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Waterloo

Tabla de contenidos

Ficha técnica de Waterloo

Título: Waterloo
Título original: Waterloo (Ватерлоо)
Director: Serguéi Bondarchuck
Año: 1970
Nacionalidad: Italia, URSS
Duración: 130′
Guión: Mario Soldati, H.A.L. Caraig y Serguéi Bondarchuck
Música: Nino Rota
Producción: Dino De Laurentis
Productora: Dino De Laurentis
Distribuidora: Paramount Pictures

Ficha artística

Rod Steiger – Napoleón
Christopher Plummer – Duque de Wellington
Orson Welles – Rey de Francia, Louis XVIII
Jack Hawkins – General Sir Thomas Picton

Tengo que dar las gracias a Antena Historia por redescubrirme Waterloo

Los que sigáis el podcast sabréis que hace unas fechas publicamos un programa sobre Casacas rojas en el cine, el 1º de una saga. En la saga os hablamos de las tropas imperiales británicas. En la primera entrega nos referimos a las casacas rojas en África (Las cuatro plumas + Zulú) y a América del Norte (El último mohicano + El patriota).
 
Ya estamos preparando el segundo programa, en el que hablaremos de las casacas rojas en Asia (55 días en Pekín + El hombre que pudo reinar), Oceanía (Tasmania) y Europa (Barry Lyndon  + La carga de la brigada ligera + Waterloo).
 
Y sí… no descartamos abordar el papel (más bien triste pero que el cine se encarga de maquillar) de los casacas rojas en la mar. Ahí tocaremos Master & Commander, como es de recibo.
 
Ya lo explicaré cuando toque, aunque ya lo hice en el fancine: Los casacas rojas no eran muy aficionados a pelear en la mar, a bordo de un barco. Y menos cuando esa pelea era contra la 1ª y mejor Infantería de Marina que han conocido los mares de todo el globo: la española. De ahí que desarrollasen una exquisita pericia en el cañoneo, lo cual tiene un gran mérito, con tal de evitar luchar cuerpo a cuerpo contra los españoles.

Volviendo a Waterloo

Tengo el recuerdo preclaro de verla con mi padre. No «de verla con mi padre», como si fuera un hecho puntual, sino de verla una y otra vez con mi padre. Pero de eso hace décadas. Tantos años que la tenía casi olvidada.
 
La propuse, de chiripa, cuando elaborábamos el guión para el segundo programa de casacas rojas. Y la propuse casi por inercia. Todavía no habíamos mencionado Barry Lyndon y yo dije esta por el papel relevante de Wellington y sus tropas en la batalla que refleja ésta peli. Y la aceptaron.
 
Y como guardaba un bien recuerdo, pero incierto, de ella, me la compré en Amazon con la idea de refrescarla y ver hasta qué punto tomaba Waterloo como excusa para meternos una ficción que poco o nada tuviera que ver con la realidad. Este es el miedo que tiene metido en el cuerpo todo amante de la Historia que se atreva a ponerse una peli.
 
Estamos tan mal acostumbrados, en el siglo XXI a ver basura de cine histórico que muchas veces declinamos ver una peli por miedo al revoltijo de tripas que vamos a padecer. ¿Por qué narices tuve que ver 1898: Los últimos de Filipinas? Qué decepción más grande.
 
Todo lo contrario que con esta peli.
 
Os decía que guardaba el recuerdo de verla sentado con mi padre. No es del todo cierto. El recuerdo ahí está, en Navacerrada, viéndola juntos. Pero mi recuerdo se ceñía a la experiencia compartida, al acto de ver la película.
 
Confieso que no me acordaba de la propia peli hasta que me la puse en el DVD y empecé a verla. Fue entonces cuando la empecé a redescubrir.

Waterloo me ha pasado por encima como si fuera una ola

Una de esas olas que coges con la guardia bajada, confiado. Y te arrolla y te arrastra y de pronto tienes la cabeza fuera del agua como la arrastras por el fondo del mar y sólo puedes sacar un pie del agua, impotente, dando vueltas y revueltas a merced del agua. Y cuando crees que puedes retomar el equilibrio y recomponerte, viene la resaca y te lleva mar adentro. Vuelta a empezar buscando la verticalidad para poder respirar.

Ese es el impacto que me ha producido volver a ver Waterloo

Y lo bueno de haberla visto ahora, a diferencia de siendo un crío, es que es como si la viera por primera vez y la gozara en su plenitud, porque Waterloo no se ve, se goza.
 
Y si te gusta la Historia, se disfruta.
 
Da gusto enfrentarte a una película histórica fiel a la Historia. Waterloo respeta los personajes. Respeta los hechos. No se inventa tramas inverosímiles. No hace malo al bueno ni ensalza la perversión como conducta a seguir. Refleja a las personas y a los personajes sin reescribirlos, sólo los desnuda y los plasma en el guión.
 
Es una peli de guerra sin fantasmadas. Sin concesiones a lo políticamente correcto. Sin cuotas. No pervierte la Historia y respetándola, ensalza al cine como lo que debería seguir siendo y ya no lo es: un Arte.
 
Y además, es artesanal.
 
Porque viéndola descubres un cine ajeno al CGI. Huérfano de efectos especiales digitales. Rezuma realismo en todos los aspectos: en su fotografía, en el vestuario. Pero también en el guión, en su montaje y en el despliegue virtuoso de extras hasta colmar, si no saturar la pantalla con personas de carne y hueso aportando credibilidad a las batallas y a las escenas que, de puro costumbrismo, nos desbordan los sentidos.
 
Porque todo es real en esta película.
 
Escenarios, armas, uniformes, aspecto de los personajes, caballos y explosiones. Todo. Cosa que en 2021 se antoja imposible.
 
Esta peli, a fecha de hoy, habría tenido que incluir factores que en una batalla del siglo XIX serían impensables. Habrían metido armas que, de puro ridículas, serían inservibles, como vemos en el cine actual, como un Wellington con un arma extensible que le saliera del antebrazo para sorprender al enemigo. Cosas de esas las vemos en el cine de hoy, tonterías a gogó. Pero en esta peli no. Quien vea Waterloo verá cine de verdad. Mejor aún, sentirá que según avanza la película está pasando las páginas de un libro de Historia.
 
Y verá a un Napoleón derrotado que resurge de sus cenizas cual ave Fénix para reclamar el trono imperial del que ha sido derrocado. Pues esta peli nos narra esos 100 últimos días de Napoleón.

Son los últimos estertores de la tiranía napoleónica

Es el punto final a la espiral de barbarie a la que Francia sometió a toda Europa desde la revolución francesa. Es el final de la guillotina. El final del odio social. Con la caída de Napoleón caerá un modo de hacer política con mano de hierro basada en el terror.
 
Lo digo hoy, 2 de mayo, (cuando empiezo la redacción del texto) fecha en la que celebramos en Madrid el alzamiento contra el invasor gabacho. Asesinatos, violaciones, robo institucional como política. Todo en pos del laicismo, del ateísmo y del odio a todo el que se desmarcara del régimen de terror. En España colgaron a millares de españolitos en nombre de la Ilustración. Sembraron el odio y robaron a manos llenas el Patrimonio Nacional saqueando todo lo que se les puso a tiro sin mediar respeto a nada ni a nadie.
 
Si bien es cierto que Napoleón fue un castigo para muchos países europeos, entre ellos España, más lo fue para su propia Francia, enterrando a más de dos millones de franceses haciendo sangrar a su propia nación en todos los frentes que abrió.

En España empezó el principio del fin de Napoleón, en Bailén. Y en Madrid

Cuando la Grande Armée, el ejército imperial napoleónico sufrió su primera derrota y la noticia recorrió Europa y América como un reguero de pólvora. En otra película, igualmente recomendable, Los duelistas, veremos la derrota gabacha en Rusia, a manos del General Invierno, que volvería a enrolarse años después para derrotar al ejército nazi en la Segunda Guerra Mundial.
 
De ahí a Elba, en el exilio. Y esta peli empieza con la reaparición en escena de un Napoleón herido en su orgullo que decide regresar del exilio, en compañía de su guardia personal, 600 soldados, para recuperar lo que entiende que es suyo: el poder sobre Francia y toda Europa.
 
Y por poco no lo consiguió.
 
En la película veremos cómo hizo frente al ejército monárquico y se gano su favor. Tanto que cada vez que se envió un ejército para frenar su avance terminaban sublevándose y engrosando las filas napoleónicas. La amenaza imperial provocó la Séptima Coalición de naciones que no reconocieron a Napoleón y lo declararon fuera de la Ley. Y por tanto se unieron para derrotarlo.
 
Inglaterra, Austria, España, Prusia, Suecia, Holanda y los estados alemanes unieron sus fuerzas para perseguir y sofocar esta nueva ola napoleónica. Levantaron un dique a su alrededor para asfixiarlo, darle caza y, a cara o cruz, batirse en Waterloo para precipitarlo hacia la nueva hegemonía o hundirlo en la miseria.

Por fin un 25 de marzo las potencias aliadas declaran la guerra a Napoleón

Quieren borrar a la Grande Armée del mapa y movilizan a casi un millón de soldados para formar nada menos que cinco ejércitos.
 
¿Cinco contra uno? Podría parecer desproporcionado pero la Historia reciente les había demostrado que Napoleón, además de tirano y megalómano (enamorado de si mismo) era un gran estratega. Inmenso.
 
En su época de mayor esplendor imperial luchó, por lo general, en desventaja numérica.
 
A cambio logró formar un ejército soberbio y robusto que iría curtiéndose y venciendo en todos los campos de batalla, desde Bélgica hasta Egipto. Y, sabedor de su desventaja numérica, Napoleón se hizo fuerte en la profesionalidad de sus soldados, en su capacidad para alimentarlos con odio y en su propia astucia para rehuir siempre los enfrentamientos desmedidos y evitar, por su ímpetu, entrar al trapo en provocaciones en las que dos o más ejércitos se habrían coaligado entre ellos para atacar al gallo francés.
 
Napoleón aprendió a anticiparse a sus rivales para poderlos atacar a todos pero de uno en uno. Y así, de éste modo, evitando que sumaran sus fuerzas, siempre salió victorioso (hasta que lo desplumaron en España). Y eso mismo pretendió para Waterloo. Si demoraba su ataque los cinco ejércitos caerían sobre el suyo y borrarían al francés del mapa. Tenía que culebrear para adelantarse a todos y cada uno de ellos, por separado, para sofocar y apagar un fuego antes de encarar al siguiente.
 
Su primer paso, movilizar al resto de su ejército, pues recordad que él había regresado acompañado por su guardia pretoriana, su Guardia Imperial de 600 hombres. Y sí, se le habían sumado los diferentes cuerpos de ejército que el Rey había mandado para frenarle. Pero sus soldados se habían licenciado y eran ellos quienes podrían otorgarle la victoria. Pues él confiaba en ellos tanto como ellos en él.
 
Sólo pudo reunir a poco menos de 300.000. Que ya son soldados. Pero la suma de esos cinco ejércitos, como dije antes, rondaba el millón de efectivos.
 
Recapitulemos…

Estos son los cinco ejércitos que se formaron para derrotar a Napoleón

  • Wellington estaba acantonado en Bélgica al frente de 110.000 soldados entre ingleses, legionarios alemanes, holandeses y belgas
  • Blücher estaba también en Bélgica. General prusiano y anciano, que contaba con la admiración de sus también 110.000 prusianos pues acostumbró, desde sus primeros galones de oficial, a liderar los combates personalmente
  • 210.000 austríacos se encontraban continente adentro pese a avanzar a marcha forzada para llegar a la cita
  • Italianos, austríacos y algunos españoles merodeaban por el sureste de Francia
  • El ejército ruso atravesaba Europa con 150.000 soldados, pero no contaban con llegar a tiempo
Por eso Napoleón avanzaba sin pausa. Como decía antes, no podía dejar que los aliados unieran sus fuerzas. Tenía que derrotarlos de uno en uno, y estuvo a un tris de lograrlo si no hubiera sido por una concatenación de factores externos y de errores propios que dieron al traste con su plan.
 
La distancia de los tres últimos ejércitos daba alas a su estrategia. Los rusos, austriacos y la liga hispano italiana y austríaca no podrían ni de broma, llegar a Bélgica para reunirse con los dos primeros cuerpos de ejército. Por eso lo tuvo muy claro: puso rumbo hacia Bélgica no para hacerse fuerte sino para llegar y atacar a los de Wellington. Si lograba desmantelar ese ejército podría volver la grupa de su caballo y cargar contra los prusianos cuyo aliento sentía en el cogote.
 
Su plan: reeditar Austerlitz, en donde, también en inferioridad, logró aislar a los enemigos tomando la iniciativa para enfrentarse uno por uno a todos ellos y luchando uno contra uno, vencerlos a todos.
 
Su peor enemigo: el tiempo.
 
En todos los sentidos, tiempo por falta del mismo y tiempo por clima como luego veremos.

De los 300.000 soldados que tenía en mente no pudo pasar de 125.000

Habrían sido más de haberse mantenido acantonado y esperando su llegada. Pero como os decía antes, su principal arma sería la velocidad para dar el primer golpe y tuvo que decidir si reunir el mayor número posible y enfrentarse a la par a dos ejércitos o partir con lo que tenía para embestir a Wellington y después a Blücher. Hizo esto último y dejó tropas atrás, mas las que irían llegando, para tener las espaldas cubiertas por si austriacos o la liga del sur aceleraba su caminata.
 
La peli es tan fiel a la Historia que veremos en ella a Wellington festejando y bailando en un palacio belga. Ese hecho es histórico y eso le privó del factor sorpresa y de poder ser él quien llevara la iniciativa en el combate. Su intención era mostrar tranquilidad ante la guerra inminente, pero se pasó un poco de frenada y los franceses entraron en Bélgica un día antes de lo previsto.
 
Para cuando Wellington comprende la estratagema de Napoleón, todavía en el baile, ya será tarde. El gabacho habrá logrado tomar la posición central que tanto le gustaba para dirigir el cotarro desde el medio y poder atacar a uno cubriéndose las espaldas y después girarse y contraatacar al segundo.
 
Me imagino a Wellington metiéndose los canapés en los bolsillos de su casaca y apurando un Jerez antes de pedir al aparcacorceles que le traiga su caballo para irse con sus comandantes a planificar la batalla.
 
Se puede decir que Napoleón había movido pieza en el tablero y lo había hecho con blancas sin dejar margen para la reacción del inglés. Sin embargo tenía un factor a favor, el odio de Blücher al propio Napoleón, por lo que el prusiano redoblará sus esfuerzos para reforzar y respaldar al inglés.
 
Esto provocará que Napoleón tenga que planificar una batalla con dos combates simultáneos en dos escenarios diferentes y dos estrategias divergentes. El frente principal será el que le enfrente a los prusianos. Ahí procurará tomar la iniciativa para atacar al prusiano y derrotarlo. Mientras tanto su estrategia para con los ingleses será de contención.
 
Para vencer tendría que lograr evitar que los dos ejércitos aliados, angloholandés y prusianos, se reunieran y juntaran sus fuerzas. Si lo lograban serían aplastados.
 
Napoleón se lo jugará todo a las buenas comunicaciones para coordinar ambos grupos de ejércitos y compensarlos mutuamente cuando fuera necesario. Pero aquí radicó el error más grabe.

16 de junio de 1815

 
Veamos. Napoleón se posicionó en medio de sus dos ejércitos. Gruchy a un lado y Ney por el otro.
 
Ney se dejaba llevar por la testosterona. Si bien algunos historiadores le niegan la capacidad para comandar un ejército, todos parecen reconocer su bravura y valentía. Entre sus objetivos Napoleón le encomendó tomar los cruces de caminos imprescindibles para garantizar la fluidez en las comunicaciones y en la transacción de tropas en caso necesario. Para compensar bajas o equilibrar fuerzas con ambos enemigos.

Fue Ney, con su ímpetu el que propinaría el primer bofetón a Napoléon

Una vez establecido en su posición con 50.000 efectivos, se encontró con que ese flanco de Wellington estaba cubierto por tan sólo 4.000 ingleses. Le pudo la presión y se lanzó al ataque con todo. Wellington, incapaz de hacer frente a tamaña tropa, plantó cara pero retrocediendo paso a paso, degastando a los franceses sin desmoronarse por el camino y sin ceder la plaza al francés.
 
Al contrario, cuanto más se enervaba Ney, más bajo caía la moral de su tropa, que se veía incapaz de derrotar a los ingleses. Para colmo le llegará un mensaje del propio Napoleón pidiéndole el envío de refuerzos.
 
El emperador estaba castigando seriamente a los prusianos, pero necesitaba tropas de refuerzo y frescas. ¿Cómo se iba a esperar que estuvieran enfrascados en un combate tan innecesario como desastroso? El caso es que Ney perdería un tiempo precioso antes de tomar la decisión de retirar parte de sus tropas del combate para enviárselas a Napoleón.
 
Ney dudará si enviar esos refuerzos. Recordemos que eran necesarios para rematar a los prusianos que habían sufrido más de 15.000 bajas de golpe y los franceses los estaban pasando por encima, pero extenuados, de ahí su petición de nuevas tropas. Pero la duda demoró un auxilio que no llegó porque las propias tropas, ya enviadas (tarde) a socorrer a Napoleón, se dieron media vuelta y tomaron las de Villadiego abandonando a sus camaradas.
 
Napoleón logró echar a los prusianos de Ligny, sin recibir el auxilio. El precio por su victoria sería extenuar a sus soldados y dejarlos completamente desfondados por el sobreesfuerzo que tuvieron que hacer. Cuál sería el ímpetu de Napoleón que los prusianos perdían y perdían terreno y moral por igual. Lo que se les haría cuesta arriba sería ver cómo Blücher caía del caballo y éste caía sobre él, al más puro estilo Theoden Rey en El retorno del Rey.
 
Por los pelos no se tocó a retirada, y aún así algunos batallones desertaron desesperados. 73 años y en media fuga de sus compatriotas Blücher reuniría las fuerzas necesarias, pues carácter nunca le faltó, para subirse al caballo y pasearse por el campamento. Su mera presencia dio calor a los corazones de quienes le daban por muerto. Y su arenga enardeció a los suyos en pos de la palabra dada al inglés de mutua colaboración. No podían dejar tirado a Wellington.
Logró así rearmar a su ejército, presto para volver al combate.
 
Aquí observaremos el tercer error (a sumar a las dudas de Ney y la ¡despedida a la francesa! de las tropas que se dieron media vuelta)…
 
Napoleón intuyó que los prusianos estaban derrotados y que sólo habría una cosa por hacer. Algo propio de aquellos días, por cierto: enviar a su caballería ligera para acosar, perseguir y matar por la espalda a todos los prusianos que huyan. Insisto: era algo más común de lo deseable. Encomendó la misión al Mariscal Gruchy, al frente de 35.000 soldados y se fue a otro sitio de la refriega.
 
Es decir, abrió un libro nuevo sin haber cerrado el anterior.

Napoleón se dispone a ir a por Wellington dando por vencido a Blücher

16 de junio de 1815

En la noche de la primera jornada a la segunda cae una lluvia bestial. Y por bestial deciros que todo Waterloo se convierte en un inmenso charco con zonas enlodadas.
  • Los ingleses y holandeses sumarán 68.000 soldados:

    • 50.000 infantes
    • 12.500 jinetes y
    • 5.500 artilleros para 156 cañones
  • Por parte francesa alrededor de 72.000 repartidos así:

    • 49.000 infantes
    • 16.000 jinetes y
    • 7.200 artilleros para 256 cañones

Estas fuerzas estaban en el frente, pero acordaros de los 35.000 franceses que habían salido a cazar a los 90.000 prusianos en retirada.

Un alto para explicar un aspecto interesante de cada arma

Los fusiles de aquella batalla eran lisos por dentro y la munición la típica bala redonda. Esto hacía que se disparara mucho pero mal porque los disparos carecían de precisión.
 
Luego estaba la artillería… ésta si que era temible pues las balas, también redondas, iban botando y rebotando por el suelo, como si estuvieran jugando a los bolos con los soldados que según pasaba el proyectil saltaban por los aires. Más que muertos provocaba lisiados, mutilados, pues las balas arrancaban piernas y brazos y seguían avanzando mientras tuvieran inercia para seguir rebotando.
La caballería había vuelto a la lanza en sustitución del sable. Éste se seguía empleando, pero la lanza te daba la oportunidad de atacar desde un par de metros de distancia haciendo inútil al sable. Lo veremos en una carga fallida de los highlanders que tienen que girar en redondo para batirse en retirada. Inútiles sus sables y perseguidos por lanceros.
 
Había dos tipos de caballería: pesada y ligera. La primera se usaba de modo contundente para pasar por encima a la infantería. La segunda servía para rodear, atacar por la espalda, por los flancos, para reforzar y auxiliar y, sobre todo, cuando un enemigo se batía en retirada para perseguir y lancear por la espalda a todo bicho viviente.
 
En la peli la veremos en todas estas facetas.
Veremos a un oficial jovencito que hará el papel de enlace, yendo de un lado para otro para transmitir órdenes.
 
Os decía que veremos todas estas facetas…Tanto es así que veremos una escena, quizás la que más me cautiva e impacta de toda la película. Retomo el comentario sobre los highlanders que vuelven grupas para huir…
 
Una escena dramática. Tan dramática como bella.
 
La de los dos jinetes británicos que huyen de los lanceros franceses. Bella porque está filmada con una finura y con un gusto superlativos. Dramática porque veremos cómo dan caza a dos ingleses y los lancean como si fueran jabalíes.
 
Ahí radica uno de los múltiples aspectos que hacen tan grande esta película. No sólo su lealtad a la Historia. Su fotografía: belleza supina.
 
Hagamos un alto para comentar cómo contempla la película el aspecto de la moral de los combatientes. Desde el punto de vista de la proximidad del combate y también de complicidad y confianza en sus respectivos líderes.

La Grande Armée y Napoleón

Su núcleo duro lo componían los veteranos. Soldados recios, bravos, valientes que habían matado, violado y robado a lo largo y ancho del imperio efímero que fue el napoleónico.
 
Contaban con la aquiescencia y complicidad de un general en jefe que sabía que era a ellos a quienes se lo debía todo. Y por eso los mimaba. Como luchadores serían la excepción histórica que otorgaría cierta dignidad a las armas francesas. Esto en tierra porque, a bordo de un barco demostraron su torpeza, su soberbia y su incapacidad cada vez que se hacían a la mar. Para ejemplo el mal nacido y mil veces maldito de Villenueve en Trafalgar.
 
En definitiva: soldados que habían atravesado Europa, y llegado hasta Egipto siguiendo a un líder implacable.

Los ingleses confiaban en Wellington

Sumaba sus combates por victorias y la moral de los suyos estaba por los cielos. Sabían que Waterloo haría que escribieran una página superlativa en los libros de Historia. De su lealtad, confianza y unión a su caudillo dependería que la escribieran con su sangre o la francesa.
 
Uno de los mejores ejemplos de connivencia y mutua confianza entre Wellington y su soldadesca será que repartieron ron entre todos los soldados. Una botella para cada uno. Esto entonaría sus cuerpos en una jornada lluviosa y fría y entonaría sus ánimos y ardor combativo antes de enfrentarse a la todopoderosa Grandée Arme.
 
Por cierto, en la imagen de arriba vemos a un inglés, el de la derecha, rezando rosario en mano. No es detalle baladí si tenemos en cuenta que amén de social, económica y política, una de las motivaciones, secundaria sí, pero latente, era religiosa pues los franceses, ya desde la revolución, querían abolir la religión y por eso se cebaban con los lugares religiosos y no dejaban ni títere con cabeza ni cáliz. Profanaron tumbas, reliquias…
 
De ahí que éste inglés rezando implique un contrapunto moral entre dos maneras diametralmente opuestas de concebir la existencia.

Los prusianos confiaban en el carisma de Blücher

Más padrazo que jefazo.
 
Talludito. Pues parte para la lucha con casi 80 años (no recuerdo su edad). En cualquier caso, cumpliera 70 u 80, eran más que años para la época. Y no sólo para la vida cotidiana, sobre todo para subirse a lomos de su caballo y liderar la expedición y hasta el mismo combate.
 
Tenía una espinita clavada porque había mordido el polvo contra Napoleón y quería, a toda costa, limpiar su honra con una bandera francesa.
 
Sus soldados le seguían ciegamente por lo ya dicho, no enviaba a los suyos al combate, los lideraba y era el primero, siempre, en adentrarse en las líneas enemigas para luchar. ¿Os acordáis de Theoden? Ya lo dije antes, pero es inevitable que asocie ambos personajes.
 
Serguéi Bondarchuck retrató a la perfección el carácter y el orgullo de todos los contendientes en la película, como vemos en los prolegómenos de la gran batalla.
 
Me fascina el diálogo entre la oficialidad inglesa, brindando, no sé si con Jerez o con coñac, por la victoria e intercambiando pareceres sobre costura y el sastre de uno de los oficiales más jóvenes. Esa pátina aristócrata me fascina. Y más me fascina un detalle que sólo reconocerá quien haya vivido la experiencia de ver una partida de caza del zorro en Inglaterra.
 
Desde la primera vez que aparecen los oficiales ingleses cabalgando al trote vi la estampa de una de estas cacerías. Prohibidas por el fanatismo contracultural que quiere borrar toda seña de identidad europea.
 
Fueron prohibidas en 2005. No soy cazador ni me gustan las corridas de toros, pero entiendo sus tradiciones y respeto a quienes disfrutan con ambas. Es más, defiendo su derecho a disfrutarlo y reconozco que, en el mejor de los casos, son sendas industrias que mueven buena parte de la economía rural. Pero las ideologías buenistas están diluyendo a Europa. Pudieron con el zorro y no paran de perseguir al toro.
 
Lo dicho, es verlos a todos departiendo y discutiendo el devenir de la batalla y evocar las múltiples partidas que he visto pasar por delante de mi en Inglaterra, con su bella factura y apostura. Hasta tal punto que en este brindis, cuando Wellington brinda lo hace «por el éxito de la cacería».
 
Si la persecución de los dos highlanders es mi escena favorita de la peli, éste es mi diálogo preferido.
 
Los franceses, por su lado, son menos protocolarios pero igualmente ceremoniosos.
 
Ellos ostentan la posición ventajosa, aunque la lluvia ha igualado las posibilidades enlodando la parte francesa del campo de batalla. Bueno, lo ha enlodado y emponzoñado casi todo.
 
Y no es detalle baladí el que comento.
 
La lluvia se cebó con esas dos jornadas hasta el punto de hacer que el terreno se convirtiera, en cierta medida, impracticable. Esto perjudicó a todos los cuerpos de ejército.
 
La artillería menguó su efectividad y su amenaza se rebajó sustancialmente. Antes os expliqué que su verdadero rédito no estaba en el número de enemigos caídos por impacto de una bala, no. El éxito era que la bala botara y rebotara en el suelo amputando miembros. Pero el suelo enlodado por la lluvia hacía que las balas se incrustaran en el barro y no fueran más allá.
 
La infantería se hundía hasta los tobillos. Poco más hay que explicar.
 
Y la caballería frenaba sus galopadas y no podían hacer cargas en condiciones.
 
El primer choque se produce entre la guardia de Wellington, con unos 2.000 ingleses, asediados y atacados por 10.000 franceses encabezados por el hermano de Napoleón, el Príncipe Jerome.
 
Los franceses llegarán a recibir refuerzos hasta ser un total de 13.000 pero los ingleses, bien posicionados, no dieron su brazo a torcer y distrajeron a un buen número de franceses que iban cayendo uno a uno mientras intentaban tomar el chateau sin éxito.
 
Habrá una batalla pequeña, pero crucial, en torno a una granja en la que 400 alemanes se habían fortificado y resistieron, también, al ímpetu francés hasta que cayeron casi todos los teutones.

Ney hará una de las suyas y se dejará llevar por su ansia de gloria

Nos acercamos a una de las escenas más fabulosas de la historia del cine bélico… El mariscal francés se confunde tomando por retirada inglesa lo que en realidad era la evacuación de los heridos.
 
Su deseo de Gloria hará que reúna a 5.000 jinetes para cargar sobre ese cuerpo de ejército en retirada. Pero no existía tal retirada. El bloque de infantes listos para combatir, lejos de huir formaron en cuadros erizados de fusilería. Aguantaron 12 asaltos de caballería y derrotaron a los franceses que se lamerían las heridas rehaciendo a su infantería y enviando salvas de artillería.
 
Aquí he de hacer un alto para llamaros la atención sobre esta escena, y sobre la que viene después, pues todos los soldados y caballos que veremos en la peli, no sólo en ésta escena, sino en toda la peli, son reales y de carne y hueso.
 
Y digo «la que viene» porque esta película es una sucesión de escenas magistrales que, en realidad, responden a la batalla real, pues refleja cada etapa de la misma con total fidelidad.
 
Y esa «la que viene» es una de las escenas más gloriosas de la peli y de la batalla. Inmortalizada tanto en ésta película como en innumerables cuadros con los que se vistieron multitud de salones privados y públicos a lo largo y ancho del Reino Unido. Esta carga y la archifamosa de la brigada ligera en Balaclava.
 
Os hablo de la carga de la brigada pesada, con los percherones escoceses, montados por highlanders decididos a borrar de la faz de la tierra a los franceses. Y casi lo consiguen, «Scotland for ever!» y se dejaron llevar por el frenesí. Tanto que cuando se habían cepillado a la artillería francesa desoyeron a los oficiales y obviaron la orden de replegarse y volver a su sitio.
 
Con los ojos inyectados en sangre siguieron ascendiendo la colina, sobrepasada la infantería cargaron contra la artillería y contra las fuerzas que la alimentaban. Y los pasaron por el sable.
 
Pero claro… hablamos de percherones, que son caballos inmensos. Esos caballos otorgaban la fuerza a esta caballería pesada. Pero para llegar hasta la infantería tuvieron que galopar por un terreno enlodado. Y cuando abatieron a la infantería, ascendieron por la colina, igualmente enlodada, para cargar contra la artillería. Esto reventó a caballos y jinetes por igual, y todo por desobedecer la orden de replegarse una vez que habían logrado el gran éxito frente a la infantería.
 
Y cuando volvieron grupas ya era tarde. Tan tarde como que estaban agotados y entonces llegaron los coraceros lanceros franceses, de caballería ligera armados con lanzas y con caballos frescos. Tan frescos como sus jinetes.
 
Lo que tendría que haber sido un repliegue ordenado saboreando una victoria implacable se truncó en sálvese quien pueda y huyeron en desbandada. Si esto fueran los 80s, o los 90s, habría dicho que «al grito de maricón el último» pero no lo diré hoy en día porque está mal visto y se tomaría por peyorativo. Así que lo dejaré en «sálvese quien pueda».
 
Y en esta huida impotente, pues los caballos escoceses (imponentes) eran más lentos que los franceses, y estaban extenuados, como sus jinetes que, además no podían hacer nada con sus sables para superar las lanzas… los franceses persiguieron a los escoceses hasta lancear por la espalda a 1.000 de los 2.500 jinetes británicos. Inútil victoria. Estéril carga. Idiotas.

Entra en liza el gallo francés: la Vieja guardia

El avance de ésta Vieja Guardia fue una sentencia de muerte. O debería decir, «había sido una sentencia de muerte». Porque lo había sido. Lo fue en su momento.
 
Pero no en este día nefasto para la Grandée Arme.
 
Se suponía que esta era la flor y nata del ejército francés. Que nunca dudaba y siempre avanzaba.
 
Pero esta vez dudó.
 
Los ingleses, sabiéndose en inferioridad y superados, y a punto de ser aplastados retrocedieron para hacerse fuertes en la colina de Wellington. Pero algo harían diferente a todo lo visto anteriormente. Se emboscaron en los cultivos del campo que atravesaban. De este modo, cuando los franceses estuvieron a tiro Wellington cedió el turno y el protagonismo a los fusileros que se levantaron todos a una apareciendo justo delante de los franceses y descerrajaron a la vanguardia con varias tandas de disparos.
 
La Vieja Guardia dudó.
 
Dudó, frenó y reculó.
 
Y para sorpresa fatal de Napoleón apareció, contra todo pronóstico, Blücher, al frente (de nuevo) de su caballería cargando al grito de sin cuartel. Esto último lo pongo de mi cosecha, aunque en la peli dice que sin hacer prisioneros, y me lo creo.
 
Napoleón huyó y Waterloo supondría su final. Su final definitivo. No logró huir a Estados Unidos, a pesar de intentarlo, y así terminó una pesadilla que había asolado y desolado Europa entera.

Wellington se llevará la Gloria pero fue Blücher quien hizo posible la victoria

La llegada de Blücher salvó el pellejo a los ingleses que agotaron sus ultimas reservas y municiones en las descargas que hicieron por sorpresa. Sólo quedaba calar bayonetas y cargar.
 
Y ahí llegaron los jinetes de Rohan con Theoden King al frente… ¡uy perdón!
 
Rectifico…
 
Y ahí llegaron los jinetes prusianos con Blücher al frente, limpiando su honra derramando sangre francesa. Fue el prusiano el que salvó al inglés. Fueron los prusianos los que dieron la victoria definitiva a los aliados en Waterloo.
 
Para consuelo gabacho les quedará su última acción como Imperio. La muerte gallarda de su Vieja Guardia emulando a los tercios españoles en Rocroi.
 
Fueron invitados a rendirse pero su orgullo, su trayectoria y su vergüenza no lo permitieron. La vieja Guardia cayó y calló para siempre. Napoleón volvió a ser exiliado, ésta vez a Santa Elena.
 
Deciros, para hacer justicia, que la película pudo ser filmada gracias a la colaboración del ejército soviético. Sí, yo alabando al ejército rojo… Y volvería a hacerlo si en vez de haber sido una amenaza constante para la Libertad se hubieran dedicado a figurar como extras de cine. 
 
Y lo digo el 4 de mayo de 2021. Día de elecciones en la Comunidad de Madrid.
 
El caso es que hubo 15.000 soldados que fueron interpretando a los diferentes ejércitos en los diferentes puntos de la batalla e hicieron posible, con su participación, que no se usaran efectos digitales y se aportara una veracidad y realismo sin par en toda la historia del cine.

Me gusta mucho la reflexión final, la que ponen en labios de Wellington al finalizar la batalla

Le veremos transitando entre cadáveres, de hecho todo Waterloo estaba sembrado de cuerpos holandeses, alemanes, ingleses, escoceses, prusianos y franceses.
 
Le vemos avanzando entre los muertos reflexionando sobre el horror de la guerra.
 
Hemos de agradecer, sobre todo, que esta peli fuera posible a Dino De Laurentis. Productor que llega por cuarta vez a el fancine. Las anteriores fueron DUNE, Flash Gordon y U-571.
 
El director Serguéi Bondarchuck venía de grabar Guerra y Paz, otro peliculón. Pero, a pesar de seguir activo en el mundo del cine, hasta dirigir un total de diez películas, creo que no lograría superar su propio éxito tras filmar esta obra de Arte que nos ha regalado para ser descubierta y redescubierta al calor del DVD en el salón de casa.
 
Las tomas cenitales de la caballería francesa acosando sin rédito a la infantería británica no tienen parangón. Ahí es donde aflora la gloria de esos 15.000 extras galopando o plantando el pie en tierra para grabar, iba a decir una escena, pero no, para grabar otra escena que será el eslabón de una cadena compuesta por una sucesión de escenas magistralmente filmadas para uso y disfrute de todos los amantes del cine.
A diferencia del Día D y del desembarco de las tropas aliadas en Normadía, con el fin de extirpar el nacismo de Europa, en Waterloo sí palmó el principal de sus gaiteros.
Cierro así Waterloo, una de las pelis que dedicamos a las películas de Casacas rojas en La cartelera de Antena Historia y, como dije al principio, cuya segunda entrega estamos preparando.

Os dejo enlace al primer programa de las Casacas rojas en el cine

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