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Le Mans ’66 – Ford v Ferrari

Tabla de contenidos

Ficha técnica de Le Mans ’66 – Ford v Ferrari

Título: Le Mans ’66
Título original: Ford v FerrariDirector: James Mangold
Nacionalidad: USAAño: 2019Duración: 152’Guión: Jez Butterworth, John-Henry Butterworth, James Mangold y Jason KellerFotografía: Phedom Papamichael
Montaje: Michael McCusker
Música: Marco Beltrami
Producción: Peter Chemin, Alex Young, Lucas Foster, Kevin Halloran y James Mangold
Productora: Chemin Entertainment, 20th Century Fox
Distribuidora: Walt Disney Studios Motion Pictures

Ficha artística

Matt Damon – Carroll Shelby
Christian Bale – Ken Miles
Jon Bernthal – Lee Iacocca
Remo Girone – Enzo Ferrari
Tracy Letts – Henry Ford II
Caitriona Balfe – Mollie Miles
Noah Jupe – Peter Miles
Ray McKinnon – Phil Remington
Benjamin Rigby – Bruce McLaren

Le Mans ’66 – Ford v Ferrari es una lección de vida

Te sabes el mejor en lo que haces, pero nadie confía en ti. Te deslomas a trabajar de sol a sol sin que nadie te pague por ello. Tu familia te mantiene mientras tú los hundes. Quieres ser el mejor ejemplo para tu hijo, y lo logras: él ve un héroe en un padre fracasado. Tu mujer te aguanta, porque te ama. Pero no soporta ver su vidapasar por delante sin poderla disfrutar porque tú te obcecas en seguir haciendo lo que te gusta sin comprender que no os dará de comer. Recibes trofeos por el camino, pero ninguno es canjeable por la compra semanal. De todo eso va esta película. Y de coches.

Es maravillosa

Fui a verla al cine por inercia y sin esperanza alguna de que me gustara más allá de ver coches corriendo. Y los coches tampoco son mi fuerte.  Me invitó Kinepolis, el día después de mi cumpleaños. Y disfruté cada minuto del primero hasta el último. Grata sorpresa. Mejor regalo. Ya os he dicho que poco sé de coches, de la vida algo más. Por eso creo que podré enfocar éste comentario de un modo diferente a lo que encontréis por Internet, en la blogsfera. Como de costumbre, el fancine es así. Si quisiera escribir un post erudito en la materia recurriría a mi amigo Miguel Ángel, (alias Mickymoto en Twitter). Un Señor que se viste por los pies y cuyo punto débil es el motor. A él me encomendaré cuando termine éste post para que lo lea y me corrija si he errado en algún dato o si no me ciño a la realidad, no por mala intención sino por desconocimiento.

Enfocaré mi comentario de Le Mans ’66 desde dos prismas: el histórico, obvio, y el personal/laboral de Ken Miles, uno de los protagonistas. Ambas tramas se entrelazarán y fluirán sin solución de continuidad, aunque de vez en cuando haga un alto, ex profeso, para remarcar éste o aquel aspecto de Miles. Se entrelazarán porque Miles es a ésta historia lo que ésta historia es a Miles: una ruta vital en la que sólo hay una salida, está por delante de ti, en el asfalto y sólo la podrás recorrer pisando a fondo el acelerador.

Dicho esto, entro en materia. Matt Damon y Christian Bale protagonizan el segundo duelo interpretativo del año. Los otros dos fueron Brad Pitt y Leonardo DiCaprio en Érase una vez en… Hollywood. Dos pelis fantásticas. Aunque, si tuviera que elegir, me quedo con ésta.

Los dos primeros interpretarán a una pareja de amantes de la velocidad. Un piloto de automovilismo, Ken Miles, cuya nacionalidad (original) acabo de descubrir en Wikipedia: nació inglés, pero se nacionalizó estadounidense. Y otro piloto, éste texano, que con el tiempo se convertiría en diseñador de coches. Tras pasar sin pena ni gloria por la Fórmula 1, Shelby terminaría ganando las 24 horas de Le Mans en 1959 a bordo de un Aston Martin. Sin embargo su éxito y su verdadera fama vendrían cuando dejara de pilotar y se pusiera a diseñar. Será gracias a él que Ford de un salto cualitativo, puesto que nadie duda de su faceta «cuantitativa» y mejore su prestigio y fama internacionales. A él debemos el Ford Shelby Mustang y el Ford Shelby Cobra. Dos clásicos sesenteros. Cuando hablo de «cuantitativo» refiriéndome a Ford es en referencia a que Henry Ford (el abuelo del Henry Ford II que aparecerá en ésta peli) inventó la producción en cadena y la aplicó a la fabricación de coches popularizándolos y mejorando la calidad de vida de millones de personas.

Podréis observar que, si bien la peli tiene dos protagonistas, también habrá unos cuantos personajes secundarios que, en la vida real no tuvieron nada de secundarios. Cada cual con su peso en la Historia y todos ellos cruciales para el devenir de ésta historia que os estoy contando.

Ya hemos mencionado, de pasada, al presidente de Ford en aquellos días. Ahora os presentaré al vicepresidente para ir descubriendo las cartas que están sobre la mesa.

Me refiero a Lee Iacocca, interpretado por Jon Bernthal (el desagradable «Coon-Ass» en Corazones de acero y The Punisher en la magnífica serie homónima de Netflix). Hablar de su trayectoria profesional se haría tedioso porque empezó por abajo y alcanzó todos los puestos de alta dirección en Ford, subiendo peldaño a peldaño y predicando siempre con el ejemplo de trabajar duro y exigir lo mismo a cuantos le rodeaban.

Terminaría siendo el CEO de Chrysler durante décadas. Recapitulando nombres, para no perdernos: tenemos a dos pilotos: Carrol Shelby, que terminaría liderando la escudería deportiva y Ken Miles, quien depuraría todos los aspectos de los coches de competición para hacerlos competitivos. Después tenemos a Henry Ford II, nieto del fundador, deseoso de sacar la marca familiar adelante. Y tenemos a Lee Iacocca, italoamericano y mente pensante de todo lo que está por pasar y que ahora os contaré. Estos en el bando americano de la película. Porque habrá otro bando, al otro lado del charco.

En Italia tendremos a Enzo Ferrari, el dueño de Ferrari. Escudería dueña y señora de la alta competición automovilística. Por aquel entonces Ferrari era intratable. Vencía todas las competiciones en las que participaba: Mile Miglia, Fórmula 1, Le Mans…

En Le Mans por ejemplo, venció en los años 49, 54 y 58. Pero sobre todo en el lustro que iba del 60 al 65, años en los que venció en todos los Le Mans haciendo tripletes.

Por lograr logró poner a 7 Ferrari en las primeras siete plazas. Tal era el dominio abrumador de ésta escudería en el asfalto de la alta competición. Sólo perdería una plaza de podio en estos años, a manos de Jim Clarck en 1960, pilotando Aston Martin.

Esta película nos contará la increíble gesta de Ford para lograr vencer a Ferrari en Le Mans ’66

Pero todavía nos queda un trecho para llegar hasta ahí. No me importa comentarlo, aún a costa de hacer SPOILER porque la peli lleva ya un tiempo en los cines y porque está basada en una historia real. Así que a nadie sorprenderé si digo que sí, que al final ganará Ford, pero lo bonito de la peli no es verlos ganar, sino ver cómo se gestó la epopeya y cómo fueron avanzando un paso para retroceder dos hasta enderezarse y lograr ser verdaderamente competitivos. Esta es una historia fruto de mucho trabajo. O de una pataleta, como prefiráis verlo. No tardaréis en descubrir por qué. Si seguís leyendo, claro.

Hablamos de dos gigantes del automóvil: Ford vs Ferrari

Cada marca responde a un concepto diferente de la industria . Ferrari tenía una producción artesanal, a mano. A medida. Ford tenía el potencial de fabricar en un sólo día el mismo número de coches que fabricaba Ferrari en todo un año. Sin embargo, un buen puñado de esa tirada limitada de Ferrari se vendía en los Estados Unidos. En un sector de élite al que Ford no podía aspirar. El Ford americano había democratizado la industria del automóvil, o mejor aún, había procurado acceso al vehículo a toda la población.

Es lo mismo que haría Hitler con Volkswagen

Pues, para vuestro conocimiento, la palabra Volkswagen significa eso, «Volks (pueblo, «del pueblo») + Wagen (auto, coche) = El coche del pueblo. Tanto es así, que el primer logotipo de Volkswagen incluía una esvástica. Intersante, ¿verdad? Es la Historia, la de verdad, la buena. Es como deciros que la O.N.C.E. y la Agencia EFE de noticias fueron fundadas por Ramón Serrano Suñer, promotor de la División Azul. Curiosidades de la vida. Pero, y vuelvo a Estados Unidos y a Ford.

Ese goteo de Ferraris en américa, sobre todo entre los más pudientes, para reforzar su estatus, hizo que Henry Ford II, el nieto del fundador, empezara a barruntar nuevos horizontes. Y aquí entran dos de los nombres que habíamos mencionado. Carrol Shelby y Lee Iacocca. El segundo era un libre pensador que apostaba por cosas y conceptos vanguardistas que podían hacer temblar a Henry. De planteamientos extravagantes, pero que al final siempre se salía con la suya. Y salirse con la suya, en éste caso, era desafiar a Ferrari para comprar su marca e incorporar una división de competición en Ford. Haciendo bueno el dicho inglés de «si no puedes con tu enemigo, únete a él». Los ingleses, pragmáticos donde los haya.

Como leéis: Ford puso su maquinaria económica en marcha para cerrar una cita con Ferrari y hacer una oferta formal para…

Comprar al caballito

Y el caso es que, como vemos en la peli, se reunieron. Tanto es así que estuvieron a una firma estampada en el contrato para que se produjera la operación. Dos titanes frente a frente…

El dinero era lo de menos

A Ford no le importaba el dinero que tuvieran que pagar por Ferrari. A Ferari no le importaba el dinero que pudiera pagar Ford por comprar su marca.

Tan solo le preocupaba, a Enzo, al autoridad sobre la marca. Su marca.

No le quitaba el sueño la oferta estadounidense, salvo por la parte del buen gusto y su concepto elitista para con Ferrari. No le importaba pasar a formar parte de Ford. Enzo Ferrari quería mantener su poder ejecutivo sobre su propia marca, aunque fuera bajo el paraguas de Ford. Ford le dijo que verdes las han segado. Ferrari hizo una peineta a Ford y poco menos que echaron a los americanos de Italia a patadas.

Y ahí se podría haber terminado esta historia si no fuera pro el carácter americano.

¿Os acordáis de mi comentario de Midway? O de La batalla de Midway

Las dos pelis que comenté para estrenar mi sección de «el fancine de Antena Historia» en el podcast de Historia, Antena Historia.

Pelis (y vida real) en las que los japoneses atacaron Pearl Harbor por sorpresa y éstos, contra todo pronóstico se rehicieron, se rearmaron, se lanzaron a la mar, buscaron a los japos, les patearon el culo en Midway y les soltaron dos bombas nucleares como dos soles en Hiroshima y en Nagashaki y fin de la guerra. Aquí Paz y después Gloria.

Pues en esta historia pasa lo mismo. En el campo empresarial, pero pasa lo mismo. Los yankis volverán a casa lamiéndose las heridas y dañados en su orgullo. Pero se repondrán y entonces ficharán al tal Shelby y decidirán que si no han podido comprar Ferrari, entonces se apuntarían a Le Mans para ganarles sobre el asfalto. Y ahí volvemos a la trama de los dos protagonistas: Shelby (el que había ganado un Le Mans con Aston Martin) y Miles… Miles merece un párrafo para él solito. Miles, como dije antes, nació en Inglaterra y sus primeros pasitos en el mundo del motor sería a lomos de una motocicleta. Pronto, muy pronto, a los 11 años estaba compitiendo en motociclismo. Sería con 15 años cuando se enamoraría perdidamente de los coches y de la mecánica que entrañan. Un amor (sólo compartido con el de su esposa) que le daría la vida y después se la arrancaría (con esto último me refiero a «los coches», que conste»). Dedicó toda su vida, desde los 11 años, al motor. Salvo en la Segunda Guerra Mundial, en donde cambió el motor del coche por el de un tanque y participó en el Día D y marchó con los aliados rumbo a Berlín. Terminada la guerra volvería al coche y volvió a competir y a destacar en circuitos británicos.

Es importante el matiz de «mecánica» que mencioné antes. Miles no sólo conducía su coche. No sólo competía con él.

Miles sentía el coche al que se subía

Sabía si un coche carburaba bien, si frenaba adecuadamente, si cortaba el viento como debía con tan solo conducir un par de kilómetros sintiendo las fluctuaciones del coche sobre el asfalto, sintiendo sus vibraciones en el volante, escuchando el motor, oliendo el aceite…

Miles sentía el coche y cuando se bajaba de él era capaz de retocarlo y modificarlo en función de lo que el mismo coche le había dicho cuando lo conducía. Esa es la sintonía que había entre el hombre y la máquina. Eso es lo que después sabrá aprovechar Shelby para pulir su futuro Ford. Dos grandes. Dos fuertes, orgullosos, soberbios y tenaces profesionales del motor. Cuando cruzaron sus caminos Shelby estaba en la cresta de la ola y Miles estaba por debajo de la ola. Podía sacar la cabeza para respirar, cada mucho rato, y se volvía a sumergir en esa desesperación con la que abría el comentario de un padre fracasado que, siendo maravillosamente bueno en lo suyo, no ha sabido jugar las cartas que ha ido teniendo en su mano y se encuentra al borde del desahucio y arruinado moral, económica y psicológicamente. Tanto que sigue corriendo y sigue venciendo, pero en competiciones que no le reportan beneficios y todo lo que gana en su taller lo pierde compitiendo.

Como apuntaba al principio del comentario, el equilibrio entre vida familiar y profesional era complicado para Miles. Se trataba de un inconformista, incluso intransigente hacia los convencionalismos y las falsas apariencias. En argot de nuestros días, no sería «muy de postureo», cosa que le costó enemistades, y perder oportunidades por no guardarse nunca una opinión, aunque fuera tirar piedras contra su propio tejado.

Nadie le negó jamás su talento. Pero ninguno lo quería en su equipo por su carácter y por su personalidad. Esto en cuanto a su faceta profesional, en la personal también estaba contra las cuerdas. Se sentía responsable de estar lastrando a su familia. Una esposa maravillosa que lo amaba incondicionalmente, pero era más realista y no veía luz al final del túnel.

Y su hijo… un hijo enamorado de su padre. Porque compartían la pasión por el motor. Porque, y es cierto, veía triunfar a su padre en carreras menores. Para un hijo esto era todo un factor a tener en cuenta para endiosar a su padre. Lo que no sabía el hijo es que todos los trofeos que cosechaba el padre estaban huecos y no repercutían para bien en las cuentas familiares. Mas bien para mal.

Su mujer y su hijo eran los dos cabos que lo mantenían unido a la realidad.

Y es ahí cuando Shelby llamará a la puerta de Miles, para proponerle una colaboración. Colaboración, o para ficharle.

Amor y odio

A partir de aquí veremos una relación de amor/odio ente ellos.

Shelby es consciente del potencial que tiene Miles. Sabe que no podría haber mejor piloto/ingeniero para su equipo. «Ingeniero» sobre todo en el sentido inglés de la palabra, más como mecánico que como el «ingeniero» que conocemos aquí.Ya lo dije antes, Miles sentía el coche. Los coches. Miles era capaz de subirse a uno de ellos e integrarse con su carrocería, con su chasis, con su circuito eléctrico… Miles (a modo de ejemplo, sería como Flynn en TRON.

Pero en vez de con los ordenadores, con un coche. Sería capaz de «volcarse dentro del motor del coche» y visualizarlo desde dentro. De ahí el interés de Shelby. Y si a esto le sumamos que además conducía como los ángeles… ¿se puede pedir más?

Shelby lo sabía. Sabía que Miles sentía el coche. Coche y persona se convertían en uno cuando giraba la llave y el motor empezaba a sonar. Entonces se desvanecía el mundo para Miles. El mudo como lo vemos nosotros. Si en Matrix veíamos un código binario sustituyendo al mundo real que percibimos con los ojos, Miles sería capaz de interiorizar la combustión del combustible, de ver cómo se activaban los resortes internos del coche. Vería a través de la carrocería y observaría el aceite lubricando, las ruedas quejándose por los cambios de temperatura, de presión…

Así sentía Miles la máquina. Por eso lo quería Shelby consigo. A pesar del saco de preocupaciones, exigencias, caprichos y discusiones que sabía que vendrían con él. Porque todo quedaba compensado a la hora de saber que ese coche, el que Miles está probando, sería el coche perfecto.

Ferrari estaba en el punto de mira…

Por fin tomaron la decisión de acudir a Le Mans y enfrentarse a los italianos en su terreno: la competición que no sólo ganaban sino que señoreaban y que tantos réditos les daba. En Italia y en los Estados Unidos, pues ya he comentado que los USA eran el principal cliente de Ferrari.

Esto se debía que los coches deportivos que hacía Ferrari entraban por los ojos a cualquiera que tuviera el dinero por castigo.

A diferencia de los automóviles de la Fórmula 1, cuyo diseño los constreñía y sigue constriñendo, a los circuitos, los coches de estas pruebas de resistencia sí podían amoldarse al consumo urbano.

Unos modelos de competición eran modelos preexistentes para uso particular, adaptados a las normas de la competición: seguridad, aerodinámica, pesos… Y otros eran modelos concebidos exclusivamente para competir que, con el tiempo y la demanda popular terminaban rediseñándose y reajustándose para que pudieran circular por las calles y carreteras convencionales.

Por eso Shelby e Iacocca hicieron buenas migas en Ford

En este aspecto por lo menos: porque decidieron fabricar el deportivo más económico de toda la competición. Para hacer que muchos americanos pudieran rascarse el bolsillo para comprarse un deportivo urbano. GT40, Mustang… Un Mustang, por cierto, criticado por el propio Miles. Hasta ahí llegaba su carácter.

Era una apuesta ganadora.

Entrañaba ciertas dosis de riesgo, pero ganadora si lograban meter un Ford en el podio de Lemans. Para ello se tendrían que poner las pilas porque no podían exponerse a meter la pata y hacer el ridículo.

La apuesta de Ford estaba bien clara: había que ganar en Le Mans para vender Fords en los propios Estados Unidos y desbancar a Ferrari de la conciencia colectiva.

Tenían que lograr que los americanos asociaran Ford a «ganador» y a diseño aerodinámico, potencia, cierta dosis de arrogancia, éxito y glamour.

Pero insisto: todo eso pasaba por saltar al asfalto y batirse el cobre contra los caballitos todopoderosos en una apuesta que nadie creía que pudieran ganar.

Como poco demostrarían al mundo entero que los tenían bien puestos. Desde luego.

Si tengo bien entendido hubo (en la vida real) tres intentos de lograr esta victoria.

El primero acarrearía un fracaso total, que se llevaría por delante al primer equipo de directivos y técnicos para el proyecto. El segundo asalto a Le Mans serviría para ponerse la miel en los labios logrando liderar la prueba en la primera parte del campeonato, pero derrumbándose los tres Ford mediada la carrera porque, como bien indica el nombre, las 24 horas de Le Mans no son una carrera de velocidad, sino de fondo. El coche empezó a probarse y evolucionaba en la misma proporción que iban estrellándose.

Pero sin su piloto estrella al frente, llegada la hora de la verdad: reventaron los motores. Miles estaba frustrado porque después de todo el trabajo, esfuerzo y la ilusión depositadas en el equipo Ford, no voló a Europa ni condujo el Ford en Le Mans. No lo hizo porque no daba el tipo. A los directivos de Ford no les gustaba su físico, no les gustaban sus modales ni les gustaba su manera de correr. Así pues os podréis imaginar el sentimiento de fracaso que tendría al hacer todo el trabajo sucio para que las mieles se las llevara otro. Pero ese «otro» no conocía al coche como él lo conocía. No lo entendía como él lo entendía y no lo conducía como él lo conducía. La potencia del Ford, o mejor dicho, el arma que tenía el Ford que estaba puliendo Miles era la velocidad punta. Su razonamiento respondía a intentar ganar la carrera en la recta de 5 kilómetros. Si lograba meter unos segundos a Ferrari al superar su velocidad punta, los Ferrari tendrían que batirse el cobre para recuperar ese tiempo perdido apurando en las curvas. Pero para lograr eso el piloto tenía que comulgar con la máquina y con el estilo de conducción previsto por Miles. Logró hacer del Ford el coche más rápido, sí, pero para esos 5KM. El resto de la prueba exigía autocontrol para no dejarse llevar por el deseo de ganar la prueba a corto plazo. Era el más rápido sí, pero debía contenerse en el resto del circuito o reventaría. Y los pilotos que fueron a Le Mans, que no entendían la angustia que les dictaba el motor, ni comprendían el llanto de las ruedas, ni el penar de la dirección… Eran profesionales, sí, pero no sentían la magia del coche.

Por eso se impusieron, al principio, a Ferrari para terminar sucumbiendo. No conocían el coche, no lo entendían y no se comunicaban con él. Esto supuso que Ferrari pasara a Ford por la piedra y que todo el proyecto de las carreras se tambaleara. Henry Ford II decidió no volver a Le Mans hasta estar completamente seguros de que lograrían terminar las 24 horas de carrera y hacerlo del modo más digno posible. Ese «modo digno» era subiendo al podio, por supuesto.

Shelby con Miles

Pero esta decisión la tomó influido, por fin, por Shelby. Shelby seguiría al frente del proyecto, sí, pero sólo si quien conducía el coche, su FORD, era el mismo que lo estaba preparando y desarrollando. Es decir, Miles. Y para ello no dudó citar el propio Henry Ford II en el circuito de pruebas. Y una vez en el circuito (aunque no sé si fue que lo citó o que se presentó por sorpresa y Shelby aprovechó la oportunidad…) Shelby se montó en el Ford de carreras e invitó a Henry a acompañarlo como copiloto. Esta parte creo que es pura ficción, pero bendita sea porque es una de las mejores escenas de la película.

Como dice el dicho periodístico… «no dejes que la verdad te arruine un buen titular», (o una buena historia). John Ford llevará al extremo este aforismo con su famoso «print the legend» en El hombre que mató a Liberty Balance.

Esta es la escena más divertida de toda la peli, como decía

Es el momento en que Henry Ford II siente la potencia de su Ford, del Ford de Miles, conducido por Shelby y ve pasar toda su vida por su retina en menos de un minuto, abrumado por la velocidad, desgarrado por el agarre, empujado por la aerodinámica de una máquina perfecta. Todo ello enclaustrado en una cabina cuya altura le haría pensar que iba a rasparse el culo con el asfalto. Este coche era muy, muy, muy bajito, de apenas 1’03m de altura, para mantenerse pegado al asfalto en esa recta de 5km.

Rió, lloró, moqueó, volvió a reír, moqueando y lloriqueando, cogió aire para volver a reír entre sollozos de miedo y emoción, de alegría y alivio, de tensión y subidón de adrenalina. Entonces comprendió que ese coche era algo más que un simple coche. Era un coche campeón.

Entonces Shelby le dijo que para serlo, necesitaba un piloto igualmente campeón. Y que lo tenían, y su apellido era Miles. Quien, para colmo, era el mismo que había ayudado a reconstruirlo para hacer de un gran coche una máquina trituradora de caballos de carreras.

Product placement al margen, (por la aparición de Coca-Cola justo en el momento clave de la relación entre los protagonistas), llegamos a la parte más interesante de toda la peli.

Shelby renueva su apuesta por Miles

Shelby tuvo que convencer de nuevo a Miles de que ésta vez sí era el elegido. Necesitaba que volviera al equipo para ser él quien volara a Europa, se subiera al Ford y competir. Necesitaba +300km/h en un coche con menos de 40 pulgadas de alto para ser verdaderamente competitivos y Miles exprimió al Ford hasta los 340 kilómetros/hora. Volverían a Le Mans, con una recta de 5km de largo que exigía la mejor aerodinámica y la mayor tracción al suelo posible de unos vehículos que superarían los 300 kilómetros por hora con el riesgo de salir volando a las primeras de cambio. Así durante 24 horas de día y de noche, con sol y lluvia, con frío y calor. El coche… No. El coche no. El piloto de Ford había mordido el polvo en Le Mans. Miles sabía por qué y cómo evitar que volviera a suceder.

De hecho se organizó todo para volver a la carga

Esta vez Ford pondría al volante a su paladín y Miles sería el líder de un equipo ganador que saldría a competir con la mente fría y con las vistas puestas en las 24 horas. Para terminar la carrera y hacerlo en lo alto del podio. Miles era el hombre perfecto para esta misión. Una empresa arriesgada por la que lo había apostado todo en una vida que saltaba de fracaso en fracaso siempre a bordo de un coche.

Llegó el día de la carrera

Miles demostró por qué era él y nadie más que él quien debía estar al volante del Ford GT 40, allí, en Le Mans.

Un coche que él había ensamblado, casi ideado, montado, testado, probado, depurado y mejorado. Incluso con la anécdota real de dar la primera vuelta con la puerta abierta, supo rehacerse y recuperar terreno a los Ferrari hasta lograr una distancia pasmosa y liderar el tramo final de la carrera sin que nadie pudiera hacerle sombra.

En la peli le harán la faena del siglo cuando, yendo en cabeza, el responsable de la carrera, por parte de la directiva de Ford, que no le podía ni ver, le pidió que levantara el pie del acelerador para dejarse alcanzar por sus dos colegas Ford. E la peli, y en la vida real.

Lograron pasar por la línea de meta los tres Ford juntos, en paralelo. A pesar de haber liderado a Ford hasta una victoria total, Ford se la jugó haciendo que sí, que fuera el primero pasar la meta, a penas por unos centímetros, pero eso le valió quedar segundo.

Por qué?

Os lo explico: al inicio de carrera los pilotos dejaban sus coches en batería y se cruzaban al otro lado de la pista. Todos debían esprintar cuando se encendía la luz verde para subirse al coche, arrancarlo y salir disparados.

El Ford de McClaren (quien después crearía su propia y mítica escudería) resultó vencedor porque, cruzando la meta al mismo tiempo, había recorrido unos cuantos metros más que el de Miles por aquello de tener los coches aparcados en batería antes del comienzo. Le Mans desempató la llegada atribuyendo el título para el coche/piloto con más metros recorridos, y ése era Ford nº2 de McClaren y no el Ford nº1 de Miles.

Quizás no se proclamara vencedor en Le Mans. Pero sí vencedor moral siendo suyo el modelo de coche que copó el podio con los 3 primeros puestos y siendo el piloto que había frenado para dejarse alcanzar por sus dos compañeros. Este hecho de Ford provocó la desaparición de Ferrari en Le Mans y su reconducción hacia la Fórmula 1 y hacia el público en general. Con la victoria de Ford, la salida de Ferrari y la aparición de figuras mediáticas como Steve McQueen entraría de lleno la Publicidad en Le Mans, pervirtiendo su esencia y diluyendo su prestigio.

Le Mans ’66 en Pelis para MIBers para explicar el «UX» o experiencia de usuario

Incluyo esta peli en mis Pelis para MIBers con el ánimo de explicar la digitalizacion mediante el cine apuntando, ésta vez, a la «experiencia de usuario» o «UX» encarnada, como no podría ser de otra manera, en Miles.

Su afán profesional y perfeccionista le llevó a ir probando día a día su coche hasta lograr hacer una máquina perfecta a base de ir rectificando pequeños detalles que iban limando resistencia al aire, sacando mayor rendimiento al motor, consumiendo menos gasolina y quemando menos caucho del neumático.

Sería incluso nombrarle «UX tester honorífico» pues, como bien sabréis, Miles no volvería a competir al morir en un accidente de tráfico dos meses después de éste mítico Le Mans del ’66 probando, de nuevo, el Ford GT 40 para seguir mejorando su rendimiento.

Al final Miles no fracasó como profesional. Inscribió su nombre con gasolina y sangre en el panteón de los pilotos míticos. Su hijo lo venerará como el campeón que fue, el luchador que demostró ser. Pero Miles, como persona, en su fuero interno debió sentir cómo el fuego evaporaba sus lágrimas al saber que su hijo no volvería a ver al padre que había arrastrado una sonrisa de fracaso en fracaso para mantener siempre feliz a un niño que, en su ingenuidad, nunca dejó de  creer en su padre. Y, cuando triunfa, la vida se lo arrebata como última y triste paradoja.

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