Ficha técnica
- Título: Cinema Paradiso
- Director: Giuseppe Tornatore
- Título original: Cinema Paradiso
- Año: 1988
- Nacionalidad: Italia
- Distribuidora: Arrow Films
- Producción: Franco Cristaldi, Giovanna Romagnoli
- Duración: 155’
- Guión: Giuseppe Tornatore
- Fotografía: Blasco Giurato
- Música: Ennio Morricone, Andrea Morricone
Ficha artística
- Philippe Noiret (Alfredo)
- Salvatore Cascio (Salvatore niño)
- Marco Leonardi (Salvatore joven)
- Jacques Perrin (Salvatore adulto)
- Antonella Attili (Maria adulta)
- Pupella Maggio (Maria anciana)
- Enzo Cannavale (Spaccafico)
- Isa Danieli (Ana)
- Agnese Nano (Elena joven)
- Brigitte Fossey (Elena adulta)
Premios
Oscar a la Mejor Película Extranjera, 5 BAFTA, 1 Globo de Oro, 2 Premios del Mejor Cine Europeo, Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes…
El cine puede hacer que te enamores de una película, pero hay algunas películas que te enamorarán del Cine.
Ese es el gran peligro de esta película. Seas cinéfilo o no, entiendas de cine o no, basta con tener un mínimo de sensibilidad en la sangre para comprender que películas como Cinema Paradiso hacen cierto aquello del “7º arte”.
Confesaros, de antemano, que muy pocas películas han hecho que se me escape alguna lagrimita… Y esta lo hace, cada vez que la veo. Hay películas que te ofrecen la cara oscura de la vida (Días de vino y rosas); películas que te revuelven por dentro por miedo (La carretera); películas que te reducen a la impotencia (Los gritos del silencio); películas que te refuerzan como persona (Cinderella Man); películas que te alegran la vida (Uno, dos, tres) y películas, muy pocas, que te hacen sentir todo lo anterior en una sola: la presente.
Cinema Paradiso es una obra de arte, y para mi gusto un “imprescindible” en cualquier colección cinéfila (“a must” que dirían los ingleses).
El guión no podría ser más sencillo: rara virtud de los que saben lo que hacen.
No puedo meterme de lleno en la película sin antes mencionar otra que también me gustó pero que entiendo está profundamente inspirada en esta: Un toque de canela (Tassos Boulmetis – 2003) en donde veo cierto paralelismo entre Totó y Alfredo con Fanis y Basilis.
Salvatore di Vita, un director de cine italiano en la Roma de los años 80 vuelve a casa (que no hogar) y al meterse en la cama, su novia (nunca ha sentado la cabeza y en breve os diré por qué) le anuncia la muerte de un tal Alfredo, de su pueblo natal.
Salvatore se acostará y en medio de sus memorias y recuerdos nos adentraremos en un flashback que nos llevará a su más tierna infancia en la que vivía en Giancaldo (Sicilia), justo tras la Segunda Guerra Mundial, en la que su padre ha perdido la vida y vive con su madre.
La madre, cuyo papel será secundario a lo largo de toda la película me inspira, sobre todo cuando envejece, una de las mayores ternuras que he sentido frente a una pantalla, pero ya llegaremos a ello. Maria, la madre, compaginará llevar dinero a casa (no perdamos de vista que es una madre soltera, no de hoy, si no de los años 40 del pasado siglo, en Sicilia… casi nada) con criar a un hijo bueno, muy bueno pero bastante “despierto” con una precoz inclinación por el cine.
Un cine que le dará motivos para vivir (de niño, de joven y profesionalmente como adulto: pero eso no lo sabía él por aquel entonces) y no pocos disgustos con su madre, porque éste, el cine, se convertirá en el epicentro de su existencia, hasta tal punto que sin pensarlo le otorgará “un padre adoptivo” en la figura de Alfredo (el mismo cuya muerte acaba de conocer).
Cinema Paradiso es el cine del pueblo y Alfredo es el responsable de proyectar las películas. He dicho antes “padre adoptivo”, aunque nunca lo será, pero sí que ejercerá de tal. Alfredo es un buen hombre que invertirá su tiempo en “acompañar” a Totó (así llamaban en el pueblo a Salvatore en su tierna infancia). Digo acompañar, y no educar porque el pobre Alfredo es un analfabeto siciliano cuya única experiencia gira en torno al cine (y veremos un buen puñado de escenas, carteles y demás alusiones al cine) y terminará examinándose (como tantos otros de su tiempo) entre los niños de primaria para recibir sus primeras letras.
A pesar de esto Alfredo ejercerá, primero a regañadientes, en respuesta a la insistencia de Totó, después de corazón, de padre del crío. Todo lo que puede hacer es darle tiempo, cariño, compañía en las largas horas que pasa su madre fuera de casa e instruirle con los medios a su alcance cuando Totó sale de la escuela, esto es: el cine.
Como proyectista, Alfredo ha pasado años y años viendo películas y de cine sabrá un montón, tanto de guiones, directores, actores… como del proceso para proyectar las películas (no obstante este mismo empleo será el primero de Totó cuando madure).
Recapitulando: Sicilia, años 40, un niño huérfano de padre y una madre que pasa horas trabajando para sacarlo a delante. Y en medio de todo esto Alfredo y el Cinema Paradiso: tanto cine, tantas horas entre celuloide, postales, carteles de películas y una atmósfera humana en torno a éste arte harán que Totó, sin saberlo, se le vaya filtrando el cine por las venas.
Detalle curioso, pero crucial, será el de la censura.
Una censura ejercida por el cura del pueblo, quien seleccionará las escenas “a eliminar” de cada una de las películas: besos, abrazos, insinuaciones… escotes y demás serán eliminadas de las películas, con el consiguiente revuelo del público cada vez que los protagonistas de una peli van a juntar sus labios y ésta salta de escena.
No olvidemos esta “censura” porque será la que nos brinde uno de los mejores finales de película de la Historia del cine, pero cada cosa en su momento, ahora me detendré un momento para dar a entender, sobre todo a los lectores más jóvenes, el por qué del revuelo que he mencionado antes, en la sala, y otras muchas cosas que hoy en día no conocemos (o no reconocemos).
Ir al cine hoy en día es como una intervención quirúrgica (si lo comparamos con décadas atrás) salvo por la cochinada de las palomitas que atufan la sala y no te dejan oír. Antaño, y yo viví los últimos coletazos de esa época, el cine era una extensión de la vida en comunidad.
Mi propio abuelo, criado en un pueblecito como el de la película, antes de nuestra Guerra Civil, cuando el cine era mudo, se sentaba en la primera fila para leer con un megáfono los textos del cine mudo para los que no sabían leer, porque él sí sabía. Así era el cine.
En la película veremos cómo los caciques tienen las mejores butacas, cómo hay gente que se lleva una silla de casa, cómo la gente come, bebe y fuma (incluso los niños, quienes por cierto, lo hacían muchas veces para imitar a sus héroes y sentirse mayores: eran otros tiempos) viendo las películas. Cómo se gastan bromas, cómo se hacen travesuras y cómo ente escena y escena, los novios se arrinconaban y las profesionales aliviaban las tensiones de los menos castos sin escrúpulos (ambos). Y todo en comunidad. Si había goteras se abrían paraguas en la sala, si se atascaba la película se abucheaba al proyectista y los partidarios de uno u otro personaje de las películas que estaban viendo se increpaban mutuamente. Así era el cine antes. Ahora, como en casi todo, hemos perdido el calor humano.
El detalle que más me gusta en la película, en cuanto al valor humano viendo las películas, es el cine de verano, cosa que sí he vivido en el “Cine Doñana” de Matalascañas (Huelva) hasta que viera mi última película en ese cine: En elnombre del padre (la primera que vi allí fue, ni más ni menos que En busca del arca perdida). Pipas, bocadillos, fumando al aire libre… qué tiempos aquellos y qué bien los refleja Tornatore en la película.
Así he presentado a los tres pilares de esta película: Totó, Alfredo y el Cinema Paradiso, que por cierto: arderá. Y al arder, siendo Totó un niño todavía salvará la vida de Alfredo, quien perderá la vista por la combustión de la nitrocelulosa (me acordé de esta película viendo Malditos bastardos). Esto hará que el propio Totó, supervisado por Alfredo pase a ser el nuevo proyectista, pues tras tantas horas días y semanas, meses y años al lado de Alfredo harán de él el único capaz de desempeñar tal labor cuando se reabra el cine con el nombre de Nuovo Cinema Paradiso.
Pero llega un día en que Totó dejará de ser Totó para convertirse en Salvatore. Un mozo de buen ver que sigue trabajando en el cine y sigue respetando y confiando en Alfredo como si fuera su propio padre. Ha crecido y hace sus pinitos con una cámara de video de la que no se separa en ningún instante.
Una vida sencilla y llena de placer y tranquilidad. Hasta que llega Elena y lo pone todo patas arriba.
Elena es un amor a primera vista.
Elena hará que Salvatore madure a golpes y se enamorará de ella hasta las trancas. Un amor correspondido pero imposible porque el padre de la muchacha no lo permitirá, por posición, clase y porque aspira a algo mejor para su hija.
Será pues, en este drama amoroso, cuando Alfredo tome la mayor decisión de su vida: instar a Salvatore a irse del pueblo, emigrar, buscarse un futuro mejor que le evite ser un analfabeto de por vida y perderse todo lo que hay fuera de las cuatro casas del pueblo. Salvatore partirá y antes prometerá a Alfredo no mirar atrás. Es una de las escenas más desgarradoras (para mí la más impactante es el diálogo de Salvatore con su madre, años después) en la que le vemos partir en el tren a sabiendas de que no llamará, no escribirá y no regresará jamás para evitar ser absorbido por su amor a Elena y por la nostalgia del pasado.
Aquí volvemos al punto en el que comenzó la película, con Salvatore ya madurito, volviendo al pueblo para asistir al entierro del que ejerció de padre suyo: Alfredo.
Es aquí donde se sienta con su madre y se disculpa por no haber aparecido ni dado noticias de su existencia en los últimos treinta años. Cosa que la madre, lejos de restregárselo por mal hijo, le disculpa y justifica sin dejar escapar una lágrima: Amor de madre. Sin embargo su habitación seguirá igual que cuando se marchó. Entre los objetos encontrará la primera película que le hizo a Elena y comprenderemos que el motivo de no sentar la cabeza que anunciaba al principio es que sigue profundamente enamorado de ella.
Desde este momento nos sumergiremos en nostalgia. Nostalgia de amor, de vida, de infancia, de inocencia, de cariño hacia el amigo, casi padre perdido y de una vida que no sabe si la ha vivido porque la quería así o porque huía de su pasado.
El mejor momento de la película será de vuelta a casa cuando vea en Roma una cinta que le había dejado Alfredo como regalo póstumo. Salvatore, y todos nosotros con él, experimentaremos una fabulosa oleada de emociones, recuerdos y sentimientos a través de esta película compuesta por todos aquellos besos que Alfredo había tenido que cortar por motivo de la censura del cura del pueblo.
Un final in crescendo, que rompe con la amargura del amor truncado y nos deja un gran sabor de boca, acompañado, eso sí, por una música que atesora una de las mejores bandas sonoras del cine, a manos de Ennio Morricone y una fotografía ejemplar en su sencillez de Blasco Giurato.