Rebeldes

Rebeldes – The Outsiders – Francis Ford Coppola – Cine y ultraviolencia – Periodismo y CIne el fancine – ÁlvaroGP

«Cierto» no, «ciertos». Porque al fin y al cabo hablamos de violencia. De ultraviolencia para ser más exactos. En American History X incluye un componente político y racial. Son nazis, (herederos de los principios del Klan, como vimos en El nacimiento de una nación), como en Romper Stomper. Rebeldes no incluye tal matiz. Social sí, político no. ¿Lucha de clases? Tiene cierto tufillo a ello, pero definitivamente no hay componente racial. Al fin y al cabo habla de gente problemática que resuelve sus diferencias como saben: con los puños. Cuando no con el filo de la navaja.

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Se pasarán la película buscándose las cosquillas. Cierto es que, para variar, los malos de la peli serán los Socs. Hace décadas que se instauró el concepto de niño pijo = niño malo y viene siendo desacreditado, insultado, humillado y vejado por la literatura y el cine desde entonces. ¿Hay pijos mmalos? Claro. Y rockers malos, heavis malos, skin malos y mods malos. La maldad no es inherente al clan al que pertenezcas. La maldad la lleva uno por dentro (como Boromir al entrar en Lorien). Claro que hay colectivos más proclives al mal, pero al final quien apuñala, quien veja y quien delinque no es el grupo, es la persona.

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Así pues, en la peli veremos a los Socs siguiendo, incluso persiguiendo a alguno de los greasers.

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Hasta meterse en la mismísima boca del lobo.


Recapitulemos…

Faldas, complejos sociales (por porte de ambos bandos), prejuicios, orgullo, vanidad y miedo por el qué dirán irán conformando la leña que encenderá un fuego que no podrá apagarse solo.


Hasta que llegamos al punto de no retorno.

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Cuando te sientes empujado y sin control sobre tu propio destino. Cuando has tocado fondo. Cuando no te queda nada que perder y solo puedes contraatacar cual alimaña… cuando te aferras al hierro, ¡desperta ferro! Este es el punto de no retorno. Golpes puedes aguantar, y puedes golpear. Pero punzar la carne, empujar, tensarla, sentirla ceder a la punta inmisericorde y deslizar el frío acero entre piel, sangre, vísceras… Es el peligro de tomar las decisiones en caliente y sin ser dueño de uno mismo.

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Eso es lo que le pasará a Johnny cuando acuda a defender a PonyBoy que está a punto de ser ahogado.


No necesitas ser un criminal para cometer un crimen. El pecado de Johnny no fue ser él mismo. Ni estar marcado por un destino fatal. Su pecado fue, en frío, optar por portar una navaja. Cuando se vio contra las cuerdas, arrinconado, recibió una paliza y, cuando empieza a recuperarse, en caliente, ve a su amigo a punto de morir ahogado por la barbarie de la otra pandilla, como decía «en caliente» tira de la navaja y asesta una puñalada fatal al rival.


Si no hubiera llevado navaja nada de esto habría sucedido. Quizás habría podido auxiliar a su amigo, quizás no. Pero usarla le acarreará una penitencia de por vida. Ha matado. Es un niño y ha matado a otra persona. En legítima defensa, en este caso de su amigo. Sí, pero nunca volverá a ser el mismo marcado de por vida en la carne de su víctima.

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Sublime salto en el tiempo. Micro salto. A penas unos minutos, vemos a Johnny tambaleándose sacando la navaja de su bolsillo y aterrizamos en una imagen cenital que nos dice, nos describe todo lo que ha sucedido en los últimos minutos. Segundos que le cambian la vida a quien empuña el arma blanca. Segundos que le arrebatan la vida a quien la encaja en sus entrañas y siente el frío cubriendo su rostro mientras arden sus dedos encharcados en su propia sangre. Estertores, una lágrima, seguro que arrepentimiento por haber sido tan necio, frío, mucho frío, y silencio.

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A partir de ahí: el destierro.


Me fascinan los primeros planos que abundan en esta peli. Casi siempre de pies. Algunos de manos. Un cigarrillo a medio consumir… primeros planos descarnados que ilustran miseria y lo duro que es penar, vagar por esta vida.

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Huyen para poner tierra de por medio y evitar a la justicia y a la policía.

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Dallas les porcurará refugio en una iglesia abandonada que solo él conoce. Hasta que pase el peligro. Hasta que la poli se olvide del crimen con un carpetazo y abra otra investigación para investigar el siguiente crimen. Hasta que la pandilla rival salde su deuda sin cebarse con el muchacho.


Cambio de «look», cambio de identidad, para pasar desapercibidos, para diluirse en la sociedad.

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Aquí hará acto de presencia la mejor evasión que jamás haya existido. La lectura. Johnny no sabe leer, pero compra una novela, Lo que el viento se llevó. Sabe que PonyBoy quería leerla. Se la regala y le pide que se la lea en los muchos ratos muertos que les quedan por delante.

De vuelta en casa los hermanos sabrán que PonyBoy se ha metido en un lío, de los gordos, y Dallas les comunicará que están, de momento, a buen recaudo. Toca olvidar a los fugados y lavar la ropa porque viene tormenta.

Los Socs querrán venganza. Quieren venganza. Corre la voz y esta vez no serán las dos pandillas. No. Esta vez las dos comunidades, las dos caras de la moneda, se organizarán para partirse la cara. Sin armas, se pacta, se programa, se deja un período de calma porque la tempestad está a la vuelta de la esquina.

Todas las pandillas de ambos bandos harán piña, cada grupo a favor de los suyos y se citan para pelear.

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Esto lo hemos visto en el cine en películas que recogieron con maestría el testigo de Rebeldes. Lo vimos en Hooligans, por ejemplo. Con ciertos paralelismos. En ambas películas será el hermano mayor el que tome las riendas del problema. El que vuelva de su retiro pandillero, quien se ponga al frente y ejerza, en contra de su voluntad, de líder carismático. Darry da un paso al frente y se come la pantalla como paladín de los desamparados.

El fugado se verá obligado a regresar cuando sobreviva a otro incidente. PonnyBoy y Johnny recibirán la visita de Dallas en la iglesia abandonada y se irán a comer una hamburguesa. A la vuelta la iglesia está en llamas. Una excursión de niños, un fuego fortuito y unos niños atrapados entre las llamas. Aflora la dualidad de las personas. Ambos prófugos se las verán consigo mismos. ¿Huyen de la iglesia para no ser encontrados o echan una mano a los adultos desesperados que no logran rescatar de las llamas a los niños?

El villano da paso al héroe y Johnny entra en la iglesia, seguido por PonnyBoy y logran rescatarlos. A costa de recibir quemaduras que darán con sus huesos en el hospital. Mención «periodística» al trato que dan los medios de comunicación a la acción del nuevo héroe. Puede sentirse alagado, pero deja de estar escondido y sale a la luz…

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A partir de aquí tres historias simultáneas…

Johnny debatiéndose con la muerte con medio cuerpo chamuscado. Está localizado, no ha habido más remedio que trasladarle a un hospital.

PonnyBoy llega a casa poco antes de que estalle la pelea con los Socs.

Dallas empieza a perder el norte.

Empieza la pelea cuando Dallas reaparece deseoso de sangre, deseando repartir mandobles, provocando y haciendo bueno aquello de quien pega primero, pega dos veces.

Todos reparten bofetadas y todos las reciben.

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Vuelvo a rescatar la película Hooligans para analizar la escena en la que, uno de los Greasers, abatido, se revuelve para tumbar a su oponente de un puñetazo.

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Sigue la pelea, incierta, sucia, barriobajera y endenciera. Es una pelea al fin y al cabo. Solo toca pegar y no dejarte pegar. Lanzar una patada al aire, un puñetazo e ir armando el brazo para el siguiente sin solución de continuidad, sin albergar pensamientos, puro instinto, puro animal, pega y que no te peguen.

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Hasta que los Socs se baten en retirada y estalla la euforia. Es el momento para lamerse las heridas, y más que nada para celebrar la victoria. Recuento de bajas: muchos magullados, huesos rotos, dientes perdidos y alguno fuera de combate. La pelea ha sido sucia pero lo suficientemente limpia para que todos (Greasers y Socs) respeten las normas pactadas.

Vuelta a casa.

PonnyBoy y Dallas se van a ver a Johnny. En cierto modo el fue la chispa que empezó este incendio, en defensa propia por supuesto, pero fue el punto de inflexión que precipitó a toda la chavalería a sacar lo más sucio que llevaban dentro para medirse a cara de perro.

Johnny está tirando la toalla. No le quedan fuerzas para vivir. Hace memoria de su corta pero intensa vida y no quiere volver a esa vida. El fuego se apagó pero las quemaduras lo consumen. No quiere ver a su madre, solo habla con su amigo. Confiesa que se avergüenza de todo. PonnyBoy procura insuflarle ánimos llamándole héroe por salvar a esos niños. «Mi vida vale menos que la de esos niños»… PonnyBoy se desepera, «sigue siendo de oro PonnyBoy» y fallece.

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Nadie da crédito a la muerte del amigo.

Al final ha muerto. A los dieciséis años. De fatiga, de dolor, de vergüenza, de complejos, de arrepentimiento, de pena… Se rindió y murió. Esta debacle se llevará por delante a Dallas. Abro un paréntesis para deciros que Matt Dillon reinterpretará (casi) el mismo papel ese mismo año con el propio Francis Ford Coppola con otra obra de Susan E. Hinton, en La Ley de la calle (peli cuya escena principal inspiraría años más tarde a Steven Spileberg en La lista de Schindler…). Se ganó el papel interpretando a este Dallas. Perderá la cabeza, atracará una tienda con un arma sin balas y la policía, después de acorralarlo lo acribilla hasta matarlo.

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Los Greasers han ganado. Sí. Pero a qué precio. No tienen derecho ni a celebrar una victoria efímera. Las sonrisas dan paso a las lágrimas. GAnan una pelea que les puede devolver la fe en si mismos y les borran la autoestima perdiendo dos amigos en la misma noche.

Triste, como la vida misma.