American Beauty y la búsqueda de identidad
American Beauty… Permitidme que, sin más, os recomiende verla.
Porque esta peli de 1999 es una joya del cine.
Destila sensibilidad, fragilidad, temor, vergüenza, indolencia que, en un momento dado, se tornan en insolencia, y hasta violencia… física y verbal. Podríamos decir que es una peli que tiene los sentimientos a flor de piel. O mejor aún… escondidos. No es que «escondidos» encaje mejor con cómo están los sentimientos en esta peli, es que es precisamente cómo están. También es cierto que a flor de piel: sentimientos esperando que alguien les pase la mano por el lomo para aflorar… pero escondidos. Latentes quizás…
Tiene un protagonista pero vemos la peli como si fuera coral
Y en esa variedad de personajes que vemos desfilar por la pantalla, cada cual de su padre y de su madre, veremos un rasgo en común: todos esconden sus sentimientos.
Permitidme parar aquí el tema de los sentimientos, y de las emociones, para retomarlo después.
Ahora os presentaré tanto la peli como a su protagonista, y después al ramillete de secundarios que me negaré a llamarlos así y los llamaré coprotagonistas porque creo que todos ellos tienen mucho que aportar a la peli y, sí es cierto que el prota, Lester Burnham será quien pegue el disparo de salida. Él es el detonante de toda la acción. Es la pólvora de las emociones, a raudales, que veremos aflorar. El gatillo cuya presión hará detonar las vidas de las demás y la sangre fría y caliente que condicionará a todos los demás conforme cambie su temperatura dentro del cuerpo y del cerebro de este hombre inmerso en su crisis de los cuarenta.
Después del párrafo anterior creo que sí se merece que lo llamemos «el protagonista».
Lester nos abre su corazón desde el minuto 1 de película. Está amargado. Su vida tiene dos lecturas… la superficial, de puertas para afuera es maravillosa. Tiene una esposa preciosa y una hija maravillosa. Una casa ideal, un trabajo que colma sus necesidades y le permite vivir por encima de la media… todo a pedir de boca. Pero de puertas para adentro es un desgraciado. Su mujer no lo satisface, en ninguno de los sentidos: como esposa, como madre, como amiga, como cómplice… Y sabe que tampoco él la satisface a ella. Son un matrimonio de cara a la galería que se pudre desde lo más profundo de sus corazones.
Él está redescubriendo su sexualidad en busca del sempiterno placer. Físico, efímero… Y ella es una ameba capaz de dejar pasar tres semanas y tres meses entre polvo y polvo y, cuando llega la ocasión, estar más pendiente de no manchar la tapicería o de no despeinarse que de gozar. Es la frigidez personificada dentro y fuera de la cama. Nos basta escuchar al propio Lester que su mejor momento del día se lo procura él a si mismo, en la ducha, cada mañana para comprender que el fuego que él lleva dentro le quema y sólo se apaga cuando yace con el maniquí que tiene por esposa.
Ella tiene su doble vida y su doble moral. Es la típica petarda que no hace más que corregirte, regañarte y amenazarte. Siempre con el rictus serio y con voz de pito al sacarte las vergüenzas. No siente ni padece, ni mucho menos ama al lechón con el que comparte el colchón y seguro que se la revuelve el estómago cuando le tiene dentro. Por eso no quiere ni pensar en tener sexo con él. Pero en su cinismo, la ameba que es con su marido se torna en volcán con un comercial venido a más que se la gana con la misma estrategia que sigue para cerrar clientes: mintiendo. Y ella, que quiere que la mienta, se liará con él en busca de pasión.
Marido y mujer en busca de su identidad (individual)
Él para sentirse valorado como persona, y profesional, y deseado como amante. Ella para sentirse valorada como persona, y profesional, y deseada como amante… Vaya. No me he equivocado. No he copiado y pegado. Habéis leído bien y yo lo he escrito bien. Ambos buscan lo mismo, pero los dos lo buscan fuera del matrimonio porque es precisamente su matrimonio el que no inflama sus corazones y sus respectivos cónyuges, siendo ambos atractivos resultan repulsivos el uno para el otro. Han llegado a ese punto de no retorno en el que la rutina y la inercia lo son todo en la vida de una pareja fracasada que sólo mantiene las apariencias porque su hija viva una falsa realidad.
Y su hija no es tonta. Ellos podrán mentirla pero no la engañan. Jane ve lo que hay y reconoce que hay de todo en su casa, menos amor. Amor y voluntad de reconducir la situación. Pero el deterioro familiar afecta a su personalidad y acude a su amiga Ángela para buscar refugio emocional.
La llamo «amiga» por llamarla algo. Porque es la típica persona egocéntrica e insensible incapaz de preocuparse, de verdad, por una amiga. Es la típica persona que siempre te contesta con un «y yo más» o un «yo también lo tengo». Capaz de empezar una conversación sin escucharla y de retomarla cuando toque hablar de ella. Y así con todo parasita a su amiga y sin tener nada moral ni ético que aportar la fagocita y la vacía de personalidad para manipularla. Todos conocemos alguna persona así: falsa y manipuladora.
Pero para conocer a una persona como Ángela, es forzoso que conozcamos a otra como Jane, y veamos, desde fuera, con pena, cómo la una manipula usa y humilla y la otra se deja manipular, usar y humillar. Y nada puedes hacer, porque si intentas avisar a su víctima, que idolatra a su parásito, lo defenderá y te arrancará los ojos, por lo que si lo intentas una vez y no ves que la cosa mejore, mejor pasar porque al final, si no, quien saldrá perdiendo eres tú.
Por eso Jane terminará siendo caza menor para Ángela y verá en Lester una pieza de caza mayor. Esto mientras Jane se desengaña y busca refugio en el perturbado mental que es su vecino, quien la graba con su videocámara desde su casa, a través de la ventana.
Este perturbado es el hijo de un marine de los Estado Unidos. Un oficial que esconde un secreto a voces. El secreto lo calla pero las voces las da cada ve que Ricky, su hijo, saque los pies del tiesto. Y los saca cada dos por tres porque lejos de ser el hijo modelo que él desea y anhela es un prenda que va por libre y trafica con marihuana en el colegio para pagarse sus vicios con el dinero de los vicios que les vende a los demás. Todo a espaldas de un padre, como decía, rígido e inflexible que parece que lleva el palo de una escoba metido por el culo todo el día. O eso quisiera él.
Porque ese será su secreto. Resulta ser violento, agresivo y exigente con su hijo porque quiere que le salga recto y correcto y no desviado como él. Pues al final resulta que el padre es un homófobo recalcitrante porque nunca salió del armario. Reniega y echa pestes de los homosexuales porque él lo ha sido en conciencia toda su vida. Pero no puede dejar que aflore ese rasgo suyo para no resquebrajar la buena imagen que tiene como militar. Y su hijo es el chivo expiatorio que pagará su represión, su auto represión, porque es él mismo quien se reprime y para ello ha montado una farsa de matrimonio con una mujer a la que le faltan unos cuantos hervores porque parece que está «mas pa’llá que pa’cá».
Estos son los ingredientes para este cóctel de película. Porque insisto: eso es viendo a cada uno de los personajes metiendo un zoom hasta sus ojos. Porque si nos vamos hacia fuera y los miramos desde lejos, sin entrar al detalle, todos ellos son maravillosos y viven vidas maravillosas.
Lester será el detonante para que todo salte por los aires
Como os decía antes. Él será quien se salga de la fila y provoque que el resto se derrumbe. Es un infeliz y está insatisfecho. Y en su crisis de los 40s reinicia la búsqueda de su propia identidad, empezando por el trabajo.
¿Quién no ha deseado entrar en el despacho del jefe para cantarle las 40? Pues yo lo hice. Dos veces. Una en Expolingua/EXPO-OCIO y la otra en ADECEC. Y ya os digo que en ninguna de las dos ocasiones me volví a casa con un saco de dinero y unas vacaciones pagadas. En ambas ocasiones me despidieron. Uno por llamarle sinvergüenza a mi vicepresidente, cuando quiso sobornarme y no lo consentí porque no ponía ni pongo precio a mi lealtad. El otro por ser íntegro. Y en ambas ocasiones me costó el trabajo. No como a Lester en la peli, que se revuelve, hace acopio de cinismo y de caradura y logra un despido que le vale llevarse un pastón por el morro y pasar a tener los días libres no angustiado buscando trabajo, sino como el principio de un año sabático.
Y será ahí donde su vida empiece a desmoronarse. Pasará a creerse infalible. A pasar de su esposa. A restregarla sus emociones y rencores por la cara. Sobre todo cuando descubra que ella está revolcándose un día sí y otro también con un vendedor de pisos que la engaña y manipula. Toda esa fachada de hipocresía victoriana se la caerá al suelo cuando se sepa descubierta. Predica una cosa y hace otra. Se muestra frígida en casa para ser el oscuro objeto del deseo de Buñuel… Pero una vez descubierta el otro, que está de vuelta y pasa de todo, se mofa y se gusta y regusta restregándola que no es perfecta.
Todo esto aderezado con una huida hacia delante en la que el protagonista se calzará unas zapatillas de correr (en modo cursi «running») y se lanzará, como la mayoría de esos runners del Decathlon, a correr. Pero no para alcanzar una meta, sino para huir de lo que dejan atrás. Porque no pueden cambiar sus vidas huyen de ellas para terminar volviendo a ellas.
Y de pronto posará su mirada en Ángela. La amiga de su hija. Pero esta vez no la verá como una niña sino como un deseo turbio. Un deseo lascivo mediante el cual fantasea y desea a la amiga. De ahí viene el título de la peli «American beauty» y de ahí que veamos las rosas por todas partes. Porque no solo las veremos para velar la desnudez de la niña, sino a lo largo y ancho de toda la película, en segundo y hasta en tercer plano…
American Beauty es una rosa silvestre criada en un vivero
Es una belleza estandarizada, que se puede vender por unidades o por docenas y son todas un fake de la rosa silvestre. Pero esa misma rosa «American beauty» es la vida de todas esas familias que viven de cara a la galería. Mal criando a sus hijas sin decirles no a nada y comprándolas, o haciéndolas creer que lo normal es que te compren todo cuanto pides cuando lo pides. Personas con inseguridades de tapan sus complejos de inferioridad a base de vivir por encima de sus posibilidades. Todo eso es una American beauty: las falsas apariencias.
Y de falsas apariencias esta peli va servida.
En ese tiempo libre recién adquirido tras su despido, Lester hará ese running que os decía y pesas, y mientras hace pesas se liará unos porros que le habrá vendido el hijo del vecino. Y ojo, el padre, ese militar estricto y heterosexual verá y mal interpretará lo que ve a su hijo con el jeta de Lester. Para entonces ya habremos visto que la hija de Lester se está desengañando de la falsa amiga y empieza a hacer buenas migas con el tipo raro de su vecino. El que pasa las drogas a su padre…
Y habremos comprendido la trayectoria militar del padre cuando el hijo nos muestra una daga de las juventudes hitlerianas que supuestamente se trajo el padre de recuerdo de la Segunda Guerra Mundial. Toda una vida rodeado de soldados fornidos y ocultando que él mismo es homosexual, de ahí su amargura, de tenerse que ocultar en las sombras por miedo al qué dirán. Y como hay un instante en el que se piensa que Lester puede compartir el mismo secreto con él, va y le come la boca por impulso y el otro, a medio morreo le hace la cobra.
Vergüenza absoluta para el coronel que no terminará de digerir que le haya hecho la cobra y mucho menos que se haya destapado su secreto… Aunque todavía sólo lo sabe Lester.
Llegará el momento sexual en el que Angélica terminará de seducir a Lester y Lester se arme de valor para beneficiarse a la amiga de su hija. Porque hay que tener eso, valor, y no para dar el paso, sino si quiera para concebir semejante deseo. Por suerte, y justo cuando parece que ya no habrá marcha atrás, ella confiesa su virginidad y él se frena en seco comprendiendo el mal que está haciendo y el daño irreparable que la podría hacer para el resto de sus días. Dentro de su mezquindad veremos madurar a Lester y veremos cómo se adecenta su imagen justo en el tramo final, cuando todos los que le rodena podrían casi odiarle por igual.
Por lo menos su mujer, derrumbada por ser infiel y haber sido descubierta. El vecino porque sale del armario y Lester le devuelve al armario de una patada… O el jefe que ha pasado por el aro… Incluso la hija que está flipando con el padre pero, afortunadamente flipa más con el raro del yonki que si tiene algo positivo es que tiene personalidad, aunque no sabe discernir lo ético de lo inmoral.
Pero sí sabrá insuflar autoestima en Jade. Porque si es capaz de ver el Arte que hay en una bolsa de plástico zarandeada por el viento también será capaz de ver la belleza interior que Angelica eclipsaba en Jade. Por eso sustituye a esa amiga parásito que minaba su personalidad por este muchacho oprimido por un padre reprimido que, si dejara de vender drogas sería un chico retraído pero genial.
Ricky es un observador. Calla mucho y mira todo. Y en todo, incluso en lo más feo es capaz de encontrar sintonía y arte y belleza. Lo veremos a lo largo de la peli y lo veremos cuando alguien, y no forzosamente él, reviente la tapa de los sesos a Lester y sea él quien primero llegue al lugar del crimen y se deleite un rato viendo la densidad, la textura, el color y me apuesto a que allí sobre el cadáver, hasta el olor de la sangre caliente mezclada con la pólvora que flota en el ambiente viciado por la muerte.