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El club de los cinco

Tabla de contenidos

Ficha técnica de El club de los cinco

Título: El club de los cinco
Título original: The breakfast club
Director: John Hughes
Año: 1985
Nacionalidad: USA
Duración: 97′
Guión: John Hughes
Fotografía: Thomas del Ruth
Montaje: Dede Allen
Música: Keith Forsey
Producción: John Hughes
Productora: Universal Pictures
Distribuidora: Universal Studios
 

Ficha artística

Andrew Clark – Emilio Estévez
Allison Reynolds – Ally Sheedy
John Bender – Judd Nelson
Brian Johnson – Anthony Michael Hall
Claire Standish – Molly Ringwald
 

Hay pelis que no defraudan

 
Las hay que ni si quiera prometen, por lo que poco las puedes exigir. Y sin embargo las hay que van de tapadillo, que ni prometen ni esperas nada de ellas, y aún así terminas de verlas con una sonrisa dibujada en tu rostro.
 
Y si esa peli te cuenta una historia sencilla, que no simple, que podrías haberla protagonizado tú mismo, entonces también es un viaje en el tiempo, a un pasado que reconoces. Tu pasado.
 

El club de los cinco nació con modestia y saboreó las mieles del éxito

Multiplicó por 51 el millón de dólares que costó. Sin hacer ruido y sin aspavientos. Llegó, vio y triunfó. El resto, lo de convertirse en un clásico, en el icono de una generación, vendría después.
 
Es una peli de culto… y llegó a estar entre las 500 mejores películas de todos los tiempos. Quizás sea un poco «demasiado», pero sí es una de las que mejor retrata a los adolescentes y la vida escolar.
 
Es una de las pelis que me traje en mi mochila de recuerdos de mi COU en Minnesota. Como Wayne’s World y Las alucinantes aventuras de Bill y Ted. Aunque con un registro totalmente distinto.
 
Ver la biblioteca en la que los protagonistas pasan el sábado castigados. Los pasillos y las aulas. Ver las taquillas y las instalaciones deportivas. La verdad es que cuando los personajes corren y recorren el colegio, andando, corriendo, y la cámara los persigue me parece que voy entre ellos y que los pasillos y zonas comunes del Shermer HS son los de Blaine HS.
 
Porque allí, con sus particularidades…

Todos los High School son idénticos

 
Las rutas escolares, los comedores, los campos de fútbol… Salvo pequeños detalles, marcados por el clima, la densidad de población y sobre todo si el colegio es urbano o rural… básicamente son todos iguales y, visto uno, vistos todos.
 
La fauna escolar americana difiere en cierto modo de la española. Allí tienen estereotipos que aquí se comprenden poco o nada. Las cheerleaders, los nerds, freshmen, juniors y seniors. El rey y la reina del Prom… y su homecoming (como el de Spider-Man).
 
Algunos de ellos están en la peli. Hoy sería políticamente incorrecta, por supuesto. Pues representa a una juventud que no contempla inclusión alguna. La de los 80s, la que vivieron todas las generaciones que nos precedieron. Bueno, y la mía.
 
La variedad, entonces, se medía por la personalidad del individuo: empollón, deportista, gamberro.
 
O por su clase social. Eso sí, todos de clase media: unos más acomodados, otros, los más, en medio y otros menos, pero todos dentro de una horquilla que los igualaba en gran medida.
 

El abanico sexual se limitaba a dos géneros: el masculino y el femenino

Más o menos como venía siendo desde hace más de 200.000 años. Como los que vemos en En busca del fuego. Básicamente para garantizar la supervivencia de la especie, no por ninguna manía.
 
Esta peli sería inviable hacerla hoy porque no podría ser El club de los cinco, sino de los veinticinco, para no excluir a nadie por temor a ser boicoteada. Y claro, una peli intimista, como ésta, con veinticinco muchachos o más… se les iría de las manos.
 
En lo que toca a mis recuerdos aquí, en España, destaco la cancioncilla que silban en medio de la peli, la de El puente sobre el río Kwai. De ahí lo de silbarla. Era como una canción fetiche en mi sección en BUP. Recuerdo que cada vez que un profe se iba de la clase, o se retrasaba, o salía a por tabaco, nos poníamos a silbar la cancioncilla de marras. Unas veces con algo de percusión, dando palmas o repiqueteando con las patas de las mesas en el suelo, para marcar el ritmo. Las más silbando, sin más.
 
De ahí que vea esta peli y me vea a mi. Unas veces en Andrew Clark, el deportisa. Otras en John Bender, por desgracia. Pero también me he visto en Allison, la «rarita», cuando me cambié de cole y me fui del Fray Luis en Princesa al Bernadette en Aravaca. Y Claire, cuando me iba descubriendo a mi mismo. Sólo en la Universidad me sentí como Brian, cuando estudiaba Filología Italiana y disfrutaba cada día cosechando Matrícilas de Honor y sobresalientes como nunca antes lo había hecho.
 
Por eso me gusta esta peli.
 
Bien podría ser una obra de teatro.
 
Por todo eso me atrae y me fascina.
 
Por sus diálogos pueriles. Porque los críos que la protagonizan se encuentran, todos ellos, en un cruce de caminos. Sin saberlo. Están a punto de tomar la decisión más importante en sus vidas, de sus vidas, para sus vidas. Están madurando y desarrollando una personalidad marcada por un carácter que ya tienen desarrollado. Sin ser del todo conscientes de que el «yo» que elijan ser en la adolescencia los marcará de por vida.
 

Cinco muchachos tan diferentes y tan iguales

 
Todos ellos castigados. Pertenecientes a grupos diferentes. Grupos que en España se entienden poco o nada. Pero grupos que en los Estados Unidos te marcan como si formaras parte de una casta.
 
Deportista, macarra, empollón, niña bien y la rebelde.
 
Allí perteneces a un grupo o a otro, no tienen medias tintas. De ahí el mérito del guión y de la trama. Una trama en la que todos empiezan aislados del resto, por prejuicios y poco a poco, el aburrimiento y la complicidad del castigo compartido hará que vayan limando asperezas, acercando posturas y abriéndose los unos a los otros hasta terminar el día siendo amigos.
 
De ahí la paradoja del empollón, el más jovencito de todos. Dudando al final de la peli si le volverían a hablar o se avergonzarían de él en público por miedo a que la gente piense que lo toman por amigos.
 
Paradojas del colegio… ¿verdad?
 
Quién en sus 40’s no ha pensado alguna vez que le gustaría volver al pasado, a su yo quinceañero, pero sabiendo lo que sabemos hoy.
 

Volvería atrás para no cometer los errores que cometí en su día

 
Eso no será posible. Pero reconocer esos errores y asumirlos, nos sirve para madurar, pues nunca terminamos de madurar. Y cuando lo hagamos ya no estaremos en este mundo.
 
Yo fui el malote en el Fray Luis. Eso sí, siempre defendiendo a los débiles. Era algo que llevaba muy dentro, lo de proteger, como luego plasmaría en mi etapa de los juegos de rol, encarnando siempre a un paladín.
 

En los Scouts fui el casto… rodeado de vicio como estuve. Entonces me refugiaba en el dojo, haciendo ninjutsu

 
Aquí hago un pequeño alto para contaros que la única vez que pasé un sábado castigado en el cole fue en el Fray Luis. Y lo pasamos precisamente por la canción del río Kwai. Porque, espero no confundirme, un tal Lozano había hecho alguna de las suyas. Y al echarlo el profe de turno, se fue a acompañarlo hasta el prefecto de disciplina, un tal Ocaña, mal bicho.
 
Al volver estábamos todos tarareando la canción de marras y el profe se cogió un mosqueo lógico. Fue a por el prefecto y éste nos castigó.
 
Me pasé toda la mañana de ese sábado leyendo y toda la tarde mirando por la ventana del laboratorio de química (donde estábamos castigados) mirando a los miembros del Kimball 110, el grupo Scout, reunidos en el patio.
 

3º de BUP lo hice en el Bernadette y COU en Blaine High School

Ya os hablé de Dieter Brandau cuando comenté El club de los poetas muertos. Y allí fui el rarito, refugiado claro, en mis partidas de rol.
 
COU lo hice en los Estados Unidos, y allí fui el deportista. Para más detalles, el pichichi de la liga de fútbol. Con las mieles que ello conlleva en una Sociedad que prima y premia al deportista.
 
Por eso me gusta tanto esta película. Quizás porque he vivido en el pellejo de todos los protagonistas. Porque sé, en mis propias carnes, que las personalidades y los gustos son antagónicos, pero se pueden encontrar en un punto intermedio. Y por eso disfruto viendo la evolución de los cinco protagonistas.
 
Antes hablaba «del profesor de turno» y en la peli tenemos uno.
 
Si os digo la verdad, no sé su nombre.
 
Es más, no sé si llegan a decir su nombre en la peli.
 
Qué descuido el mío.
 
Pero tampoco me importa.
 
Es tan sólo el contrapunto del adulto enfrentado a los adolescentes. No tiene pinta de haber sido un buen crío cuando tuvo la edad de los castigados. Pero ha logrado esa posición que te otorga la edad y la nómina. Lo suficiente como para tener los ánimos templados y los reflejos fríos para no jugártelo todo por un calentón.
 

Madurez al fin y al cabo

 
La que les falta a los chavales y él si tiene, por el peso de los años.
 
Eso sí, será «muy entre comillas» el enemigo común y será su presencia la que estimule la solidaridad entre los cinco estereotipos de muchachos tan dispares todos ellos entre si.
 
Sólo quiere cumplir con su deber, ramplón, sin más… cobrar su nómina y esperar semana tras semana hasta jubilarse.
 
Muy gris…
 
Indudable.
 
Pero es como los quinceañeros rebosantes de hormonas y pletóricos en su pubertad nos ven a los cuarentones. Aunque hablando de cuarentones, y puesto que nos hemos pasado varios meses en cuarentena, y el gobierno amenaza con volvernos a encerrar, por el COVID y porque no se han dignado en hacer nada desde febrero de 2020, salvo espiar nuestros móviles y nuestras redes sociales, dejarnos morir,  y poco más… permitidme un chascarrillo que decía a mis amigos en esos días de condena. «Yo a mis 45 puedo deciros que estoy en medio de la cuarentena».
 
Chiste malo, muy malo… lo sé. Pero sigo riéndome cuando pienso en él.
 
Esta peli, para mi, tiene sabor a juventud y a colegio. A recuerdos de cambios de humor, de amor, de vergüenzas y desvergüenzas. De risas y lágrimas. De todo eso tiene sabor esta peli, y casi todo el que la ve coincide conmigo en ello. Por eso, si la has visto sabrás de qué te hablo. Y si no, te recomiendo que lo hagas.

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