Ficha técnica de USS Indianapolis: Hombres de valor
Distribuidora: Saban Films
Ficha artística
El Capitán McVay se voló la tapa de los sesos
Era el 6 de noviembre de 1968 y lucia un uniforme kaki de la US Navy como el que vistió mientras comandaba el USS Indianapolis
Descubrí el USS Indianapolis en Tiburón
Sí, la peli de Spielberg.
En la escena en la que Quint, Brody y Hooper bajan sus respectivas guardias y se hermanan como cazadores del tiburón. Esa escena en la que Brody asiste a un duelo de cicatrices que no sabían de clases sociales. Un duelo en el que el pescador de la clase obrera y el oceanógrafo elitista apartaban sus orgullos de clase y sus rencores mutuos admirando el reguero de cicatrices que tatuaba sus pieles con piel reseca y sin más tinta que la roja de sus sangres.
Esa escena que culmina con un monólogo de Quint de los que te hacen amar al 7º Arte.
El monólogo de Quint sobre el USS Indianapolis en Tiburón
De éste Indianapolis del que hoy os he hablado por partida doble. Pues lo estoy haciendo en este comentario y lo he hecho, también, en el de Misión suicida: USS Indianapolis.
Un monólogo que, de pronto, hace que el tiempo se pare. Que el espectador se sienta, de golpe y porrazo, dentro de Orca, el barco de Quint. Porque justo en el momento en el que él toma aire para empezar a hablar, ahí, pasamos a formar parte de la tripulación.
Esa es la magia de Spielberg
Nos centrifuga dentro de la tele, antes del cine. Hace que pasemos la 4ª pared pero no de dentro hacia afuera, si no de fuera hacia dentro, como en El último gran héroe, que pronto comentaré. Este monólogo es un billete de oro para que nos metamos dentro de Orca, tomemos asiento, nos dejemos mecer por las olas del mar, en una noche apacible, en altamar, y con su chapoteo y el vaivén del cascarón de nuez que es ese barco de pesca, guardemos silencio para escuchar la historia que Quint nos tiene que contar.
Una historia que hará que nos expliquemos su odio al tiburón y sus sed de sangre de escualo. Porque en la noche del 30 de julio de 1945 él formaba parte de la tripulación del USS Indianapolis en el momento en que dos torpedos reventaron el casco e hicieron que el buque se fuera a pique en menos de 20 minutos.
E irse a pique allí, en donde estaban, suponía un viaje en picado a más de 2 millas de profundidad.
Torpedos lanzados por el submarino japonés I-58
Abrió dos boquetes en el casco del Indianapolis. Uno al frente del barco y el otro justo en el medio. La velocidad del buque era de locura, como llevaba siéndolo desde que zarparon por primera vez desde San Francisco. Enfrascados en una misión que luego comentaré. Por eso siguieron avanzando a toda velocidad, a pesar de tener dos boquetes de considerable tamaño.
Tener esos agujeros y seguir a toda máquina complicó la situación de un modo peliagudo. Por el primer agujero, el de la proa, entraba una marea de agua ingente, lo cual hacía que el buque se llenara de agua en su parte frontal y, poco a poco, fuera ganando peso e inclinando el morro de modo que iba poco a poco sumergiendo la proa.
El segundo agujero, o mejor decir, la segunda detonación provocó un incendio de tal magnitud que los marineros circundantes murieron abrasados y la propia estructura del barco empezó a fundirse por el calor del fuego a pesar del frío del agua y de la temperatura exterior.
El Capitán McVay estaba obligado a seguir un protocolo que no contemplaba la evacuación del barco hasta que no se demostrara que era estrictamente necesario. Pero para poderlo demostrar necesitaba noticias fiables de los daños en la proa, pero el oficial encargado de recopilar esa información no era capaz de avanzar atrapado entre dos fuegos y sorteando el agua helada. Los dos fuegos se convirtieron en uno solo cuando la proa del barco terminó de desprenderse y siguieron avanzando con sólo dos tercios de buque, ahora sin romper el agua si no recogiéndola como si metieras un cubo en un pozo y lo sacaras lleno.
Esto haría perder unos minutos decisivos. Como se desconocía la magnitud del incendio y no se tenía ninguna noticia de la proa, tampoco se dio orden alguna de reducir la velocidad o de parar el barco en seco. Por eso seguían avanzando y al avanzar seguían recogiendo agua.
Para colmo de males, como su misión era secreta nadie sabía su posición. Cuando emitieron dos SOS perdieron la señal de radio y no llegaron a saber si había algún receptor de las mismas.
¿He dicho «Misión secreta«?
Os lo explico.
El Indi era uno de los buques insignia de la Marina de los Estados Unidos.
Fue seleccionado para cumplir una misión secreta que podría evitar el desembarco en Japón de las tropas que se estaban acantonando en las Filipinas ahorrando un considerable número de vidas.
De hecho la misión secreta consistía en transportar el uranio enriquecido que se utlizaría para montar y armar la bomba atómica Little Boy que se lanzaría sobre Hiroshima. El Indianápolis llevaba a bordo la mitad del uranio 235 existente en todo el planeta.
Sin desmerecer el desastre humanitario que supusieron ambas bombas atómicas, se calcula que sus lanzamientos acortaron la guerra por más de un año y ahorraron decenas de miles, si no centenares de miles de vidas militares tanto niponas como americanas y otras tantas civiles japonesas.
Esta suposición se hace a sabiendas del precio en vidas humanas que supuso el avance lento pero sistemático de los americanos rumbo al Japón y la defensa enconada y valiente que hicieron los nipones de cada palmo de terreno. Si esta lucha hubiera tenido lugar en los alrededores de Tokio no podríamos ni imaginar la sangría que habría acaecido.
Tuvieron que ir conquistando isla tras isla dejando un montón de tumbas por el camino. De ahí la decisión fatal.
Partió de San Francisco, llegó en tiempo record a Pearl Harbor, navegando a 29 nudos, una velocidad inaudita que le permitió cubrir la distancia en menos de 3 días. De allí pusieron rumbo a Tinian, donde dejaron el encargo y de donde volvieron a zarpar rumbo a Leyte previa escala en Guam. Su segundo objetivo sería incorporarse a unas maniobras y opermanecer en el terreno de operaciones de la flota asiática norteamericana.
Nunca llegaría a Guam porque se cruzó con el submarino japonés I-58
El submarino que mencioné arriba y que hundió al Indianapolis con dos torpedos
Pero aquí no termina el drama.
Quien piense que ya ha tenido suficiente que se alce, se despida de Quint y se salga a la cubierta del Orca, porque queda lo peor de la historia.
Llegados a este momento de la narración, Quint toma aire y su audiencia entre la que estamos tú y yo, guardamos silencio. Nos acaba de decir que su barco reventó en medio de la nada y en el centro del Pacífico con 10.000 millas de agua a la redonda y sin mover un músculo de su rostro nos dice que ahora viene lo peor.
1200 marineros iban en el barco. 300 murieron en los poco más de 20 minutos que tardó en hundirse. 900 acabaron dispersos por el mar. Tres grupos grandes y multitud de marineros dispersos. En un radio tan grande que no se veían y cada grupo pensaba que era el único grupo de supervivientes.
Unas pocas balsas con mallas, algunos chalecos salvavidas. 900 hombres flotando. Una bolsa de crudo flotando a su alrededor, el combustible del barco que circulaba por sus pulmones y encharcaba sus alveolos. Se movían a duras penas en la superficie del agua porque la materia oleaginosa era una masa informe de petróleo aderezada con cuerpos vivos y muertos entremezclados, cajas de munición flotando y poco más…
Este sería otro drama en si mismo. Pero Quint nos explica que el carácter secreto de la misión hace que nadie supiera su paradero y, llegados a este punto, que nadie lo echara en falta. Esto sería otro drama en si mismo. Sumado al del petróleo que corroe sus pieles por fuera y sus órganos por dentro.
Al día siguiente nos llegará la explicación del hambre de tiburón de Quint
Cuando nos explique que durante cuatro días los 900 marineros tuvieron que luchar por mantenerse a flote, sin beber ni comer, peleando con tiburones que nadaban entre ellos a centenares y mordisqueaban y comían marineros a su antojo hasta rebajar el número de supervivientes de los 900 a 317.
Algunos murieron a manos de sus propios camaradas. Borrachos de sal, por beber agua marina, enloquecieron y mataron a otros marineros tomándolos por nipones o por tiburones. Insolación, embriaguez salina, deshidratación, miedo, heridas… a los que no les mutilaba un tiburón otros pececillos menores les arrancaban la piel a tiras. Y si no, el chaleco salvavidas se les incrustaba en la piel y se les pegaba abrasando su carne…
Tragedia sobre tragedia, drama sobre drama… 5 días sin dormir en altamar porque dormirte era sinónimo de escurrirte por el chaleco e irte al fondo del mar, o de no poder reaccionar cuando abrieras los ojos y vieras que estás a 60 metros de todos los demás cortando la superficie del mar con una aleta de tiburón por única compañia, hasta que vieras la aleta sumergirse y tú fueras detrás.
Quint termina de contarnos su historia y no te queda oxígeno ni para exalar un poquito. El silencio se palpa.
¿Puede haber algo peor?
Claro.
Capitán McVay… una vida entre drama y tragedia
El Capitán McVay verá truncada su carrera militar como marino de guerra de tercera generación porque la Marina, lejos de asumir una cascada de errores que hicieron que estos hombres quedaran abandonados durante cinco días, decidieron hacer un consejo de guerra contra el capitán.
Esgrimieron dos cargos: no evacuar el barco a tiempo y no estar navegando en zig zag cuando fue torpedeado.
Curiosamente resultó absuelto del cargo del zig zag porque el propio Mochitsura Hashimoto, el comandante del I-58, declaró que nada habría cambiado el resultado del ataque de haber navegado en zig zag. Como mucho habría lanzado un kaiten en vez de un torpedo y su tripulante, el del kaiten, pues estos eran supertorpedos tripulados por pilotos kamikaze, se habría estampado igualmente contra el Indianapolis.
Pero salió culpable de no evacuar el barcoa tiempo. A pesar de haber intentado cumplir escrupulosamente con el protocolo y haber apurado los tiempos necesarios para ver si la medida era necesaria o evitable.
¿Puede empeorar la cosa?
Hombre… recibir llamadas de madrugada durante décadas y responderlas para que un padre te culpe de la muerte de un hijo… si no es drama es castigo, y si no es tal, sí que es penitencia.
Por todo eso, por su carrera truncada y por el peso de conciencia que llevaba soportando se voló la tapa de los sesos.
Y me diréis. Menos mal que aquí se termina el drama.
Pues sí… pero no.
Porque esta peli se guardaba un conejo en la chistera y toca sacarlo ahora.
Perversión WOKE
Meter el racismo en esta peli mutila la Historia y pervierte el episodio del Indianapolis
Aquí viene lo que revienta esta película que por presupuestos y por medios tenía un pintón brutal, hasta que a alguien se le ocurrió que no había drama suficiente. Que había que rizar el rizo porque el público del siglo XXI necesitaba una moralina detrás de la escabechina. ¿Que no tendría razón de ser? Da igual, el público lo compra todo.
Entonces los guionistas pusieron una bolsita llena de papelitos doblados al medio delante del director. A éste le tocaba meter la mano, remover los papelitos y seleccionar uno para ver qué trasfondo social iba a acompañar a la película.
Había varios candidatos… como siempre: ¿violencia de género? No porque no había mujeres a bordo. ¿Homofoboia o alguno de sus derivados? No, porque algún homosexual habría en la tripulación, pero no se lo podría haber distinguido enmedio del mar asomando sólo la nariz para coger aire porque no tenían fuerzas nipara mantenerse a flote. Descartado. ¿Xenofobia? a ver… eran todos estadounidenses y estaban en guerra, por lo que si hay algún comentario contrario al nipón lo habrá por cuestión de lógica, no de xenofobia.
Aunque habría sido divertido ver a un marinerito yanki hundiéndose y en su último aliento escucharle decir, «me hundo hoy, y me voy, a lo más profundo, pero sepa amigo japonés, que sus torpedos, que no me atrevo a rimar con… no me harán despreciarlo a Vd.» y al buche de un marrajo o pa’bajo. Xenofobia, descartada… remueve remueve papeletas hasta que saca una y al abrirla, y al leerla en voz alta y clara se le dibuja una sonrisa en el rostro: racismo.
Esta sí.
Los guionistas aplauden primero y con las palmas de las manos sudorosas y calientes, se frotan las manos.
Guionistas WOKE obsesionados con teñir de denuncia social todo lo que tocan
Nos ha tocado una de las buenas.
Tres guionistas deseosos de empezar a buscar la forma de retorcer la historia para aumentar artificialmente el drama con la subtrama del reacismo. En un momento dado uno de ellos se para en seco. Frunce el ceño. Suspira, arquea las cejas y pregunta a los otros dos: ¿De verdad que procede salpicar de racismo el guión de una película cuya propia historia es fascinante por si sola? Listo para papeles. A la mañana siguiente recogió el finiquito y se fue a que le sellaran la documentación del paro. Sólo quedaban dos guionistas: Cam Cannon y Richard Rionda del Castro.
Entre los dos tendrán que hacer verosímil que una historia que parte de misión secreta + submarino japonés + bomba atómica + torpedos + naufragio + tiburones + nadie tiene ni idea de dónde estáis porque ni si quiera sabemos que estáis hundidos + cargos injustos + consejo de guerra + condena injusta + suicido por depresión… A todo esto, habrá que meterle esa denuncia y crítica social sacándose el conejo de la chistera y acusando a no sabemos quién pero a Occidente en general, de racistas.
Manos a la obra.
No sabemos cómo pero a cada gesto, a cada diálogo y a cada mordisco de tiburón le tenemos que infiltrar una denuncia contra el racismo.
Y es verdad.
Vamos por partes.
El racismo es malo
Muy malo.
Y triste.
Sólo de pensar que alguien puede ser discriminado por el color de su piel me parece un hecho deleznable. Pero cada cosa tiene su sitio y su hora, y creo de corazón y carente de maldad alguna que el hundimiento del USS Indianapolis y que los tiburones se coman a casi 600 marineros tiene por si solo suficiente carga dramática en la que todos eran buenos y mueren por obra de la naturaleza, sin tener que estigmatizar a unos u otros inventando acusaciones de racismo que enturbian y cambian por completo la razón de ser de esta película.
Quint no menciona en su monólogo, en toda la escena que dura más de 6 minutos el racismo. No podría haber pensado en él. ¿Había racismo en aquellos tiempos? Mejuego el pellejo a que sí.
Pero el USS Indianapolis no era el marco para denunciar el racismo
Pero esta no era la peli ni el hecho histórico para empañarlo con una pátina de denuncia social que cambia una película y la convierte en otra. Engañando al espectador. Como me engañó a mi. Porque yo no iba a ver una película de denuncia social, iba a ver un drama de un hecho histórico y me trufaron otro tema metido a presión y con calzador.
Puedes leer Matar a un ruiseñor y Arde Mississippi en el fancine
Hay peliculones que hablan de racismo: Matar a un ruiseñor, Arde Mississippi, ambas en el fancine. Y ambas nacidas y concebidas para denunciar al racismo. Películas maravillosas cuyo conetnido conoces de antemano y, cuando te pones a verlas lo haces a sabiendas de qué vas a ver.
Y lo que ves es una injusticia y el bien peleando para imponerse al mal. Pero no tocaba en eta película. Por eso me disgustó. Bastante drama vivió el capitán McVay perdiendo su barco y a tres cuartas partes de su tripulación. Arruinando su carrera por salvar la de los incompetentes que le echaron pala sobre pala toda la inmundicia que pudieron. Hasta suicidarse años después.
No merecía esta historia, éste drama, añadir una nueva capa de sufrimiento aleatorio y arbitrario que, dado el tema, estigmatiza de rondón a la mitad de la tripulación por ser blanca. Eso en la peli, porque en la realidad dudo mucho que hubiera más de un centenar de negros entre los marineros.
Vas a ver una peli porque te gusta su tema y te meten una denuncia social como subtema
Es la política WOKE de lo políticamente correcto de nuestros días que lo tiñe todo como la tinta de un calamar. Hay películas para unos temas y películas para otros. Dicho sea de paso, los únicos racistas, puestos a cumplir cuotas dentro de todas las películas habrían sido los japoneses. Y lo digo no por desdén hacia una cultura que me fascina y subyuga desde mi infancia.
El submarino japonés incumple todas las cuotas raciales del cine actual: ¡solo salen japoneses!
Lo digo porque es imperativo cumplir todo tipo de cuotas para diluir la presencia caucásica en las películas, pero cuando nos adentramos en el I-58, el submarino japonés, no vemos, y eso que he rebobinado y lo he mirado a cámara lenta, ningún nipón con rasgos caucásicos, ni de ningún otro color o etnia que no sea el japonés. Por la misma regla de tres tendrían que haber trufado de españolitos, por poner un ejemplo que no hiera ninguna sensibilidad, la tripulación japonesa. Pero que conste, ni hay españolitos actuando como japoneses ni me siento ofendido porque no los haya, es más es lo lógico.
Por todo eso me defraudó, me decepcionó y me sentí engañado al ver esta película
Por eso y porque para trufarla de personajes que nunca existieron han borrado, de un plumazo, a los que sí y fundamentalmente a los que sí existieron. Y se sacrificaron por los demás, yendo de un lado para otro, atendiendo física y espiritualmente a quienes estaban murierndo para curarlos o acompañarlos en su último aliento. Me refiero a personas, que no personajes, calve en esta historia como el marine McCoy y el cura, o padre Conway y el Dr. Haynes.
Lo verdaderamente dramático de esta historia, no la ficción con subtramas incorporadas, es la que tuvo lugar un 6 de noviembre como hoy, en 1968. A decir verdad, el remate de una historia dramática plagada de datos igualemente dramáticos.
Cuando el capitán McVay sembró dudas entre sus vecinos al correr la noticia de su suicidio
Nadie en su pequeña localidad comprendía por qué se habia quitado la vida. Cosa que empezaron a comprender cuando, tras su entierro, empezaron a aparecer artículos de periódico que hablaban de él y lo colocaban en el centro de una controversia abierta, pero silenciada, desde 1945.
Cargó durante 23 años con la mancha en su expediente y la acusación, más que acusación, la condena de la US Navy por negligencia. Una condena que truncó su carrera militar y que lo acompañó noche tras noche hasta que apoyó el revolver en su sien y apretó el gatillo.
Pasarían otros 20 años hasta que la marina de los Estados Unidos desclasificara unos documentos que, contrastados con los informes judiciales, y con la propia sentencia, sirvieron para exonerar al capitán y retirarle todos los cargos.
McVay arrastró dos cargos de conciencia por el viacrucis que supuso el último tramo de su vida. Por un lado cargó con los recuerdos de una tripulación flotando a la deriva en medio del Pacífico. Cargó con las vidas de 200 marineros hundidos por un torpedo japonés. Y cargó con las vidas arrebatadas a otros 800 marineros por los tiburones que se cebaron con sus cuerpos flotantes e indefensos durnante casi cinco días.
Al cargo de conciencia que suponía la pérdida del buque, capital para un capitán de barco, hay que sumarle el de la muerte de sus marineros. Pero la cosa se agudizará sobremanera cuando un tribunal militar lo culpe por los hechos. A buen seguro que para tapar con su sentencia los múltiples fallos que hubo en la logística y la organización del tráfico marítimo en el Pacífico. Mejor echar el muerto a uno que arrasar con una docena de cargos, de altos cargos, y provocar un escándalo a nivel nacional.