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La vaquilla

Tabla de contenidos

Ficha técnica de La vaquilla

Título original: La vaquilla
Director: Luis García Berlanga
Año: 1985
Nacionalidad: España
Producción: Incine / Jet Films
Duración: 116 minutos
Guión: Rafael Azcona y Luis García Berlanga
Fotografía: Carlos Suárez
Música: Miguel Asins Arbó
 

Ficha artística

Alfredo Landa (Brigada Castro)
Santiago Ramos (Limeño)
Juanjo Puigcorbé (Alférez)
Guillermo Montesinos (Mariano)
José Sacristán (Teniente Broseta)
Agustín González (Comandante nacional)
Luis Ciges (Barbero)
Adolfo Marsillach (Marqués)
Amparo Soler (Leal Encarna)
Guadalupe (Violeta Cela)
 

Luis García Berlanga y los españoles

Berlanga ha sabido definir la idiosincrasia del pueblo español a lo largo de su filmografía. Moros y cristianos; La escopeta nacional; Todos a la cárcel… Sabiendo velar los rasgos más obscuros de las personas o cuando menos matizándolos y dándoles una pátina de humor y cinismo del sano.
 
Humor y cinismo, ambos aparecerán en esta película. El cinismo por cómo unos y otros se desenvuelven y desembarazan de los problemas más (y menos) trascendentales (guerra, muerte, celos, pecado…) Y humor: a raudales.

El contexto de la película es la guerra civil española

En los alrededores de cualquier pueblecito que distara poco más de quince kilómetros del frente.
 
En concreto la película se rodó en las afueras de Sos del Rey Católico. Con muchos paisanos como extras en las escenas de las fiestas del pueblo. Usando sus calles y edificios como marco para las escenas de la retaguardia, en el bando nacional.

Un frente nada común

Lejos de ser el escenario de enfrentamientos crueles y despiadados, los soldados de ambos bandos, por mucho matar, matan el tiempo.
 
No debemos olvidar que la guerra del 36 era una lucha entre hermanos. Entre familiares, entre españoles.
 
  • Unos luchaban contra los republicanos del Frente Popular que se había hecho con el Gobierno tras perder las elecciones
  • Los otros luchaban contra los alzados que se negaban a dar por bueno un golpe intentando derribarlo con otro golpe

 

En definitiva, nuestra guerra civil fue el ejemplo de lo que puede suceder cuando la razón, el sentido común y la tolerancia son despreciados y la Democracia pierde su valor. Cuando ésta deja de ser una herramienta para servir al pueblo y se torna, se convierte, en una herramienta para servirse de él.

Destaco el aspecto fraternal de ésta guerra porque en no pocas ocasiones tocaría ser nacional o republicano por uno de estos dos factores:

  1. Situación geográfica
  2. Suerte (buena o mala)

 

Es decir, que a más de un republicano le tocaría defender a los nacionales y a más de un liberal enarbolar la tricolor, y como dirían en la película: “¡que si quieres arroz Catalina!”.

Tampoco fueron pocas las anécdotas de frentes de batalla sin un tiro al aire y semanas de tedio. Tensión olvidada y guerra descafeinada en la que los contendientes coincidieron en el campo de batalla para jugar un partido de fútbol. No entre enemigos, sino entre vecinos. Nuestros abuelos, enfrentados por dos causas irreconciliables hasta nuestros días en los que no dejamos descansar a los fantasmas de los muertos que vuelven a sobresaltarse con revisiones históricas.

No hay guerra buena

No seré yo quien diga que nuestra guerra no fue cruel, porque lo fue y mucho. Hubo episodios lamentables y heroicos en ambos bandos.
 
Hablamos de una guerra en la que por primera vez en la Historia se dejó de luchar por la tierra y la fortuna terrenal o celestial para defender ideales. Unos ideales por primera vez abstractos, y definitivamente opuestos.
 
Y es en este contexto pues, que Berlanga nos arranca una sonrisa al principio, carcajadas al final. Para ello nos plantea una historia rocambolesca en medio del frente… Ese extraño frente “pacífico”.

Guion desternillante

Unos soldados republicanos deciden arruinar la fiesta a los nacionales. Se enteran por la megafonía de propaganda nacional de la celebración de un baile y una novillada al día siguiente.
 
Una novillada intrascendente, pero nada inocente.

Propaganda

En ese tedio y ver las horas y los días pasar en que no pegaban ni un tiro, la propaganda toma el relevo a las armas. Puede echar por tierra todas las esperanzas de unos mandos viendo cómo se desploman sus soldados.
 
Y es que el objetivo de los nacionales (en la película) era doble:
 
  1. Por un lado darse un homenaje y permitir que los que están en la retaguardia disfruten de las fiestas del pueblo con: Encierro, capea, baile y paella para todos
  2. Por otro lado angustiar a los mandos republicanos propagando la sensación de hambruna entre sus hombres. Desesperación por no poder asistir a un baile, fundamentalmente por la ausencia de compañía femenina y la carencia de alimentos…
 
No olvidemos que el megáfono, con lo que se hacía propaganda en el frente,. Sirva para ilustrar este aspecto la desmoralización que sufrieran los legionarios italianos del CTV de la Littorio, que defendían la causa nacional en Guadalajara. En el 9 de marzo de 1937, cuando enfrentándose a los también italianos del Batallón Garibaldi sufrieron el “run run” de la propaganda instándolos a rendirse diezmando su moral.
 
Por lo tanto no es descabellada la idea de Berlanga, más bien es uno de los aspectos más realistas de la película.

La vaquilla

Fiestas ofrecidas por los nacionales para subir la moral de los suyos. Con festejos y comilona, a costa de arruinar la moral de los otros (amargados y hambrientos). Así pues, el Brigada Castro (Alfredo Landa) idea la manera de matar dos pájaros de un tiro: matar a la vaquilla (arruinando el festejo) y comérsela entre todos los del bando republicano (dándose un banquete y subiendo la moral).
 
El factor gastronómico no será el cómo y el qué comen en la película. En este caso será digno de estudio y reflexión ver cómo unos soldados son capaces de saltarse las normas, romper con lo establecido, infiltrarse tras las líneas enemigas y todo por lograr una pieza para poder comer.

La moral de la tropa

No olvidemos que en el frente (a pesar de “idealizado” como el de la película), la gente aprendía a comerse hasta las ratas de las trincheras. Sólo así entenderemos la trascendencia de la vaquilla. Y la trascendencia de jugarse el tipo para capturarla movidos por el hambre.
 
Si a esto le unimos la mano magistral de Berlanga para sembrar de detalles gastronómicos las diferentes escenas, (igual que hiciera Saura en ¡Ay, Carmela!). Veremos un aspecto no bélico pero trascendental para una guerra:

La alimentación de la tropa

Y es que en muchas ocasiones “el rancho” de los nacionales superaba con creces al republicano, no en general, pero sí habitualmente, y esto no te mejora la puntería, pero sí el pulso para sostener el rifle.
 
Se ven pues numerosas escenas en las que ya tras la línea nacional la comida se caerá fuera de la pantalla, la cesta con embutidos que recibe Mariano de su (ya no) suegra, la paella en la fiesta, la vaquilla como alimento en potencia…
 
Y no me entretengo con Mariano porque necesitaría un blog diferente para ilustrar sus ataques de celos…
 
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Trilogía de la Guerra Civil española en el cine

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