquellos días, si tenías una urgencia, mejor llevar 15 pesetas en el bolsillo para buscar una cabina de teléfonos que funcionara y poder hacer una llamada a tu casa, y a esperar que alguien lo cogiera. Tiempos en los que si querías algo tenías que currártelo, no como ahora en los que la inmediatez y la sencillez con que se accede a todo hace que todo se dé por hecho y carezca de valor.
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Y en el caso que nos concierne a Daniel le gustó una muchacha en su nuevo High School. La «ex» novia del malo, para variar. Una de dos… o se pone las pilas o se come los mocos.
El malo… Johnny Lawrence.
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El chulito del barrio, guaperas y matón de turno porque sabe Karate. Karate de baratillo y del malo, del «Malote», del pendenciero, del que su sensei le enseña. Un sensei que carece de escrúpulos y del más mínimo sentido de las artes marciales. Otro matón que inculca la violencia y la agresividad gratuita entre sus alumnos para hacerse los dueños del barrio, del cole y del campeonato de karate en el que arrasan año tras año.
Estos son los moldes de la película y cuando todo parece estar negro, cuando Daniel comprende que no debería haber venido nunca a esta ciudad, que no debía de enamorarse de la chica equivocada y que no debía haber cabreado al matón de turno… aparece su tabla de salvación.
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El Señor Miyagi.
El verdadero héroe de la película.
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Es el conserje del edificio en el que vive Daniel y poco a poco se irá revelando como la gran persona que es y se irá ganando a Daniel. Primero le reparará la bicicleta tras un encontronazo de Daniel con la pandilla del dojo Cobra Kai. Mejor decir: paliza.
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Después será el propio Señor Miyagi el que logre que Daniel acuda a la fiesta de Halloween del colegio, disfrazado, eso sí, de ducha, para que nadie pudiera reconocerlo. Baila con Ali y no puede remediar dejarse llevar por la tentación de hacer una gamberrada. Acude al cuarto de baño y se encuentra con que Johnny está liando un porro y, ni corto ni perezoso, coge una manguera y lo ducha.
Después Daniel Larusso se cruza, a la fuga, con un «Spider-Man» que lo delatará cuando aparezca el esqueleto un pelín enfadado.
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Persecución inevitable, y paliza a la vista.
Los Cobra Kai van disfrazados de esqueletos (más apropiados para Halloween que ir de ducha) y no dudarán en perseguir a Daniel hasta alcanzarle y propinarle la paliza que merecía.
Hasta que llega el 7º de caballería. El Señor Miyagi irrumpe en escena y se pone a repartir estopa hasta quedarse solo. Recoge a Daniel y se lo lleva a su casa.
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Una vez en su casa, Daniel descubre, poco a poco, que su conserje es un experto en Karate y le pide que sea su sensei para enseñarle Karate, enseñarle a defenderse y poderse medir con los Cobra Kai.
El nipón aceptará proponiendo que lo mejor será, como primer paso, hacer una visita al dojo de los Cobra Kai para hablar con su sensei: intento inútil porque éste es el instigador. Pero un intento noble que marcará las diferencias entre unos y otros. LOs gamberros y los civilizados, los éticos y los que no lo son.
Como buen experto en artes marciales, el Señor Miyagi razona con Daniel y le explica que lo primero que hace un amante de las artes marciales es agotar todas las vías diplomáticas antes de recurrir a sus conocimientos. Agotar la vía de la razón y recurrir a la fuerza solo en el caso de extrema necesidad, y a ser posible solo en defensa propia, nunca como agresor, y sabiendo medir tus fuerzas y recursos para no defenderte de un modo desproporcionado.
Esa es la teoría. La que todo devoto de un arte marcial tiene por máxima. Luego está la realidad, y en la película se refleja bastante bien.
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Los primeros pasos de Daniel como discípulo del Señor Miyagi serán decepcionantes para el muchacho. En esa misma decepción la película nos brindará una de las escenas míticas que nunca se olvidarán, la de «dar cera, pulir cera«. Daniel lamenta haber pedido al Señor Miyagi que lo entrene porque no ve avance alguno en su instrucción. Es más, piensa que está perdiendo el tiempo y haciendo el tonto trabajando para el nipón que le pone a sacar brillo de los coches y a pintar la barandilla.
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Esto saca de sus casillas a Daniel pero lo hace.
Lo hace y lo hace y no para de hacerlo hasta que un día revienta y se queja al Señor Miyagi pidiéndole que le enseñe Karate de una vez.
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Para sorpresa suya, el Señor Miyagi le hará comprender que esas labores y tareas que le había impuesto eran para inculcarle y ayudarle a interiorizar gestos y movimientos que harán que fluya el Karate por sus venas. Pero cada cosa en su momento.
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A partir de ahí «el viaje del héroe«.
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La caída, (como diría el padre de Batman) «para volvernos a levantar«. El redescubrimiento de uno mismo. La pérdida de perspectiva, la pérdida de autoestima, el descalabro para resurgir de tus propias llamas cual fénix fortalecido y, siendo el mismo, habiendo cambiado.
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El cambio que experimentará Daniel Larusso será precisamente todo eso: caerá, perderá su propia estima, de desalentará, lo pagará con sus seres queridos y con la aparición de su nuevo sensei y con la dosis de autoestima en píldoras de Karate irá renaciendo y rehaciéndose hasta convertirse en héroe de su propia vida capaz de enfrentarse a su miedo y mirarlo cara a cara.
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Entranará y se presentará al campeonato de Karate.
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Un campeonato dominado desde hace años por el dojo de los Cobra Kai. Su buen luchar y su falta de escrúpulos los convertía en un enemigo de armas tomar.
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A esto hemos de sumarle que no tienen ningún género de escrúpulos y, por indicación de su sensei, son capaces de carecer de ética alguna y no durarán en infringir las normas que sean necesarias para dejar fuera de combate a los rivales que podrían hacerles sombra.
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Llegados a este punto, solo falta la última intervención del Señor Miyagi para recuperar a Daniel Larusso de una lesión provocada por un mal golpe infligido por un Cobra Kai. Será el punto de inflexión. El guerrero dubitativo que empezó a combatir por inercia y con cierta congoja volverá a luchar, pero esta vez convencido de que puede ganar.
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La cura, si me lo permitís, es más psicológica que física.
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Daniel Larusso volverá al tatami convencido de sus posibilidades, dispuesto a dejarse la piel combatiendo y peleando con Johnny en la gran final.
Estos son los mimbres para una de mis películas de mi infancia. No puedo dejar de incluir Flash Gordon entre las mencionadas arriba, una de las «Mejores peores películas» de todas.
Pelis que me gustaban (ésta y todas las mencionadas en el comentario de Karate Kid) porque me ayudaban a soñar y a viajar con mi imaginación por mundos diferentes. Aunque para ser sinceros, lejos de todas esas pelis de ensueño, yo vivía en el Madrid de Garci, el que refleja en El Crack, con su contaminación, sus tribus urbanas y demás detalles sin interés.
