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Misión suicida: USS Indianapolis

Tabla de contenidos

Ficha técnica de Misión suicida: USS Indianapolis

Título: Misión suicida: USS Indianapolis
Título original: Mission of the shark: The saga of the USS Indianapolis
Director: Robert Iscove
Año: 1991
Nacionalidad: USA
Duración: 100′
Guión: Alan Sharp
Fotografía: James Pergola
Música: Craig Safan
Productora: Fries Entertainment Films, Richard Maynard Productions

Ficha artística

Stacy Keach – Capitán McVay
Richard Thomas – Teniente Scott
Carrie Snodgress – Louise McVay
Bob Gunton – Chaplain
Don Harvey – Kinderman
Steve Landesberg – Lipscombe

Podcast sobre películas de Guerra submarina en el Pacífico – 2GM

Supe que comentaría ésta película desde que planificamos el podcast para La cartelera de Antena Historia

Bueno… para ser sincero debería decir que supe que comentaría la película USS Indianapolis: Hombres de valor protagonizada por Nicolas Cage. Y fue preparando aquella que me topé con ésta en Youtube (está entera en esa red social, que para mi siempre fue un buscador).
 
Doy gracias al cielo por haber encontrado este telefilm de medio pelo que, a diferencia de la otra película, sí refleja la Historia del Indianapolis casi como si fuera un documental.
 
No obstante he comentado y publicado también la de Nicolas Cage en el fancine, porque siendo la misma trama, distan mucho una de otra.
 
Esta fue concebida para la televisión, y su presupuesto es irrisorio, pero respeta el hecho histórico en el que se enmarca la acción. Y eso, en los años que corren, es mucho pedir.
 
Esta peli de principios de los 90’s. Cosa que percibimos por cómo está filmada y por los actores que desfilan por pantalla. Para mi el más destacable es Richard Thomas, quien ya pasó por el fancine en el pellejo del soldado alemán Paul Bäumer de Sin novedad en el frente.
 

«Misión del tiburón» la llamaron en inglés…

Sin ánimo de hacer spoilers, me figuro. Y «Misión suicida», en español, lo cual tampoco nos revela (casi) nada antes de sentarnos en el sillón para ver la peli.
 
Aunque puestos a sacar punta, lo de «suicida» no se ajusta nada a la realidad porque habría implicado que por lo menos los oficiales tendrían que haber sabido que era una misión sin retorno, lo cual no se ciñe a la realidad.
 
Podrían haberla llamado «Misión secreta» y habrían acertado de pleno, por lo que luego os contaré. Pero ¿del tiburón? o ¿Suicida? Así quién va a estimular al público a ir al cine.

El USS Indianapolis era un barco antiguo, arrogante y buque insignia de la US Navy

En el momento en el que se centra ésta parte de su historia, la edad media de la tripulación rondaba los 19 años.

Muchos de ellos no habían entrado en combate y los más era la primera vez que navegaban. Por eso, quizás por el miedo a zarpar, algunos marineros se desmadraron en San Francisco y también algunos zarparon bajo arresto. Esto implicaba 20 días en el fondo de un calabozo en la parte más profunda de la bodega, a pan y agua y sin salir del calabozo ni ver el sol en tres semanas. Eso en tierra firme es una condena, en altamar, y a la velocidad que romperían las olas es un suplicio de mareos y sudores condensados.

Esto hizo que buena parte del tiempo que pasaran navegando en estado de alarma perenne (conocido como «Condition able») y listos para entrar en combate en cualquier momento.

Turnos de 4 horas de guardia y otras 4 para descansar. Todo el tiempo lo pasaban haciendo maniobras para entrenar a los más jóvenes y engrasar a los veteranos. Al más puro estilo Torpedo.

Navegaban a un ritmo frenético sin parar de entrenar para adiestrar a los bisoños

Entre maniobra maniobra, los que libraban podían ir a dormir. La mayoría dormía en cubierta, al raso dentro de un saco de dormir o con una manta. Otros se retiraban a la cantina a tomar helado de limón (el favorito en toda la US Navy) y algunos se iban al cine que tenían a bordo.

De hecho en la peli veremos a los protagonistas saliendo del cine del barco hablando de la peli que estaban viendo: Objetivo Birmania, una peli propagandística protagonizada por el mismísimo Errol Flynn.

Esa peli es del mismo año 1945 en el que se enfrentan al tramo final de la Segunda Guerra Mundial. Ya habían terminado con los nazis y ahora se estaban empleando a fondo con los japoneses.

Esta vez los marineros no irían solos. Había un contingente, pequeño, de marines. Los que escoltaban la carga que tenía que transportar el Indianapolis.

Hago un alto para comentar esa carga.

Mision secreta

Para empezar, tanto la propia carga como la misión recién encomendada al Indianapolis eran secretas.

Por eso decía al principio que habría sido mejor hablar de misión secreta que de suicida o del tiburón. Porque nadie sabía y nadie podía saber, qué transportaban ni con qué fin.

De ahí la presencia de los Marines a bordo del barco, para escoltar lo que llevaban en la bodega, aunque en la peli lo veamos anclado a la cubierta.

Supe de ésta historia por Tiburón, y esta película respeta y refleja lo que Quint narró a Brody y Hooper a bordo del Orca, cuando se disponían a dar caza al gran tiburón blanco.

Cuando veía Tiburón no entendía la obsesión del tal Quint con dar caza al escualo

Claro que el bicho estaba haciendo de las suyas, pero el pescador llevaba el hecho un poco más lejos. Mucho más lejos.

Se tomaba su cacería como algo personal. Y cuando llevan un tiempo navegando, a la hora de la cena, narra una historia, ésta historia, a sus dos compañeros de aventura y singladura. Entonces comprendemos su obsesión por encontrar al tiburón y, a ser posible, arrancarle la espina dorsal antes de matarlo. Y arrancarle las mandíbulas para cocerlas y lucirla con el resto de trofeos ¿«escuálidos»? (por escualo) que cuelgan de la pared de su local en tierra.

Quint, el personaje de Tiburón y patrón del Orca, iba a bordo del USS Indianapolis cuando dos torpedos del submarino japonés I-58 reventaron su cascarón y provocaron su hundimiento. El primero en la proa y el segundo en el centro del casco.

Habían detectado su presencia con el radar, pero no lo habían identificado como un submarino por una argucia nipona: éstos recubrieron el submarino con goma, con caucho. Este caucho absorbía las ondas sonoras del radar y devolvía una señal «amortiguada» como si de grasa o carne se tratara. El encargado del sonar estaba plenamente convencido de que había localizado a una ballena.
 
El error resultó ser fatal.
 
Se fueron a pique en una de las zonas más profundas del planeta.
 
En este punto no puedo dejar de recordar las imágenes de la película La vida de Pi. En ella el protagonista es testigo de cómo se va a pique su barco, todavía iluminado por dentro mientras se hunde en el abismo negro de un mar de profundidad infinita. Porque algo parecido sería lo que vieran los marineros que sobrevivieron.

El USS Indianapolis en cifras para comprender la tragedia humana:

  • Iban 1200 hombres a bordo del barco
  • 300 murieron en los primeros minutos fruto de las explosiones, abrasados por el fuego o ahogados tras caer por la borda
  • De los otros 900 hombres que saltaron al mar, sólo sobrevivieron 317
El resto murió por causas varias: unos envenenados por beber agua salada. Otros por causa de las heridas sufridas durante y tras las explosiones. Algunos sencillamente se ahogaron. Pero los más… fueron devorados por los tiburones.
 
Sufrieron una pesadilla inenarrable en la que los heridos, que sangraban, atrajeron primero a una miríada de pececillos. No tiburones. Que se comían su piel y sus carnes a tiras. Los menos dañados o con más fuerzas, cuando vieron que los pececillos rodeaban a los indefensos, sin fuerzas para espantar a los peces, los protegieron mientras pudieron agitando piernas y brazos para que no pelaran a sus camaradas.
Al final una cosa lleva a la otra y al terminaron congregándose más de trescientos tiburones debajo de los marineros.
 
No quiero ni pensar en qué pensarían los muchachos, cuya edad media, recordad, era de 19 años, al mirar hacia abajo y no ver mas que tiburones merodeando. Azules, makos, tigre, martillo y blancos. Cientos de ellos. Subiendo y bajando como en un carrusel carnívoro y en un frenesí propio del primer día de las rebajas. Este comentario queda desfasado hoy en día por la COVID pero me habéis entendido.
 
Demos un paso atrás. Vámonos a la reacción inmediatamente posterior a las dos explosiones.
 
A estas alturas de la historia todavía no habían aparecido los tiburones. Ni los pececillos.
 
Estamos abandonando el barco
Y con poco orden, todo sea dicho de paso. Se abandonó el buque en tres grandes bloques. Y esto sería determinante porque al amanecer los marineros ser verían dispersos en tres grupos grandes y varios pequeños tan distantes entre si que todos se creían los únicos supervivientes.
 
El grupo más pequeño fue de los marineros que había en la proa. Fundamentalmente porque los más estaban calcinados. Los que cayeron al agua lo hicieron sin orden alguno. Unos repelidos por la onda expansiva, otros por el impacto de la detonación y otros por el reventón del cascarón. El impulso con el que salieron despedidos y lo pronto de su caída al mar los dejaría bastante distantes de los demás.
El segundo grupo saltó por la borda, también con cierto desorden, porque entendieron que la cosa estaba muy mal y no quedaba más remedio que saltar o morir. Estos pudieron llevarse consigo algunas de las barcas. Que no eran tales barcas, si no mayas con flotadores. Algo a lo que agarrarse al fin y al cabo. Balsas que, vistas ahora, daban lástima.
 
Los terceros saltaron del barco cuando ya se estaba yendo a pique sin dar tiempo ni para pestañear.
 
Con la popa del buque en vertical y hundiéndose en el agua como un cuchillo al rojo en un frasco de mantequilla. Estos saltaron intentando huir de impactos con algunos de los elementos de la estructura del barco y con la intención de poner tanto agua por medio como fuera posible. Esto era crucial, antes de que se hundiera todo el buque e hiciera efecto ventosa sobre ellos y los arrastrara consigo succionándolos.
 
Una vez hundido el barco, sobre todo los del tercer grupo, buscaron todo lo que flotara a lo que pudieran asirse. Chalecos salvavidas, alguna balsa de esas hechas con redes. Cajas, cuerpos de marineros ahogados que se habían hinchado al tragar más agua de la que podían expulsar… lo que fuera.
 
Al amanecer empezaron a organizarse como pudieron
 
Rescataron cuanto pudieron entre todo lo que encontraron flotando aquí y allí. Desde latas de SPAM, a botellas de agua, sólo unas pocas, algunos frascos con leche en polvo o de leche concentrada, un puñado de chocolatinas… y poco más.
 
Lo peor estaba por venir.
 
Para mejor flotar, e imaginad grupos de sesenta u ochenta personas a la deriva, se arracimaron.
 
Unos se colocaban en fila india para poder reposar sus cabezas en el hombro del hombre de atrás y al recostarse todos, aumentar la superficie en contacto con el agua y no hundirse. Amén de poder descansar sin tener que estar pateando el agua todo el rato.
 
Otros estaban separados, algunos agarrados a las guías (cabos (cuerdas para que me entendáis)) de las balsas y de las pocas barquitas que encontraron.
 
Temperaturas que podían oscilar casi 40ºc arriba o abajo según fuera de día o de noche. Hombres agotados, cuando no heridos o mutilados. Unos terminaron locos, por beber agua salada. Otros ciegos por el efecto del sol sobre la superficie del agua. Muchos ahogados, claro está.
 
Alguno murió a manos de otros marineros, por la locura que les producía el agua, pues pensaban que sus propios camaradas eran japoneses infiltrados… otros creyendo que sus amigos eran tiburones. Y los tiburones, mientras tanto los mordisqueaban, como vimos en Open Water. Mordían y se retiraban y volvían para volver a morder.
El frío del agua y el agotamiento hacía que muchas veces ni sintieran los picotazos y los mordiscos. Podían perder un pie y seguían agitando la pierna para mantenerse a flote…
 
Unos marineros, los menos, hicieron de tripas corazón y, en vez de mirar hacia arriba, miraron hacia abajo empuñando sus cuchillos o lo que hubieran podido alcanzar para defenderse de los tiburones. Esto es viable cuando te defiendes de uno, o varios (supongo pues ni lo sé ni querré saberlo jamás). Pero cuando tienes que flotar sin comer, sin beber y sin dormir a la deriva durante 4 días, defendiéndose del ataque de cientos de tiburones… 
 
Todos los que iban sobreviviendo se acostumbraron a sentir mordiscos de tiburón. Muchos fueron testigos sin fuerzas ni para revolverse de cómo su amigo o camarada era devorado a su lado por un tiburón, dos, seis hasta veinte y cómo salpicaban sangre y vísceras por doquier. Daba mas miedo cuando un único escualo hacía presa de uno de los tuyos y veías cómo se deslizaba por la superficie del agua despacito, sin chapoteos hasta sumergirse sin hacer el más leve ruido…
No fueron pocos los marineros que fueron devorados de cintura para abajo. Porque los escualos no perdían el tiempo en morder el chaleco salvavidas y se comían lo que colgaba. Por eso se convirtió en costumbre buscar a estos marineros para, sintiéndolo mucho, quitarles el chaleco y poder prolongar unas pocas horas más la vida propia. No pocas veces tenían que dar puñetazos y patadas a los tiburones mientras arrancaban el chaleco a un cadáver.
 
Hubo quienes fueron arrojados de las balsas hasta quince y veinte veces consecutivas en una misma hora… Si vuestro cuerpo resiste eso, pensad en vuestras mentes…
 
Es curioso que, con el paso del tiempo, y con las declaraciones de los supervivientes, los padres lucharon con todo su alma. Los padres que tenían niños esperándoles en casa. Los solteros fueron los primeros en rendirse. Los casados peleaban por no abandonar a sus esposas.
 
Pero luchar con todas las fuerzas que tenían y con las que no tenían, eso lo hicieron los que eran padres. Estos, a decir del resto, no se rendían y si tenían que bajar seis metros peleando con las uñas contra un tiburón, peleaban para clavarle las uñas en los ojos y arrancárselos y, al cabo de un minuto salir a flote victoriosos aunque sin fuerzas para celebrarlo y vuelta a empezar con el siguiente tiburón.
 
Estaban en medio de ninguna parte. En el centro de un círculo de agua de 10.000 millas a la redonda. Con dos puntos de tierra aislados en la inmensidad oceánica: al este Guam, a 650 millas. Al oeste Leyte, a otras 650 millas. Y por debajo de ellos 2 millas largas de profundidad.
 
Imagínate ahí… flotando
 
Así estaban ellos.
 
Y de entre todos cuatro figuras a destacar: el Capitán McVay, el Dr. Haynes, el padre Conway y un marine, el soldado McCoy, ejemplos de resiliencia y de fortaleza mental. Cada uno a su estilo, en su grupo de marineros a la deriva, ejercieron su papel de líderes y ayudaron a salvar multitud de vidas.
Deciros que, para colmo de males, muchos de ellos estaban atrapados en bolsas de combustible: el gasóleo del barco. Es decir, que a todo lo expuesto, sumémosle estar masticando, tragando y respirando gasoleo denso que les entraba por la boca y les encharcaba los pulmones.
 
Cuando McCoy se desplazaba de un lado para otro, en auxilio de los más necesitados, muchas veces tenía que coger aire y sumergirse uno o dos metros para bucear por debajo del gasóleo y desplazarse a mayor velocidad que si tuviera que ir rompiendo la masa informe de fuel medio sólido y viscoso que se pegaba a su piel y lo lastraba.
 
McCoy fue uno de los últimos en saltar del barco y sufrió la succión de la que os hablaba antes.
 
Se sumergió centrifugado creo recordar que casi 20m. Pero su tesón y sus fuerzas, o mejor aún, sus ganas de vivir le ayudaron a resisitir la succión, aunque se produjo algo insólito cuando dejó de bajar, subió a la misma velocidad a la que había bajado. Tan rápido que llegó a la superficie y fue expulsado del agua hasta elevarse un par de metros y volver a caer al mar.
 
Los primeros minutos los pasó recuperando la conciencia de si mismo y de lo que le rodeaba. Se fue espabilando conforme iba comprendiendo que todo lo que oía eran llantos y gritos de marineros que agonizaban. Flotaba espeso en un charco de fuel en medio del Pacífico y estaba rodeado por cajas de munición, cáscaras de patatas y muchos cadáveres.
 
Y aún así a veces el fuel los salvó de morir abrasados por el sol, o  de ser cegados, para ello tenían que impregnárselo por la cabeza. A cambio vómitos constantes, dolor en los pulmones, diarreas y disentería… lo tenían bastante crudo, la verdad.

No sabían si alguien había recibido sus SOS

Pero pensaban que no tardarían en ser rescatados. Ingenuos…
 
Esto es porque ninguno de ellos sabía el carácter secreto de la misión del Indianapolis. Una misión que hacía que no pudieran emitir señal de radio alguna para no ser localizados por el enemigo. Una misión que hacía que nadie los diera por perdidos porque casi nadie sabía o tenía que saber su paradero.
 
¿Por qué una misión secreta?
Porque el USS Indianapolis llevaba a bordo el uranio que después se usaría para armar una de las dos bombas atómicas: Little boy. La que tirarían sobre Hiroshima para terminar la guerra y no prolongar la sangría humana.
 
Por eso iban en misión secreta.
 
Por eso nadie los buscaba.
 
No hasta que la providencia se apiadó de los supervivientes e hizo que un bombardero los divisara desde el aire.
 
Todavía no acudirían a rescatarlos, pero por lo menos descendieron lo suficiente como para arrojar por la borda del avión todo cuando pudiera ser útil a los náufragos: chalecos salvavidas secos (pues tras tres días flotando los suyos se habían hinchado de agua y empezaban a matar más vidas que a salvarlas), alguna barca hinchable, agua y algo de comida para mitigar el hambre de unos pocos afortunados.
Para cuando llegó un Catalina tuvo que amerizar a una distancia considerable de los náufragos, por dos motivos:
  1. El primero porque nunca nadie había amerizado en altamar. Los Catalinas habían sido concebidos para aterrizar en zonas poco profundas y ninguno de los pilotos tenía ni idea de qué pasaría al contactar con el agua
    1. De hecho el piloto del Catalina amerizó desatendiendo la orden de no hacerlo. Se la jugó.
      1. La vida porque no sabía qué pasaría al amerizar
      2. Su carrera de piloto al contravenir una orden
      3. Y se volvió a jugar la vida porque se expuso a un pelotón por insubordinación
  2. El segundo porque los náufragos llevaban 4 días flotando. Alguno sólo era capaz de mantener la nariz fuera del agua. Esto significaba que si se acercaban deslizando el Catalina por el agua y hacían alguna olita, más de uno se ahogaría al verse sobrepasado por el elemento líquido. Imaginemos si les pasa una ola gorda provocada por el hidroavión al tocar agua
Una de las razones que impulsó a los pilotos a desobedecer las órdenes fue porque el agua estaba tan tranquila y cristalina que, desde arriba en el cielo, por encima de los náufragos, podían ver cientos y cientos de tiburones, para entonces casi medio millar, nadando por debajo de los supervivientes. Vieron incluso cómo se comían a sus camaradas indefensos y sin fuerzas ni para luchar que se dejaban comer sin reflejar ni miedo ni susto ni dolor en sus rostros.
No fueron pocos los que en éste último tramo, esperando a ser rescatados, sintieron un mordisco en el tobillo y un tirón hacia abajo y se sumergieron para siempre.

Flotar y rezar

Si esto debe ser aterrador para quien lo sufre en sus carnes, imaginemos a quien está al lado del que se hunde un poquito y vuelve a subir, como si se tratara de una boya. Y de pronto se sumerge de golpe. Imaginaros ser testigos de tal escena sin fuerzas ni para llorar. Es más, no tenían ni una gota de agua dentro del cuerpo y ni los lacrimales funcionaban.
Tenían que limitarse a flotar y a rezar para no ser el siguiente en sumergirse tirado por las mandíbulas de un tiburón. O varios…
 
No es realista que los que están a la deriva, después de 72 horas se muevan como lo hacen en la peli. En la realidad sus chalecos habían absorbido tanta agua, cual esponjas, que hacían de lastre y arrastraban a los marineros hacia el fondo del mar. Eran peleles flotantes.
 
Sólo de imaginar una aleta dorsal pasando a mi lado me hiela la sangre. Tenéis que ver Open Water para entender, de lejos, a qué me refiero.
 
El Catalina terminó hundido. Eran tantos los marineros supervivientes, (recordemos, pocos más de 300 de los 1200 que zarparon) que, cuando llenaron la bodega del Catalina los empezaron a repartir por encima de las alas, los motores y en la cola del avión. Al final entró agua por la proa del hidroavión. Cuando por fin llegaron los barcos en respuesta al SOS del Catalina, hundieron el hidroavión para no dejárselo a los japoneses como presa.
 
Deciros que muchos de los marineros no vieron al Catalina, ni vieron a los pilotos que los sacaban del agua. Algunos describieron cómo un ángel se cernía sobre ellos para arrancarlos de las fauces de los tiburones y salvarlos de morir ahogados.

Así con todo, el Capitán McVay fue acusado y juzgado por dos razones:

  1. No navegar en zig zag antes de ser atacados por el submarino
  2. No haber dado la orden de abandonar el barco a tiempo
 
Esta orden no se podía dar sin conocer el alcance real del daño. Porque si se abandona y después se descubre que podría haber seguido navegando, o que se podría haber defendido, del consejo de guerra saldrían listos para papeles.
 
Pero no pudieron conocer el estado del barco porque el oficial responsable estaba atrapado entre fuego y agua y no había electricidad para comunicarse por teléfonos internos… De todos modos, no pasaron ni 20 minutos desde que los torpedos detonaron hasta que el barco se hundió.

Al juicio acudió el mismo Hashimoto, comandante japonés del I-58

Su declaración ayudó a liberar a McVay del primer cargo puesto que explicó que hacer zig zag no habría variado el resultado del ataque.
 
Su convicción venía condicionada por la existencia de los Kayten. Estos eran unos torpedos enormes que eran tripulados por un hombre que lo pilotaba hasta hacerlo explotar. Eran los kamikazes submarinos.

Kamikazes

Breve lapso para explicaros el término kamikazes usado por los pilotos que se inmolaban estrellando sus cazas contra los buques americanos

La palabra data del siglo XIII, cuando Kublai Khan llegó a Kyushu para invadir el Japón tras arrasar China y Corea. Pero no logró invadirlo porque una tormenta hundió 200 de los 900 barcos y rompió al ejército de 40.000 soldados.
 
Siete años más tarde volvieron a intentarlo, esta vez con 140.000 soldados a bordo de 4.400 barcos que volvieron a ser rechazados por los vientos y las tormentas. Estos «vientos divinos», que es lo que significa Kamikaze, hundieron casi toda la flota y los japoneses creyeron que habían sido enviados por sus dioses.
 
El segundo cargo fue una losa insalvable que terminó con la carrera de McVay.
 
El capitán contó con el respaldo, la comprensión y el agradecimiento de la inmensa mayoría de los supervivientes. Pero eso no quitó para que de vez en cuando recibiera alguna llamada de madrugada para acusarlo de haber asesinado al hijo que alguien había perdido en altamar.
 
Esta injusticia, mas la judicial, perpetrada para salvar la reputación de la propia Marina y de alguno de sus oficiales, fueron los detonantes de la bala que atravesó el cerebro de McVay de lado a lado años más tarde, incapaz de seguir arrastrando tanta pena y tanta falsa culpa.
 
En un 6 de noviembre, como hoy. Por eso le dedico éste artículo al capitán McVay. Para honrar su memoria.

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