Título: RAN
Director: Akira Kurosawa – 黒澤 明
Duración: 162’
Vestuario: Emi Wada
Rezuma artesanía por los cuatro costados. Se confeccionaron 1400 uniformes de samuráis. Aparecen 200 caballos de carne y hueso… Si El Señor de los Anillos: La comunidad del Anillo (sobre todo con El retorno del Rey) revolucionó la industria cinematográfica digital con Peter Jackson al frente, Kurosawa rescató el valor de lo tradicional tirando de extras, extras y más extras para dotar del mayor realismo posible a su película. Es más, el núcleo fuerte de los actores que aparecen en RAN interpretan al estilo del teatro Noh nipón. Lo vemos en la sobrecarga emocional y gestual de los protagonistas, así como en sus maquillajes.
Las localizaciones no podrían haber sido más simbólicas y representativas del Japón: desde el mayor volcán en activo, Aso, a dos de los castillos más prototípicos de la época retratada la película: Kumamoto y Himeji. En la peli veremos arder un castillo de Hidemori: para grabarlo fue construido a escala real en la base del monte Fuji y quemado de verdad. El riesgo que esto entrañó, amén del físico con la cantidad de extras que pululaban por allí, fue la necesidad de grabar toda la escena en una toma única sin margen de fallo porque era inviable reconstruir el castillo en caso de que algo saliera mal. No deja de ser un detalle de lo meticuloso y extremadamente exigente que era Kurosawa. Algunos lo califican hasta de «enfermizo». Para haceros una idea podréis leer mi comentario de Los siete samuráis y su tratamiento del agua y la lluvia a lo largo de la película y, sobre todo, en la escena de la batalla contra los forajidos.
RAN significa «Caos»
Un caos propio del contexto histórico del Japón que ilustra la película. Donde los territorios se fragmentan y se multiplican los líderes locales con sus ejércitos. Se suceden pactos, traiciones, paces y agresiones sin solución de continuidad. Ese podría ser el caos al que se refiere RAN. Pero también podría referirse al emocional de una familia poderosa destrozada por la envidia y el ansia de poder de una segunda generación que no siente el apellido familiar y se mueve por la codicia. Llevados, incluso, a esgrimir las armas en contra de los propios hermanos.
- Taro, el mayor, con ejército amarillo
- Saburo, el mediano, de azul
- Jiro, el menor, de rojo
Está basado en el reparto de las tierras de un gran rey entre sus tres hijos y en la obra de Shakespeare King lear. Sí, pero también bebe de la propia historia japonesa, allá por el s. XVI, en el territorio de Chugoku al oeste del Japón, cuando Daimy Mori Motonari repartió su reino entre sus tres hijos. En el reparto de las tierras les hizo romper una flecha a cada uno, (al estilo de Robin Hood: el príncipe de los ladrones) y los tres rompieron sus respectivas flechas. Después les dió 3 flechas juntas en un haz y les pidió que repitieran el ejercicio. Ninguno logró romperlas dándoles a entender que la unión hace la fuerza. Kurosawa no solo conoce la historia sino que también la rememora y la lleva un poco más allá en su película haciendo que Saburo use la rodilla para vencer la resistencia de las flechas. Esta es la lectura original de RAN, de su primer guión, que sólo tras ser modificado una y otra vez fue amoldándose a King Lear. No adaptando, si no dejándola revolotear alrededor de la trama. King Lear es la historia de dos padres: Gloucester y el propio Lear. Gloucester será el padre de Edgard y su hijo bastardo Edmund.
Lady Kaede establecería un paralelismo con Edmund, pero con un matiz que la distancia: ella no ansía poder si no venganza por la destrucción de su clan y familia.
Un clan borrado de la faz de la tierra por Hidetora, quien, consciente y consecuente, comprende y acepta el deseo visceral de Kaede. Consciente y consecuente porque reconoce el odio que ha sembrado a lo largo de su vida y el fruto que recoge acorde a su propio odio. En el caso de Lady Kaede llega incluso a confesar, cara a cara, que él fue quien mató a su padre, a su madre, a toda su familia, al clan entero y quemó el castillo. Esta escena nos revela cuán consecuente puede llegar a ser el anciano. Llega a pedir a la muchacha que borre su sonrisa de su rostro y le odie como merece ser odiado. Solo siendo odiado podrá mirarla a los ojos. Pero ella lo destruye moralmente diciéndole que no puede odiarle. Cree en el destino y piensa que una vida está prescrita de antemano y se agarra al sentir budista que la llena de paz.
Esta película, sin ser religiosa, rebosa espiritualidad.
Los transiciones suelen aparecer en forma de cielos… y los cielos, según estén limpios o cubiertos nos anticiparán el ánimo con que hemos de enfrentarnos a la siguiente escena. Sirven para declarar el ánimo del mundo, del Japón que rodea a los protagonistas, adquiriendo, el clima, el cielo, casi un rol protagonista. Las nubes son el dios omnisciente que sabe todo lo que les pasa y va a pasar a las personas que pisan la tierra y nos lo anticipa con sus cielos… a modo de pista para el espectador.
La película termina con un ciego abandonado por dios y por todos los que le rodeaban. Pesimismo, tristeza y melancolía. No solo dentro de la película, también en su rodaje. Kurosawa va perdiendo a sus colaboradores tras cuarenta años trabajando juntos. Algunos, incluso su propia esposa (aunque joven) morirán antes y durante la filmación de la película. No es de extrañar pues la melancolía y la sensación de despedida que arroja Kurosawa en la peli. Kurosawa no podía dejar de pensar en todo esto, sumado, además, a la tensión mundial en torno a un posible holocausto nuclear.
Como japonés ya sabía lo que era una bomba nuclear, y esto, al igual que a toda la conciencia colectiva de su generación le pesaba en la memoria y en sus pesadillas. Shakespeare no era apocalíptico, pero sí un tanto tétrico en King Lear. Si no tétrico si confuso… pues tras la desaparición de Lear no siempre tenemos claro quién le sucederá y tampoco sabemos si perdurará su legado. Un final desconcertante e incierto. Tan incierto como el futuro que se le abría a Kurosawa al término de la película, con 75 años de edad, cansado, casi agotado… usando a Hidetora como metáfora de su agotamiento físico e intelectual. En la película Hidetora está rodeado por los suyos, pero está solo en su ocaso.
También supone cierto «ocaso» la presencia de las armas de fuego. Para contextualizar, tomemos dos referencias: el budismo y la pólvora.
El budismo entró en Japón allá por el siglo VI, más como una moda elitista que como un credo popular. Sería el paso del tiempo (de los siglos) lo que hiciera que cuajase. El budismo entró en Japón mediante dos corrientes (Tierra Pura y Zen). La primera sin intermediarios a la hora de rezar (algo parecido al protestantismo cristiano) y la segunda con sus monjes (por mantener el paralelismo occidental sería más parecida al catolicismo). Ambas convivieron y crecieron impulsadas incluso con la llegada o surgimiento de nuevas corrientes budistas.
La segunda referencia, crucial, son las armas de fuego. Hicieron su aparición (primigenia) con dos intentos de invasión mongolas 1274 y 1281. Pero dichas armas de fuego se reducían a cañoneos y bombardeos. También tuvieron contacto con algún arma larga china, pero de poca calidad y menor efectividad. Fueron los portugueses en 1543 quienes revolucionaron la guerra en el Japón con la introducción del arcabuz. ¿Por qué?
Seré breve.
Se supone que debemos encontrarnos en el subperíodo Sengoku, dentro del Muromachi. Era de grandes señores con grandes dominios posterior a la infructuosa guerra Onin. Las grandes casas se mantienen y los pequeños clanes de samuráis prosperan. Esto hará que el Japón se parcele en multitud de pequeños dominios y constantes batallas para defender o ganar territorios. Dicha proliferación de batallas provoca la demanda de ejércitos numerosos y muchos campesinos darán el salto del campo de labranza al campo de batalla. Son carne de cañón, pero son efectivos «en masa».
El samurái tenía que costearse el caballo y su equipo, como sucedía en la Europa medieval. Y eso no estaba, ni de lejos, al alcance de todos y menos de los campesinos. De este modo, sumándose en grandes contingentes empezaría a prosperar la infantería, compuesta por ashigaru que medían su efectividad y/o valía en el campo de batalla haciendo valer su número. Se entiende que hacían falta diez ashigaru para derrotar a un samurái a caballo.
El sueldo de los guerreros se pagaba en kokus. Esto es, se pagaba en especias con arroz. El koku era la cantidad de arroz que podía consumir una persona en un año. Unos 150 kilos de arroz. Un comportamiento similar al que los romanos darían a la sal, de donde viene nuestro concepto de «salario».
En la película veremos ambos tipos de combatientes, pero lo que es más, veremos arcabuceros. Ahí quería llegar. Cruzamos dos aspectos cruciales: infanterías interminables y armas de fuego recién incorporadas al arsenal bélico de estos señores de la guerra. Aquellos líderes territoriales que entraron en contacto con los portugueses (curiosamente jesuitas (había puesto «franciscanos» pero el propio Jonathan López-Valero ha tenido la gentileza de corregirme desde Twitter, cosa que agradezco. Como bien me indica en su tuit, los franciscanos llegarían más tarde, y en esa época los japoneses ya hacían sus propios arcabuces)) fueron incorporando las armas de fuego. Primero las recibieron como regalo y después como mercancía. Las usaron y las estudiaron. Algunas fueron desmontadas y estudiadas para comenzar su producción local y no depender de terceros.
Los jesuitas mercadeaban con estos bienes usando aquello de «armas por almas». Y a fe que lo consiguieron. No les fue mal la evangelización de un buen puñado de japoneses, pero mejor les fue a los nipones revolucionando su manera de hacer la guerra. Ni que decir que los samuráis fueron reacios al arma de fuego: lo mismo que los caballeros europeos. Era poco menos que un deshonor combatir vilmente contra el enemigo sin mediar combate.
Esa desazón la vemos reflejada en la batalla de Hachiman, cuando los arcabuceros de Saburo inutilizan a la caballería de Jiro y los emboscan donde la infantería y las armas de fuego demostrarían su poder masivo. Pero si de un modo masivo eran letales, a título individual también, como observamos con el peligro de los recién acuñados «francotiradores» disparando a Taro y Saburo.
No debemos despistarnos: el arma más difundida entre los samuráis no fue la katana, que por supuesto era básica, junto con el wazikashi y el tanto (espada corta la primera y cuchillo largo el segundo). El arco era la esencia del samurái, como apunto en la primera frase del comentario de esta peli. Por eso la primerísima escena de la película nos muestra a Ichimonji Hidetora cazando jabalíes con arco. Nos posiciona en el pasado del samurái para luego ir dando paso al presente y por fin al futuro. Pero en cualquier caso, el arma de fuego se impuso, por práctico y hubo batallones enteros de arcabuceros que fueron desarrollando tácticas de disparo escalonado para acosar a la caballería rival con tandas sucesivas de descargas de plomo.
El final es tomado por unos como elegía, para otros es una herejía.
Quienes ya conocierais RAN antes de mi comentario en el fancine os habréis percatado de que no he mencionado a Kyoami, el bufón (para otros «loco»). Su papel es el del bufón en cuya locura accede al líder sin tapujos y sin poner paños calientes en sus observaciones. En su locura resulta ser el más cuerdo de todos y no duda en abrir los ojos al amo para denunciar sus propias barbaridades.
No profundizo mucho más en este aspecto de la peli porque aparece en casi todas las referencias a RAN en todas sus críticas. La mía no es crítica si no comentario. Es el equivalente a Kent en King Lear, uno de los personajes más ensalzados y cuasi divinos de su legado literario.
Algunas referencias culturales sobre el Japón incluidas en este comentario las he sacado de una lectura reciente y recomendable: Historia de los samuráis del autor español Jonathan López-Vera
Jonathan López-Vera me ha descubierto muchas cosas sobre esta casta guerrera. Pero sobre todo, me ha hecho sentir orgulloso de ser español
¿Por qué?
Porque nos explica la influencia que tuvo Portugal primero (lo he mencionado en «armas por almas») y España después, cuando la corona portuguesa fue absorbida por España. El autor dedica un pasaje al rey de España, Felipe II, cuando Hideyoshi unificó el Japón se percató del poder que empezaban a adquirir los religiosos portugueses, (ya españoles) y temió una invasión española.
Dicho temor se reforzó cuando un marino español, creo recordar que superviviente de un naufragio, señaló Japón en un mapamundi y después señaló el Imperio Español. Hideyoshi se asustó ante las posesiones de un solo monarca y comprendió que en muchos casos, la religión era una cuña que allanaba el camino de la colonización extranjera. Entonces asesinó a 26 monjes católicos, quemó algunas iglesias, requisó las tierras que había reunido la Iglesia, (como Nagasaki) y promulgó un edicto anticristiano.
Pero Hideyosi no era tonto.
Hideyosi no terminó de echar a todos los religiosos porque eso le habría supuesto el fin de las relaciones comerciales con Felipe II y el Imperio más grande que haya conocido la Historia: España