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Tasmania

Tabla de contenidos

Ficha técnica de Tasmania

Título: Tasmania
Título original: Van Diemen’s Land
Director: Jonathan Auf der Heide
Año: 2009
Nacionalidad: Australia
Duración: 101′
Guión: Jonathan Auf der Heide y Oscar Redding
Música: Jethro Woodward
Producción: 
Productora: Noise & Light, Inspiration Studios y Screen Australia

Ficha artística

Oscar Redding – Alexander Pierce
Arthur Angel – Robert Greenhill
Mark Leonard Winter – Alexander Dalton
Greg Stone – William Kennerly
Torquil – Neilson – John Mather
Paul Ashcroft – Matthew Travers
Tom Bright – Thomas Bodenham
John Francis Howard – Edward Brown
Adrian Mulraney – Logan
Hay historias que te reconcilian con nuestra especie. Y hay historias, con idéntico tema, que nos arrancan la humanidad a tiras.
 
Y lo de «arrancar la humanidad a tiras» viene que ni pintado.
 
Iré al grano, para no haceros esperar.

¿Habéis visto ¡Viven!?

La comenté en abril de 2008, cuando era «El gastrónomo de la COPE»

Entonces y en aquel comentario abordé un tema peliagudo: la antropofagia. Aunque dicho así carece del matiz grotesco que al mismo hecho le confiere el término «canibalismo».
 
Ambas apuntan al mismo hecho: seres humanos comiendo la carne de otros seres humanos. Pero el matiz, si existe tal, radica en que el antropófago podría alimentarse con carne humana sin ser consciente de ello, o sin calibrar aspectos morales, por carecer de ellos (o ser propios de otra escala moral), que pudieran pervertir el hecho de dicha ingesta. Sin embargo el caníbal, y siempre partiendo de la hipotética distinción, sí es consciente del acto, y de las implicaciones del mismo y por eso mismo lo come.
 
Si comparásemos ambas pelis, ¡Viven! y Tasmania, vemos un hecho en común: personas que sobreviven a una experiencia extrema alimentándose con la carne de otras personas. En medio de un entorno natural hostil. El matiz radicaría en el paso previo a comer… Y no me refiero al despiece para ser comido, sino a cómo se ha sacrificado a la víctima.
 
Los supervivientes del accidente de avión que se alimentaron con los restos de sus compañeros de equipo, lo hicieron de un modo piadoso. Sin alevosía. Y sólo como último recurso a sabiendas de que era eso o la muerte. Pero compungidos y con dolor de corazón.
 
Y en el otro lado está el irlandés Alexander Pierce y sus colegas prófugos. Luego entraré en detalles. El caso es que se dedicó a matar a sus compañeros de fuga para irlos comiendo. No aprovechaba una muerte fortuita para, de perdidos al río, zampárselos. No. A unos los asesinó a sangre fría. A otros los mantuvo con vida para que su carne se mantuviera fresca. A los primero los desmembró y troceó para llevarlos colgados en un hatillo. Para comerlos noche tras noche hasta rebañar los huesos o tirar los restos podridos y reventar la cabeza a su siguiente víctima.
 
¿Veis por dónde voy?

El hecho es el mismo, sí, pero en el segundo caso, Tasmania, hay alevosía y maldad

Como con las tribus caníbales. No se comían a sus semejantes para saciar el hambre. Se comían a sus enemigos para apoderarse de su sabiduría, de su fuerza, su virilidad. Para amedrentar a las esposas de un gran guerrero y someterlas a voluntad. O para rendir a ese gran guerrero que vería cómo despiezan a una de sus esposas y se la comen cual bocata de calamares.
 
Por no hablar de Moctezuma y su pasión por los bebés, que parece que tenía siempre algún niño presto para ser sacrificado y asado. Para darse el gustito de comer su manjar preferido: bebés. De las tribus rivales sometidas, a cuyos padres también sacrificaba a modo de ofrenda a sus dioses. Tenían granjas de niños para criarlos como si fueran cochinillos asados. Para comérselos. Esto lo explico tanto en Apocalypto como en mi comentario de la Historia verdadera de Nueva España, escrita por Bernal Díaz del Castillo, uno de sus protagonistas.
 
Entiendo que el canibalismo es un rasgo incómodo de digerir cuando uno piensa en su árbol genealógico y se imagina a su padre, abuelo, bisabuelo y demás desollando un bebé humano y subiendo fotos a Instagram.
 
La diferencia de todos estos ejemplos, y el de la peli ésta, con ¡Viven! es eso: que a los uruguayos de ¡Viven! les martirizó su conciencia cristiana. Una penitencia, a cambio de su supervivencia, que los acompañó de por vida. Se comieron a sus amigos, pero por mero instinto de supervivencia. Ni como triunfo, ni ritual, ni asesinándolos. Estaban muertos y congelados y esa carne podría procurarles las proteínas necesarias para sobrevivir. Tomaron la carne procurando no profanar los cuerpos. Ese es el matiz diferenciador con respecto a Tasmania.
 
Y dicho esto, démonos un paseo por el imperio británico. A una de sus posesiones: la actual Tasmania, entonces, Van Diemen’s Land, entre 1803 y 1856. Una isla presidio británica. Como la propia Australia.
 
Curioso, ¿verdad?

Los británicos y sus ocurrencias

 
Conquistaron la India, una Sociedad dividida en castas e introdujeron dos nuevas castas: el hombre blanco europeo y el británico (anglosajón, blanco y protestante). Obvio decir que estas dos serían la cúspide de dichas castas.
 
Luego conquistaron, arrebataron Sudáfrica a los boers del Transvaal y del Estado libre de Orange para arrinconarlos y casi extinguirlos. Como con los indios americanos. Diezmados hasta no ser ni a sombra de lo que fueron.
 
Y luego se les ocurre que ¡qué mejor idea que colonizar islas para hacer de ellas presidios naturales! Y de una de esas islas, Tanzania, como os decía, llamada Van Diemen’s Land, hablaremos hoy. Una tierra que, de la noche a la mañana, se convirtió en un vertedero humano. No porque tuviera la Union Jack ondeado, es que además reunía al detritus de su sociedad.
 
Aunque todo hay que decirlo. No necesitabas ser un asesino de masas para que te metieran en un barco y te llevaran hasta el culo del mundo. Bastaba con robar unas ocas, o un faisán y estabas listo para papeles con condenas que podían superar una década de trabajos forzados en Tasmania, o Australia. Si encima tenías las manos manchadas de sangre tu billete era sólo de ida.
 
Una desproporción legal, la británica, que transitaba la fina línea del sadismo. Ya os lo expliqué en Robin de los bosques, luego ésta tradición despótica viene de lejos en el Reino Unido.
 
Por eso esos presidiarios perdían cualquier noción del tiempo. Cualquier noción moral, ética, y de educación. No vivían, sobrevivían. Unos entre latigazos, otros con grilletes de por vida, los más castigados con el cepo. Menuda leyenda negra podríamos haber escrito los españoles de los ingleses. Y a diferencia de la suya sobre nuestra España, nosotros no habríamos necesitado inventarnos nada. Se bastan ellos solitos para hacer atrocidades. Eso a sus enemigos, que también gozan en la intimidad con su conocida y reconocida «disciplina inglesa». ¿Habéis visto Un pez llamado Wanda? Si no, os la recomiendo.
 
Me temo que, a estas alturas del comentario, la peli no es más que una excusa para hablar de un tema que me pareció brutal cuando la vi por primera vez. Pero, movido por la curiosidad, trasteé por Internet y fui tirando del hilo hasta ver y comprender que todo lo que se cuenta en ella es cierto.
 
Está historiada, por supuesto, pero los ocho presidiarios existieron.
 
Compartían trabajos forzados en esta isla presidio. Idearon un plan para escaparse. Hasta ahí normal, es comprensible que alguien al que han arrebatado la libertad, sea culpable o inocente, tenga el deseo de escapar. Es de sentido común.
 
Ellos idearon una fuga por mar.
 
Pensaban robar una de las barcas en las que se trasladaban de Macquarie Harbour (donde estaba uno de los presidios británicos conocido por su manera de torturar física y psicológicamente a los presidiarios) a una de las zonas en las que hacían los trabajos forzados. Con esa barca saldrían a las afueras de la isla para intentar hacerse con uno de los barquitos que iban y venían a Australia, al norte de la actual Tanzania.

El plan era perfecto

 
Se deshacían de Logan, su carcelero, sin matarlo. Y se hacían con el bote para ir hasta el barco. Y sí, se deshicieron de Logan, pero el resto salió de mal en peor.
 
Los descubrieron y, lejos de poner rumbo a la costa, o rendirse, se dieron media vuelta y se lanzaron campo a través. Tendrían que atravesar la isla entera caminando.
 
Sin provisiones y sin el equipo necesario porque, recordadlo, nadie había pensado en prolongar su aventura más allá de un par de días. Y pensaban ir navegando.
 
Llegados a este punto, cuando un grupo de personas tiene que hacer un equipo, entonces afloran las personalidades. Esto bien podría servir para un profesional de los Recursos Humanos.
 
El líder tomará decisiones. El cobarde callará. Si hay un mezquino intentará mermar la autoridad del líder cuchicheando a sus espaldas. El ladino se ganará adeptos con falsas promesas. Los sumisos agacharán la cabeza. Estos son los más, gregarios, como el ganado.
 
Si estuviésemos en una vida idílica el líder sería quien tomara las riendas y guiara a su equipo hasta lograr su meta u objetivo. En la vida real el mezquino es un trepa que da codazos a diestro y siniestro. En Van Diemen’s Land será más sencillo: se comen al líder y a ver quién abre la boca.
 
La brutalidad de la peli me recordó, por momentos a La carretera. También a Holocausto caníbal. Otras dos pelis para ver en ayunas, creedme. Ver a unas personas que son llevadas de aquí para allá y las mantienen con vida para comérselas más adelante…
 
Veremos hachazos bien dados que decapitan a presidiarios. Veremos hachazos mal dados que harán que lo veamos tambalearse, cuando no retorcerse en espasmos hasta desangrarse.
 
Por ver veremos hasta humanos abiertos en canal y colgados por los tobillos para ser desangrados con el fin de que su carne sea más digerible y se pueda masticar mejor.
 
Veremos cómo cuecen los intestinos de sus compañeros de aventura. Cómo arrancan su carne a tiras para mordisquearla como si fuera un tasajo. Y padeceremos un humor corrupto que hará (para que veáis hasta qué punto es ponzoñoso el chistoso) que nos alegremos cuando le llegue su San Martín.

Seres humanos abiertos en canal

 
Al final dos se disputarán el liderazgo y aquí el liderazgo significa comer y o ser comido. El tal Alexander Pierce y Robert Greenhill. Os confesaré que a mi me caía peor Robert, o por lo menos os confieso que me despistó la primera vez que vi la peli.
 
El tal Alexander existió, igual que los otros siete. Y fue el único que sobrevivió, con el estómago lleno y caliente. Y lo volvieron a apresar. Él confesó toda su hazaña pero desestimaron juzgarlo también por canibalismo porque pensaron que se lo había inventado para limpiar memoria de sus compañeros de fuga.
 
El Pierce de la peli parece más una víctima que se deja llevar por las circunstancias que un verdugo que disfruta con su obra. De hecho, el despiste al que me refería es porque viendo la peli bien podría parecer que el malo de verdad era Greehill.
 
Volverá a escaparse de su nuevo presido (con esta fuga creo que sumaba seis o siete). Al final terminarán creyéndose lo del canibalismo porque se toparon con los restos de su nuevo compañero de (su nueva) fuga y se había comido sus intestinos. El tío era lo que hoy en día llamarían «foodie» en Instagram.
 
Así pues, la peli nos narra parte de la historia (la más macabra) de un irlandés que se fue hasta Australia para hacerse granjero. Creo recordar que la primera vez que fue a la cárcel fue por robar los patos o gallinas a su vecino. Luego despertará su sed de sangre, en el sentido literal de la palabra, e irá sumando cargos hasta terminar colgado.
 
Eso sí, antes de ser ahorcado confesaría todos sus cargos y todos sus asesinatos y narró cómo se comió a cada una de sus víctimas. Todo esto para terminar diciendo que «la carne humana es deliciosa. Sabe mejor que el pescado o el cerdo».
 
Menuda joyita.

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