el fancine - Web de cine - Blog de cine - Podcast de cine - AlvaroGP SEO y contenidos digitales
El hundimiento - Biopic - Hitler - Cine belico - Segunda Guerra Mundial - el fancine - Blog de cine - Alvaro Garcia - AlvaroGP SEO - SEO en Madrid

El hundimiento

Tabla de contenidos

Ficha Técnica de El hundimiento

  • Título: El hundimiento
  • Título original: Der Untergang
  • Director: Oliver Hirschbiegel
  • Nacionalidad: Alemania, Italia, Austria
  • Año: 2004
  • Duración: 156′
  • Guion: Bernd Eichinger
  • Música: Stephan Zacharias
  • Fotografía: Rainer Klausmann
  • Montaje: Hans Funck
  • Producción: Bernd Eichinger
  • Productora: Newmarket Capital Group
  • Distribuidora: Constantin Film
 

Ficha artística

  • Bruno Ganz – Adolf Hitler
  • Alexandra Maria Lara – Traudl Junge
  • Ulrich Matthes – Goebbels
  • Corinna Harfouch – Magda Goebbels
  • Juliane Köhler – Eva Braun
  • Rolf Kanies – Hans Krebs
  • Thomas Kretschmann – SS-Gruppenführer Hermann Fegelein
  • Heino Ferch – Albert Speer
  • Ulrich Noethen – Reichsführer-SS Heinrich Himmler
  • Christian Redl – Generaloberst Alfred Jodl
  • Alexander Slastin – Vasily Chuikov

¿Quién es más loco, el loco, o el loco que sigue al loco?

Obi-Wan Kenobi – La Guerra de las galaxias

 

Esta frase la pronunció Obi-Wan Kenobi en La guerra de las galaxias.

Es, a la sazón, una de mis favoritas en la historia del cine. La rescato hoy, para iniciar mi comentario de El hundimiento porque pienso que viene como anillo al dedo.

Hitler estaba loco

Pero, en su locura, logró hacerse con la Cancillería Alemana y se ganó el afecto y la devoción de buena parte del pueblo alemán. A los demás los atemorizó, cuando no los mandó asesinar, por si osaban estorbar. Es lo que tiene este tipo de gente sin escrúpulos. Los que saben culebrear entre los intersticios de las democracias para aprovechar los resquicios y las lagunas legales. Porque está demostrado que las democracias que no saben defenderse de quienes se encaraman al poder disfrazados de demócratas, e implantan su tiranía.

Uno de esos vacíos legales se resolvería obligando a pasar exámenes psicológicos y/o psiquiátricos a los candidatos. Incluso creo que toda Democracia debería tener un resorte que la permitiera, de modo democrático, echar a un presidente si se demuestra que sus decisiones atentan contra los intereses de sus propios ciudadanos.

Un psicópata, un sádico o un mentiroso compulsivo no deben liderar a una nación que se precie y que pretenda ser respetada. Por el bien de sus ciudadanos. Líderes capaces de irrumpir en la esfera política sin nada más que aportar que odio y enfrentamiento. Lo aprendimos con Hitler, ni con Lenin, ni con Stalin ni con Mussolini. Después lo olvidamos. Y quien olvida la Historia está condenado a repetirla.

Eso pasó con Hitler. Un sádico acomplejado que logró atenazar las conciencias de quienes se le oponían hasta rendirlos y despojarlos de sus propias voluntades. Unos por miedo, otros chantajeados, comprados, amenazados o juzgados en juicios amañados, porque para eso se negocian jueces y fiscales, incluso en nuestros días. Si no el poder Ejecutivo no metería las narices en el Judicial.

Esta peli retrata a Hitler: uno de esos tiranos de nuestra Historia

El líder de un partido mitad socialista y mitad nacionalista.

Hablo del Partido «nacional-socialista». Lo que se conoció y conocemos como nazis. Miembros de la familia socialista: comunistasnazis y fascistas. En el caso español también tuvimos un movimiento que bien podría ir entre los dos últimos, los falangistas, porque tenían lo suyo de sindicalistas, socialistas y nacionalistas. Que nadie se ofenda, por favor, si me equivoco agradeceré que se me corrija. Todos ellos ajenos a la Democracia. Todos ellos capaces de ponerse una piel de cordero hasta que llegan al poder. Para cuando se despojan de ella y vemos al lobo que hay debajo ya es tarde. Ya han carcomido las Instituciones y sometido al vulgo.

Amén del nexo socialista que une a todos ellos, o les sirve de embrión, tienen más rasgos en común: la violencia, su capacidad para vestirse de demócratas, y su desprecio a las libertades individuales. Por eso, por encima de los rasgos en común, existe un factor que necesitan dominar a la perfección para que sus mensajes calen en la opinión pública…

Comunicación como instrumento de poder

Son los amos de la Comunicación. De la propaganda política. Como veremos en El hundimiento, en la figura del máximo exponente de esta propaganda: Goebbels. Muy parecido al Ministerio de la Verdad propuesto por Orwell en 1984.

Autor de una idea que no podría estar mas de moda en nuestros días «si repites una mentira mil veces termina convirtiéndose en verdad». No sé si la cita es exacta, pero el significado sí que lo es. Si dominas la Prensa, la tele (que no había en tiempos de Goebbels), la Radio, el cine e Internet (ahora) mediante los medios digitales, en los agregadores de contenidos y en las redes sociales, tendrás la capacidad de mentir sin pudor.

Mentir, desmentir y volver a mentir sin que el público comprenda el triple engaño y sometiendo su voluntad con un eterno runrún mediático. Si a esto le sumamos la autocensura de lo políticamente correcto tenemos un cóctel de propaganda que habría provocado sueños húmedos al mismismo Gobbels.

Este dominaba el cine y los Medios de Comunicación. Me refiero a Goebbels, al que vemos en la peli, al frente de su Ministerio de Propaganda. Fue, según lo entiendo yo, el verdadero alma del III Reich. Fue su sangre, su columna vertebral… y se hacía más fuerte cuantas más mentiras escupía por su boca.

Porque insisto, repitiendo mil veces la misma mentira, (y con Internet se convierte en un millón de veces al día), el pueblo termina creyéndose esas mentiras y tomándolas por verdades. De ahí a odiar y calumniar a quien ose opinar diferente hay un paso. Si encima perteneces a otro credo, como les pasó a los judíos y la nación está hundida en la miseria, como pasaba con la Alemania de entreguerras, tenemos el caldo de cultivo perfecto para que una pandilla de locos sin escrúpulos se encarame al poder. Y a ver quién los echa de ahí. Porque estos tiranos no son capaces de dar su brazo a torcer. O se lo rompes o te lo rompen, no hay término medio.

Así se hicieron los nazis con el poder

No dudaron en emplear la violencia, en boicotear actos públicos de su oposición. Disfrutaron la debilidad de un Gobierno flojito y de unas naciones extranjeras que tenían el compromiso de vigilar a Alemania pero miraban para otro lado y, si alguien invadía Polonia, se ponían a silbar violando todos sus acuerdos de mutuo apoyo.

Porque ingleses y franceses no hicieron nada cuando Alemania invadió Polonia por el oeste. Ni intervinieron cuando Rusia hizo lo mismo por el este. Y los gabachos lo pagaron caro y casi les toca claudicar a los ingleses, salvados por la campana en La batalla de Inglaterra.

Y así ejercieron su tiranía los nazis, hasta que murieron de Gloria… o de incompetencia.

De incompetencia más bien, como veremos en esta película. Aderezada con una buena dosis de soberbia, mesianismo y de borreguismo.

Hechas las presentaciones, vamos con El hundimiento, que nos cuenta la recta final del nazismo, de Hitler y de un pueblo que abrió los ojos a la realidad arrancándose los párpados para comprender que, por culpa de los nazis abrieron las puertas a los comunistas que entraron, de lleno, hasta el corazón del mismo Berlín. Pero cuando quisieron verlo ya era demasiado tarde para Alemania y para media Europa que pagó las consecuencias.

El hundimiento nos narra la resistencia de Berlín al asedio soviético

Asedio y conquista. Una resistencia efímera, si se puede calificar como tal, para la que yo tengo mi propia interpretación. Puede ser errónea pero pienso compartirla. Y si hay alguien que me pueda demostrar que estoy equivocado le agradeceré que me corrija. Estoy aquí para divulgar y estimular el pensamiento. Por eso no huyo de las correcciones sino que las agradezco.

Luego retomaré «mi interpretación» del comportamiento de Hitler en los días previos a librarnos de su existencia.

La batalla de Berlín

pero comienza dando un salto atrás. Miento, aunque primero da un salto hacia delante, casi hasta nuestros días, para luego volver atrás. Si hay algo que no me gusta de esta peli es el mismo recurso narrativo empleado por Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan. Cuando entro en el cine, o me pongo una peli en el DVD me gusta eso, ver una peli, y no que empiece o termine como si estuviera frente a un documental. Eso me arranca de la ficción y me arruina la experiencia cinematográfica.

Ese es el salto que da esta peli, para presentarnos a Traudl Junge. Una muchacha alemana que acude a una entrevista para ser, ni más ni menos que la secretaria personal del Führer. Y se hace con el puesto. La peli empieza con ella de viejecita entonando el mea culpa por no haber visto, no haber sabido ver o no haber querido ver el calibre del trabajo y de la misión de su empleador, y por ende, del suyo.

No me lo creo.

Me niego a pensar que la secretaria personal de Hitler no supiera lo cabrón que era su jefe. Y que no supiera, ni se enterara nunca del calado de su misión. Creo que sale en la película para expiar sus pecados y hacerse la tonta alegando que, en su juventud, no recaía en según qué cosas. Puede que sea cierto pero no me lo creo. Creo que miente como una bellaca. Hagamos política o historia ficción. ¿Si los nazis se hubieran impuesto habría salido ella en 2004 a decir las tonterías que dice en la película? No. Habría vivido en su paraíso ario y habría sido feliz. Pero como palmaron toca esconderse como las cucarachas y asomar la nariz, setenta años después, para decir que vivió inmersa en el mal sin enterarse de nada.

No era la secretaria de un concejal de Educación en Cataluña. Ella fue la secretaria de Adolf Hitler. Del tirano que reventó media Europa y terminó poniendo la otra media Europa a merced del comunismo. Me niego a creer que nunca se enterara de nada. Me niego a creer que nunca la dictaran una carta que la hiciera subir una ceja y pensar «menuda judiada».

No la creo y me niego a ver a la viejecita pidiendo perdón sin sentirlo para limpiar su conciencia. Pero así empieza la peli, pequeña tasa a pagar para, superada esa tontería, adentrarnos en una de mis tres pelis alemanas favoritas.

Yo tuve relación con las nietas de un nazi refugiado en España tras la Segunda Guerra Mundial. De tal palo tal astilla. El hijo y las nietas. Menudas piezas. Siempre orgullosos de que su abuelo se mantuviera firme en sus creencias políticas hasta morir.

Creo que en Alemania se hacen menos pelis que en España. Cómo se nota que las subvenciones no se regalan como aquí, y si sí las regalan ni son tantas ni tan arbitrarias. Pero qué buenas son algunas de ellas. Destaco estas tres: El submarino, La vida de los otros y precisamente ésta, El hundimiento.

Esta película es sencillamente fascinante.

Bruno Ganz es el mejor Hitler del cine

Hitler ha sido llevado al cine en multitud de ocasiones pero creo que en ninguna de un modo tan acertado como en esta.

Dicho sea de paso, me encanta el Hitler de As de Ases, película del recientemente fallecido Jean Paul Belmondo. Otra peli (francesa) más que recomendable para una sobremesa. La escena de la librería judía en la que Joe Cavalier (Belmondo) va nombrando títulos que un miembro de la Gestapo le arranca de las manos y lo arroja al suelo al grito de Verboten! Es deliciosa. No os la destripo para que la busquéis y os riais con ella. Y al reíros de ella os riais de las tiranías, de los tiranos y de las censuras.

Vale, no quiero avanzar, ni dejar atrás otros «hítleres» sin referirme al de Gloriosos bastardos. Tan glorioso, como bastardo.

En El hundimiento veremos a un Hitler loco. No digo a un Hitler que ha enloquecido porque creo que la locura la llevaba de serie. Y vemos a un montón de locos siguiendo al loco. Por eso citaba a Obi-Wan Kenobi al comenzar este comentario.

Loco, desquiciado, desbordado, demente… Pero ninguno de estos adjetivos deben servir para atenuar su responsabilidad. Nunca.

Esos locos que seguían a Hitler lo hacían por multitud de motivos. Unos porque veían en él a un verdadero mesías. Otros porque se arrimaban a él para medrar sin importarles a costa de quién o de qué. Los habría que le seguirían para no meterse en líos, y quienes lo hicieron por miedo. Pavor más bien. Otros lo harían porque compartían sus sed de poder y otros por compartir el odio antisemita.

En la peli veremos a un buen puñado desfilando por el bunker antiaéreo que había cerca de la Cancillería del III Reich. Están los que se sentían fascinados por el influjo de un ser que tenía el poder para decidir quién vivía y quién moría. En este grupo incluyo, a fuerza de poderme equivocar, a su secretaria y a toda la camada de trepas. Porque no puedes, insisto, pertenecer al último grupo de supervivientes del Gobierno del III Reich sin saber que tu jefe es un mamón. Si estaban ahí por algo sería.

Vemos a otros, igual de oportunistas, que desfilan por el bunker para levantar el brazo y hacer mutis entonando el sálvese quien pueda. Iba a usar otra expresión, una muy ochentera y noventera, la de «maricón el último», pero no creo que encaje con la corriente de autocensura de lo políticamente correcto de nuestros días. Una expresión popular, quizás en desuso y desafortunada, que ilustra como ninguna el sentido de apremio y de estampida colectiva que conlleva usada dentro del contexto correcto. Esa expresión, por lo menos hace unos años, se empleaba como pistoletazo de salida para una carrera, para una huida o para cualquier cosa que implicara un apelotonamiento de una multitud con la intención de poner distancia entre una amenaza y uno mismo. Y ese algo, en la peli, eran los obuses del ejército rojo que estaban dejando Berlín como un queso de Gruyere.

Bueno, había dos amenazas…

La de esos obuses, por supuesto. Y la de los paseíllos de última hora para ejecutar a traidores y a cobardes antes de rendir la plaza.

Y en medio del desfile… Hitler

Endiosado, ensimismado y embebido en su infalibilidad.

Un Hitler que vivía una vida paralela («para lelo») en la que sus ejércitos no habían sido aniquilados si no que se habían replegado estratégicamente. Una vida en la que cuando él decidiera desatar la tormenta sobre el ejército rojo su mera voluntad haría que se abrieran los cielos y llovieran rayos sobre los comunistas. Y una vida en la que toda su audiencia, por lo general sus mas fieles y leales servidores, se miraran entre si cada vez que la locura del Führer le hiciera decir una gilipollez.

Sí…

Se miraban perplejos entre ellos y para no perder su pellejo, callaban.

Hitler en sus trece esperando ser rescatado por sus ejércitos. Esperando que éste o aquel ejército alemán se revolviera contra el invasor y lo empujara hasta Ucrania, hasta Rusia… Un Hitler que no asimilaba que esos mismos ejércitos habían sido devastados en Francia, Holanda y Bélgica por las naciones democráticas. Pero sobre todo habían sido reventados y desmembrados por el ejército soviético desde Moscú hasta Berlín.

Porque tal era la situación de la Alemania nazi y de sus ejércitos, fueran regulares de la Wehrmacht o los milicianos de las Waffen-SS. Los ejércitos que se habían ido replegando desde Rusia servían de alfombra para las orugas de los T-35 soviéticos.

Primero para los tanques, después para los camiones, vehículos ligeros, motocicletas y para las botas comunistas que pisotearon los cadáveres nazis y violaron a todas las mujeres alemanas, y a muchas soldados comunistas, en su avance rumbo a Berlín. Una marcha imparable a punta de bayoneta del NKVD que avanzaba en retaguardia para reprimir las deserciones. Sobre todo en combate, ametrallando a sus compatriotas por detrás para estimular sus avances masivos. No había defensa posible de Berlín.

No quedaban soldados. Estaban criando malvas en todos los frentes que habían abierto a lo largo y ancho de Europa. Frentes idiotas que si se hubieran escalonado o dosificado, quizás ahora estaríamos hablando alemán. Pero no, Hitler demostró ser un lumbreras y fue abriendo un frente sin cerrar el anterior diezmando sus efectivos y multiplicando sus fronteras hasta ser incapaces de defenderlas todas.

Ese era el panorama de Berlín por culpa de su Führer

Y él seguía jugando a los soldaditos enfrascado entre mapas en el bunker. Con los oficiales que decía antes tarareando y mirando al techo.

El águila alemana había despertado al oso ruso y, sacado de su cueva en la que hibernaba, ya no había manera de pararle los pies. Ahora rescato esa explicación «mía» de los hechos. Esa que postergué antes y que, hechas las presentaciones, hará que este comentario (que no crítica) de la peli, sea diferente a todas las demás críticas (que no comentarios) de la misma.

Ojo… cuando Hitler tomaba una decisión, metía la pata. Sucedió en mil ocasiones, desde África a Croacia, desde Inglaterra a Stalingrado… Pero cuál sería el miedo que le tenían, sus propios generales, que viendo que los llevaba una y otra vez a la muerte no se atrevieron a llevarle la contraria por si los mandaba ahorcar.

Por un lado deciros que no me da ninguna pena el final de toda esa tropa de nazis que pululaban por el bunker. Es más, bien merecido lo tenían. Por otro lado reflexiono en voz alta para buscar una explicación, que no justificación del episodio en Berlín.

Hitler podía no querer ver la realidad. Es posible. O podría no verla sumido en su locura precipitada por los acontecimientos. Lo doy por posible. Pero, volviendo a la alfombra aria por la que avanzaron los soviéticos… ¿Quiénes formaban esa alfombra? Decir que soldados del ejército o miembros de las Waffen-SS sería poco decir. Esa alfombra la componía la flor y nata del III Reich.

La promesa aria. El sueño de Hitler. La élite alemana se desfiguraba y descomponía en el hielo, el barro y debajo de las orugas de los blindados.

¿Quién quedaba en Berlín?

Ancianos, mujeres, tullidos, enfermos, cobardes, traidores, niños, algún artista e intelectuales varios que no valían para empuñar un fusil.

Visto con los ojos de un ario. O con los ojos de Hitler, quien quiso imponer el imperio ario. Para sus adentros pensaría que no quedaba más que la chusma. Los jóvenes, los fuertes, hermosos, valientes y feroces alemanes de sus sueños estaban muertos, muriendo o iban a morir.

Los berlineses y los no berlineses refugiados en Berlín no le merecían respeto alguno a Hitler. Los ancianos, tullidos y mujeres no valían para luchar. Los cobardes que no se habían ido a luchar… ¿A esos iba a salvar?

Seguro que Hitler sentía más respeto por esos tullidos y por esos ancianos que, llegado el momento sí empuñaron los fusiles y se lanzaron contra la vanguardia soviética, incluso los niños, que por los cobardes que habían alegado éste o aquel motivo para no alistarse. O habían sido descartados por no ser aptos. Enfermos, discapacitados, y los cobardes, sobre todo esos, los cobardes. Insisto, hablo desde la hipotética perspectiva de Hitler quien pienso que sentiría verdadero asco por agotar hasta la última vida de sus valerosos muchachos para defender las vidas de los despojos de la Sociedad. Y por este motivo cruel y desgarrado pienso que Hitler no rindió Berlín y obligó a defenderla hasta el último momento. Por rencor, asco y vergüenza de pensar que sería esa colección de cobardes quienes sobrevivirían a todo el sueño ario protegidos, precisamente por sus muchachos.

Creo, y puedo estar completamente equivocado, que esa fue su última venganza sobre los desvalidos. Su última purga social. Su última «selección natural» y su última manera de dejar un legado genético mejor que el que habría dejado un cobarde por cuyas venas fluiría la cobardía. Puedo equivocarme, pero para mi esta lectura de esa locura final se me antoja más creíble que simplemente justificar sus actos como los propios de un loco.

Porque tildando de loco a un asesino de masas me parece que sirve para rebajar su grado de responsabilidad. Como decía antes. Y si había tal locura entonces se justifica mejor mi comentario de arriba sobre la necesidad de poner medios para que una democracia se pueda defender y proteger de este tipo de animales políticos que hacen de la mentira su razón de ser y su medio para alcanzar su meta y quedarse en ella.

Hay dos películas en las que explico, en profundidad, el papel emocional, psicológico y social, más que bélico, que también, de las Waffen-SS. Son Jojo Rabbit y Mi honor se llamaba lealtad.

A modo de muy breve resumen diría que son muchachos que son sacados del núcleo familiar a tierna edad. Son llevados a castillos embriagadores en los que viven y conviven con otros ejemplares igual de arios que ellos. Entrenan a diario en el deporte y en la guerra y estudian filosofía… Los hacían creer que eran el pueblo elegido (no el judío, claro…) y que ellos, por el mero hecho de ser arios, merecían estar en la cúspide de la Humanidad. Les inculcaban el desdén, el desprecio y el odio a todo lo que no fuera ario, pero peor aún, a sentirse infinitamente superiores. Por derecho.

Eso explica el comportamiento de la Sra. Goebbels. La mujer fría, indolente e insensible que vemos en la peli

Fiel a su Führer hasta el último minuto reunió a su prole en el bunker y, consciente de que los rusos iban a entrar hasta la cocina en Berlín, envenenó uno por uno a todos sus hijos. Para evitar que cayeran en las manos de los soviets. Haciendo un ejercicio psicológico y poniendo una comparación que todos entenderemos, en su ensoñación política y racial ella sería como una princesa elfa que prefería matar a sus hijos antes que dejarlos caer en las manos de los orcos. Y me temo que más miedo que el daño físico al que podrían someter a esos niños, que no habría sido poco, su pavor sería y era por verlos crecer en una Alemania, en un mundo sin nacionalsocialismo y, más pavor tendría a ver cómo los reeducaban para convertirlos en comunistas.

Toda esa basura sería lo que la empujó a deshacerse de sus hijos y después volarse la tapa de los sesos con su marido. Bendito momento en el que cayó Goebbels. Bendito momento en que cayó Hitler y bendito fuego purificador el que produjo la gasolina que se llevó por delante su cadáver. Porque hasta eso hicieron, supongo que alertados por el linchamiento de su camarada Mussolini, para evitar pasar a la Historia como un fiambre colgado y desangrado. Puestos a pasar, prefirió hacerlo como el charcutero, como el carnicero, más que como trofeo de caza o un simple embutido en camicia nera.

De todo esto habla El hundimiento

O de todo esto me habla a mi, por lo menos.

Y nos salpica la historia con esos personajes mezquinos que pasan por allí para despedirse entonando el «hasta luego Lucas». Los más se dirigieron hacia el oeste para huir de las garras rusas.

Bruno Ganz reencarna el mal en el cine

Ya lo dije antes, pero no quiero irme sin repetirlo. Sublime. Capaz de interpretar las subidas y bajadas emocionales de un ser irracional. Capaz de hacernos sentir lo que habrían sentido sus subordinados, que eran todos, al sentir los salivazos en sus mejillas sin poder pestañear ante un ser que escupía odio cuando hablaba…

Vemos esa defensa encarnizada de Berlín. Y en ella destaco la figura del padre que ha perdido al hijo a favor de un padrastro sobrenatural. Porque los hijos de Alemania eran los hijos de Hitler. El lavado de cerebro era tal que los padres asistían, atónitos, a la muerte de unos muchachos que salían a defender su barrio con un antiaéreo y unos pocos cargadores para enfrentarse a un millón de rusos que venían como los gremlins al salir del cine.

Ese padre, veterano de guerra, manco y decepcionado con, de y por la vida que le ha tocado vivir a la sombra de un tirano. Un padre que ha visto cómo ha perdido a su hijo y cómo éste prefiere morir haciendo la guerra de sus mayores antes que vivir la vida del niño que es.

Vemos al médico de las Waffen-SS que decide no huir de Berlín. No por falta de ganas, pues sabe que siendo de las SS tiene garantizado un pasaporte para el paredón. Lo hace por su vocación de médico. Porque en esa última y estéril defensa de Berlín hay decenas de miles de personas que necesitan atención médica. Y decide quedarse porque su vocación por salvar vidas le impide huir.

Vemos a un Goebbels que es el único que mantiene la llama nazi encendida, hasta el final. Buena parte de los millones de muertos antes y durante la Segunda Guerra Mundial se debieron a su inmunda existencia. Él sí que no podía cambiar. Ni querría hacerlo. Había vivido una vida de ensueño alcanzando cotas de poder y privilegios impensables. En Democracia no lo reviviría. Y si caía en manos aliadas no lo contaría.

Goebbels no tenía nada que perder en La batalla de Berlín

Porque ya lo había perdido todo.

De ahí su postura radical hasta el final. Furibundo. Nauseabundo.

De ahí que no compartiera la decisión de su mujer de sacrificar a sus hijos pero la aceptara. Para ser consecuente con toda la basura que había predicado durante décadas. Y porque sabía que él y su familia estaban perdidos.

Si os he dicho que Ganz está maravilloso haciendo de Hitler, Ulrich Matthes no se queda atrás al encarnar a éste Goebbels como el fantasma de un régimen que ha amenazado al mundo entero y asolado toda Europa. Un fantasma que ya no da miedo y sí pena.

Pena no. Ninguna.

Ahora comparto un debate interno. Sentí pena, la primera vez que vi la peli, cuando vi a ese matrimonio caminando hacia el suicidio. Pero luego dejé de sentir pena y sentí rabia. Ellos se suicidaron, y me refiero tanto a los Hitler como a los Goebbels, por miedo a ser juzgados por sus crímenes.

Se suicidaron por cobardes.

Pero ellos, los Hitler y los Goebbels firmaron millones de sentencias de muerte injustas. Mandaron matar y mandaron asesinar a millones de inocentes sin que les temblara el pulso. Por asco, por odio, por rencor, por lo que fuera, pero lo hicieron.

Así pues me repuse de mi pena y me enfrenté a mi propia conciencia diciéndola que no podía sentir pena por un criminal. Mi conciencia me decía que debía sentir pena por alguien que baja los brazos y se pega un tiro. Pero no, no conciencia mía. Sentiría pena por un miembro de la resistencia belga que se volara la tapa de los sesos antes de ser apresado por los nazis.

Pero no puedo ni debo sentir pena porque un asesino, que no se arrepiente, ni pide perdón a sus víctimas, se suicide. Me da igual que se llame Hitler o Txapote. No puedo sentir pena, ni creer el discurso de quienes imponen sus criterios apoyando el cañón de su pistola en la nuca de quien no piensa como él. Los asesinos, los depravados, las bestias inmundas que se despojan de toda humanidad para hacer el mal no merecen nuestra pena. Ni nuestro perdón. Y merecen ir al infierno de los asesinos para codearse con sus camaradas y que, entonces sí, sus conciencias se desbloqueen y padezcan la vergüenza eterna del cobarde, del mentiroso y del asesino.

Los niños nacional-socialistas de Hitler

Niños, generaciones enteras de niños a los que robó la vida. Niños que, sin duda, si hubieran ganado la guerra habrían pisoteado, de mayores, a todos los no arios que hubieran vivido bajo su bota reluciente. Pero niños al fin y al cabo.

Los niños de Jojo Rabbit. Los niños de Bajo la arena, que pagaron las consecuencias de seguir a un dictador que sembró el odio en sus corazones.

Y no termino con Bajo la arena por casualidad. Si no la habéis visto, os la recomiendo. Habla de unos niños nazis obligados a desactivar un millón de minas enterradas en las playas de Dinamarca al terminar la guerra.

Es una película dura, desgarradora y maravillosa. Daneses, adultos y democráticos, cebándose en los niños y vengando a sus muertos a manos nazis mandando a la muerte a los niños alemanes. Eso, señores, es el ser humano. Eso es el mal. Y es que el mal se retroalimenta con el mal, y el odio con el odio. Y esta es la grandeza del cine. Un cine que no adoctrina ni alecciona sino que expone los hechos, como si se tratara de un historiador para que cada cual saque sus propias conclusiones. Esto es lo que echo en falta en el cine español, que sí es aleccionador y adoctrinador.

Si no queremos que todas estas mierdas de dictaduras se repitan y se lleven la prosperidad y el modo de vida que conocemos y disfrutamos en nuestros días, pensemos.

Leamos prensa y libros que nos hagan pensar por nosotros mismos. Veamos películas que nos hagan pensar, como ésta y la danesa mencionada. Huyamos de los libros, la tele, Internet y el cine que te de la respuesta a un problema y te imponga que tenemos que compartir su punto de vista. Yo puedo acertar y puedo errar al tomar una decisión, o al adoptar una postura. Pero soy yo, en libertad quien decido por mi mismo. No podemos dejar que piensen por nosotros, decidan por nosotros y vivan por nosotros.

E insisto. No me creo la pureza ni la inocencia de la secretaria de Hitler. Dichos buenismo que se pone a su disposición para limpiar su conciencia

Con esta película termino, sin haberlo pretendido, una trilogía de películas en el fancine dedicadas a las tres figuras más destacadas y destacables de la Segunda Guerra Mundial: Winston Churchill en Durante la tormenta, Stalin en La muerte de Stalin y Hitler en El hundimiento.

Otras películas

Ir al contenido