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Días de vino y rosas

Tabla de contenidos

Ficha técnica

 
Título: Días de vino y rosas
Director: Blake Edwards
Año: 1962
Título original: The days of wine and roses
Nacionalidad: EE.UU.
Producción: Martin Manulis
Duración: 117 minutos
Guión: J.P. Miller
Fotografía: Philip H. Lathrop
Música: Henri Mancini
Sonido: Jack Solomon
Productora: Jalem Productions
Distribuidora: Warner Bros. Pictures
 
Ficha artística
Jack Lemmon (Joe Clay)
Lee Remick (Kirsten Arnesen Clay)
Jack Klugman (Jim Hungerford)
Charles Bickford (Ellis Ernesen)
 

Días de vino y rosas es una obra maestra

 
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Cuando te crees que lo ha visto todo en el cine, tal es su grandeza que, de vez en cuando te encuentras con joyas como la que voy a comentaros hoy.

 
Inmerso en una espiral de falta de guionistas que sepan crear una historia de la nada, (es decir: original), y hartos de hacer explícita tanta sequía intelectual tirando de clásicos para versionarlos, imitarlos, plagiarlos, destruirlos, mancillarlos o recrearlos con exceso de medios y escasez de talento (Los siete magníficos, por ejemplo), da uno con una película como Días de vino y rosas y siente renacer la llama del séptimo arte en su interior arrullado por la música del incombustible Henry Mancini.
 

Esta película es un “trago amargo” de cruda realidad

 
Todo empieza en una fiesta, se macera en una cena, se potencia con una pasión, (la que siente Kirsten por el chocolate), y te desgarra el humor cuando realmente descubrimos el tema de la película: el alcoholismo.
 
No desvelo nada que haga perder interés por la misma. De hecho el alcohol está presente desde el minuto uno, pero es tal la maestría de Blake Edwards, que lo destila despacito y nos lo va presentando gotita a gotita hasta que la trama deja de estar latente y subyaciendo en el interior de los personajes y aflora violentamente desfigurando a los protagonistas; una pareja ideal (y desgarrando a los espectadores).
 

Jack Lemmon hace una interpretación “redonda” de su personaje: Joe Clay

 
Un Dr. Jeckyll y Mr Hyde del mundo contemporáneo. Un encantador muchacho que compagina como puede su gusto por el alcohol y su incipiente carrera de relaciones públicas. Lo que no nos aclara Edwards en ningún momento es si se dedica a las relaciones públicas por su pasión por el alcohol, o si se da al alcohol por su trabajo como relaciones públicas… Yo desconozco el mundo del alcohol, el submundo, aquel en el que pierdes los papeles y el norte, pero viniendo del sector… Creo que me empiezo a hacer una idea del mal del protagonista.
 
Porque el “quién eres” puede llegar a estar marcado por el “qué eres” en la vida, y el de las relaciones públicas es un mundillo inescrutable, casi indefinible y difícil de acotar hasta por sus mismos profesionales. Esto hace que Joe no tenga ni idea de por dónde empezar a definir su trabajo cuando cena por primera vez con Kirsten, y que ninguno sepa explicar al padre de ella qué hacen en el sector.
 
Lamentablemente la película nos hace sentir mal con nosotros mismos, vemos una pareja preciosa que pierde el rumbo bajo los efluvios del alcohol, y cuando están sobrios siendo ellos mismos ni se reconocen.
 

Nos remueve la conciencia

 
Además, y precisamente, en el caso de Joe, serán esas relaciones públicas las que indirectamente le arrojen a la bebida, haciendo trabajos que ni él mismo digiere, necesitado de un “copazo” para acomodar su estómago, que no su conciencia, lavando la cara a quienes no lo merecen y hablando parabienes de sinvergüenzas de tomo y lomo trabajando para su éxito, y todo porque su firma está por encima de los valores y los preceptos morales, desprestigiando, sin saberlo, a la profesión y a la vocación.
 

Relaciones Públicas y Comunicación

 
Consumido por un mundillo descarnado en el que uno tiene que hacer la vista gorda ante las trampas de los que han de salvaguardar la dignidad y la integridad de sus clientes y competidores, metiendo los bigotes y la mano donde no les llaman, manipulando premios, premiando a quienes no lo merecían: con flema (casi inglesa) sí, con tirantes y con malas artes de seminarista rebotado, también. Que si no participas de la trampa y miras en la trastienda, como mucho te meten un dedo en el ojo y te borran del mapa de un plumazo. Una película dura que nos describe cómo se puede falsear la realidad, enturbiarla, emborronarla perdiendo la perspectiva desde los posos de una botella.
 
Huelga decir que os recomiendo encarecidamente ver esta película. No esperéis salir de ella igual que antes de verla. Es descarnada, dura, insensible, a veces hasta agresiva hacia los personajes y hacia el propio espectador. Una joya del cine que refleja el lado oscuro de las personas, el secreto que algunos llevan dentro, el animal despiadado que nos devora por dentro cuando no somos capaces de tomar el timón de nuestra propia vida y nos abandonamos para dejarnos llevar por la corriente.
 

Todo esto es esta película, y Cine, con mayúsculas

Un alarde del cine, un saber interpretar, dirigir, componer una banda sonora y bailar al son del descontrol. Una pérdida de identidad cuyo rastro queda grabado en el celuloide para que entendamos los peligros que nos acechan como osemos bajar la guardia.

Es «Cine», con mayúsculas, del bueno, del que rescata al género y justifica aquello del «7º arte».

Porque al final, las historias más increíbles no son fruto de la imaginación desbocada de un guionista, están a nuestro alrededor y si pudiéramos abrir los ojos de verdad, y mirar desde el corazón, identificaríamos dramas y miserias humanas donde menos podríamos imaginar.

Es un reflejo de la sociedad.

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